Centinela: Naturaleza y Poder

Capítulo 7: Primera misión

A la mañana siguiente, aunque aún cansados por la fiesta del día anterior, los flamantes recién nombrados Centinelas de la República estaban sentados en sus respectivas carpetas en un salón de clases. En frente, en un pupitre se encontraba el comandante Gomis con unos documentos entre manos.

–Su primera misión la realizarán en grupos de tres y uno de cuatro. A cada grupo le asignaré una misión distinta y estarán bajo el mando del capitán centinela del lugar al que les toque ir –explicó el comandante–. Ahora procederé a nombrar a los grupos. Al final se acercan adelante para que les entregue el documento con todos los datos relativos a su misión.

El comandante nombró los grupos y luego entregó a cada uno su respectiva misión. Al final los grupos terminaron formados de la siguiente manera: Rudy, Lucrecia y Phillipe; Bill, Tony y Susan; Scarlet, Clark y Tiki; los tres hermanos Farro y Kina.

En la estación central de Ciudad Capital los grupos se despidieron de sus demás compañeros y cada cual abordó el tren que le tocaba. Rudy y sus dos colegas se sentaron en su compartimiento y esperaron a que la locomotora se ponga en marcha.

–Según el documento, nuestra misión es ayudar a la captura de una banda de ladrones en cierta ciudad de Poldsmik –señaló Phillipe.

–¿Dónde queda ese país? –preguntó Rudy.

–Justo al norte de Ciudad Capital, es el país del borde más cercano a nosotros –indicó Phillipe.

–Solo espero que el viaje no dure mucho –suplicó Rudy.

–Tranquilo, máximo durará seis horas –lo calmó Phillipe.

–Lucrecia, ¿crees que nos irá bien en nuestra primera misión? –le preguntó Rudy.

–Espero que sí –contestó ella mientras miraba hacia la ventana con indiferencia.

El sol del atardecer parecía una cascara de naranja, y teñía de similar color los tejados y los árboles del poblado. El tren se detuvo en una pequeña estación. Allí Rudy y sus compañeros bajaron. Luego, un silbato sonó y el tren se puso nuevamente en marcha. Al rato se perdió de vista en el horizonte.

–Bienvenidos a Blusville –leyó Rudy un tosco letrero de madera que colgaba de un poste ubicado en la solitaria estación.

–Se supone que alguien nos debería de estar esperando –comentó Phillipe.

–Me imagino que ya vendrá –Lucrecia se encogió de hombros.

Los tres se sentaron en una banca y se pusieron a esperar. Comenzó a anochecer y el reloj de la estación emitió una campanada para avisar el cambio de hora. Se oyeron unos pasos. Los muchachos voltearon esperanzados, pero se deprimieron al ver que se trataba del conserje de la estación. Este prendió los pocos faroles del lugar y luego se marchó.

–¿Qué hacemos? –preguntó Lucrecia.

–Ese capitán es un irresponsable –se quejó Phillipe–. Si tan ocupado está como para no poder recogernos él mismo, aunque sea hubiera enviado a alguno de sus subordinados. ¡Pero ya verá, cuando lo vea le diré sus verdades!

Rudy solo se limitó a emitir un ronquido; acababa de quedarse profundamente dormido.

Al poco rato una luz tambaleante comenzó a acercarse a los muchachos. Cuando ya estuvo lo suficientemente cerca, ellos notaron que se trataba de un militar llevando una linterna. Tras él había una mujer alta, de cabellera castaña-rojiza, y que vestía la capa de los centinelas, más no el uniforme militar. En vez de este, ella llevaba un vestido verde oscuro con estampados de flores. Asimismo, la mujer lucía delgadas trenzas sujetas hacia atrás y llevaba en las orejas aretes con diseño de flores de color dorado.

Cuando la mujer se acercó para hablar con los muchachos, la luz de la linterna iluminó su rostro, de modo que los chicos pudieron apreciar con claridad sus grandes y enigmáticos ojos color caramelo.

–Siento la demora. Mi tienda tuvo muchos clientes esta tarde –sonrió la mujer con sus finos labios.

–Es usted muy bonita, solo por eso la perdono por la tardanza –Phillipe le devolvió la sonrisa.

–Me llamo Lucrecia, mucho gusto.

–Oh, que descortés, mi nombre es Phillipe.

–Encantada de conocerlos, soy la capitana Alanis. Y por cierto, ¿Cómo se llama su compañero?

Lucrecia y Phillipe dirigieron la mirada a Rudy, quien en ese momento estaba de lo más tranquilo durmiendo.

–¡Despierta, torpe! –Phillipe le dio un soberano lapo. Rudy lentamente fue abriendo los ojos a la vez que daba un prolongado bostezo.

Luego de presentarse, los muchachos y Alanis se subieron a una carroza iluminada por cuatro faroles, situados uno en cada esquina del vehículo. En tanto, el militar de la linterna se sentó adelante y arreó a los caballos.

–Cuando nos presentamos, usted mencionó que tenía una tienda –comentó Phillipe.

–Soy vidente, les digo el futuro a las personas que van a mi tienda –explicó Alanis.

–Suena interesante –opinó Lucrecia.

–¿En serio puedes ver el futuro? –preguntó Rudy asombrado–. En ese caso… ¿podrías decirnos si nuestra misión será un éxito?

–Que muchachito tan gracioso –Alanis soltó una risita–. Predecir el futuro no es algo tan simple.




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