P R E F A C I O
El consultorio del doctor huele a desinfectante y miedo. O quizá ese último olor soy yo. Me siento en la silla acolchada, moviendo el pie nerviosamente mientras el doctor revisa unos exámenes que parecen una sentencia escrita en códigos que no entiendo.
Odio los silencios largos.
—Cherry... —dice finalmente, levantando la mirada.
Ok. Mal. Cuando usan mi nombre así, sin chistes, sin diminutivos, sin "¿cómo va tu alergia al café descafeinado?", es porque algo horrible viene con moño rojo incluido.
—¿Sí...? —respondo con un hilo de voz, aunque intento sonreír. La sonrisa se siente falsa.
El doctor respira hondo. No es buena señal. Nadie respira hondo para decir: "Todo bien, puedes irte a comer helado de chocolate".
—Los resultados muestran... —traga saliva— ...que la enfermedad ha avanzado más rápido de lo que esperábamos.
Me quedo inmóvil. Parpadeo un par de veces, tratando de ordenar mi cabeza. No funciona.
—¿Qué significa "avanzado"? —pregunto, esforzándome por no sonar asustada. Aunque lo estoy. Mucho. Mis manos están heladas.
El doctor deja los papeles sobre el escritorio como si pesaran toneladas.
—Cherry... te queda aproximadamente un año de vida.
Mi corazón se detiene. Luego arranca otra vez, pero desacompasado, torpe. Yo suelto una risa... una que suena rota.
—Un año... ¿De vida? —repito, como si estuviera pidiendo que me lo deletreen.
El doctor asiente despacio.
—Lo siento. Hemos probado todo lo que está a nuestro alcance. Podemos concentrarnos en cuidados paliativos, en calidad de vida...
Las palabras se vuelven borrosas. Cuidar. Paliativo. Último año. Último. Año. Me agarro las manos, apretando fuerte para no desmoronarme allí mismo.
—Pero... yo... tengo trabajo. Tengo que ver a mi mejor amigo casarse, tengo que ayudarlo a encontrar al amor de su vida. Tengo planes, doctor. Quiero tener un bebé que se parezca a mi esposo, yo... —Mi voz se quiebra justo al final—. Tengo... vida.
Siento un nudo enorme formándose en mi garganta. Me arde. Me pesa. Pero no quiero llorar. Si empiezo, no sé si voy a poder parar.
El doctor extiende su mano hacia la mía.
—No estás sola en esto, Cherry. Podemos ver segundas opiniones, tratamientos alternativos, manejo del dolor...
Lo miro. Y su compasión me hace todavía más daño.
—O sea... ¿que tengo fecha de vencimiento? —digo, intentando un mal chiste para no desmoronarme.
Me pongo de pie despacio. Siento mis piernas tan débiles como mi respiración.
—Si sigo aquí un minuto más, voy a llorar —susurro—. Y... no quiero que me vea llorar. No me gusta llorar en lugares con olor a cloro.
El doctor inclina la cabeza con tristeza.
—Puedes llamarme cuando estés lista para hablar de los pasos a seguir.
Asiento. No estoy lista. No lo estaré. Nunca.
Salgo del consultorio con la sensación de que el suelo se inclina bajo mis pies. El pasillo se ve demasiado largo, demasiado blanco, demasiado vivo. Y yo... siento que me estoy quedando sin tiempo.
Solo un año.
Un año para vivir.
Un año para decir cosas que nunca dije.
Un año... para despedirme.
Respiro hondo. Me limpio una lágrima que no debería haber escapado.
—Vamos, Cherry... —me murmuro—. No te desmorones todavía. Tienes un día normal que fingir.
Camino hacia la salida con un temblor en el pecho y una sonrisa frágil dibujada a la fuerza. Nadie debe sospechar nada. Especialmente Seth.
Nunca Seth.
Porque si él se entera... sé que no podría soportarlo.
Este secreto morirá conmigo y nadie lo sabrá jamás.