Ceo Malo

CAPITULO 1: CEO Malo

Presente...

Permanecía en silencio, intentando procesar la noticia que, en cuestión de segundos, había cambiado mi vida por completo. Era como si el aire en mis pulmones se hubiera transformado en plomo, pesado y difícil de tragar. Dan, mi chófer y mejor amigo, me echaba miradas furtivas a través del retrovisor, consciente de que algo me afectaba profundamente, pero se mantenía callado, respetando mi momento.

Desde la parte trasera del coche, observaba cómo el mundo seguía girando a mi alrededor. Apreté los puños, frustrado, decidiendo que lo mejor era cancelar todo: las reuniones, las llamadas, los compromisos. Hoy, mañana, la próxima semana, no me importaba. Necesitaba tiempo. Pero, ¿para qué? ¿A quién debía llamar?

«A nadie. Absolutamente a nadie», pensé con amargura, y sin poder contenerme, golpeé con fuerza el asiento de enfrente. Dan no dijo nada, pero lo noté tensarse un poco.

Toda mi jodida vida había estado rodeado de nada más que apariencias: mujeres que entraban y salían de mi vida como si fueran parte de un mobiliario de lujo. Sin embargo, lo único que siempre había tenido, lo único que realmente importaba, era mi hermano menor. Él había sido mi única familia, aunque para él yo solo había sido su maldito rival. No podía creer que ya habían pasado cinco años desde aquel accidente que nos separó para siempre.

—Bastian, llevamos un buen rato estacionados. ¿Piensas bajar o prefieres quedarte aquí todo el día? —me preguntó Dan, sacándome de mis pensamientos. Levanté la mirada y, efectivamente, habíamos llegado a la empresa.

Asentí, aunque sin muchas ganas de salir del coche. Sin embargo, algo cambió en cuanto vi a una niña, pequeña y delgada, con un trapeador en mano, limpiando la entrada de mi imponente edificio. La pequeña castaña, con su cabello desordenado y vestida con ropa visiblemente desgastada, se plantaba firme frente a mis trabajadores, impidiéndoles el paso y señalándolos con un dedo diminuto pero determinado.

Bajé del coche rápidamente, el sol me golpeó la cara y entrecerré los ojos por el ardor. Al instante, sentí cómo varias miradas incómodas caían sobre mí. Mis empleados siempre parecían ponerse tensos a mi alrededor. Me moví hacia la niña, que al notarme, giró bruscamente, rociando mis zapatos de marca con agua sucia.

«Joder…»

La niña me miró de arriba abajo, y algo en su mirada me dejó sin aliento. Fue como si una corriente eléctrica me atravesara el pecho. Dan llegó a mi lado en ese momento, colocando un paraguas sobre mi cabeza, aunque no llovía.

«Sus ojos…, muy pocas personas tenían ese color único entre azul y verde, mi difunto hermano era uno de esos afortunados»

—No lo dejaré pasar, señor —anunció la niña con una seriedad sorprendente, señalándome con su dedito acusador—, está mojado, y tiene que esperar como los demás —añadió, dirigiendo una rápida mirada a mis empleados que, claramente, intentaban no reír—, ¡nadie colabora aquí! Deberían pasar sin zapatos.

No pude evitar sonreír. «¿Qué demonios estaba pasando?» Me agaché, quedando a su altura, sin apartar la vista de sus ojos. Llevaba un vestido raído, demasiado grande para ella, y por alguna razón, no podía dejar de pensar en lo fuera de lugar que parecía en mi empresa.

«¿Quién la habrá traído aquí? Está prohibido traer niños al edificio…»

—Tranquila, pequeña —le dije con una sonrisa que no pude controlar—, esperaré aquí.

La niña jadeó un poco, como si estuviera agotada.

—Este lugar es muy grande, pero no tiene lo que mi hermanita y yo necesitamos.

Abrí los ojos, incrédulo. «¿Hermanita? ¡Por Dios! Esto era peor de lo que había pensado» Una sonrisa se asomó en mis labios, pero la situación era grave. Podrían demandarme si descubren a dos menores deambulando por mi empresa que manejaba químicos.

—Podría ayudarte a arreglar eso, pero tendrás que decirme quién es tu madre. Quizá juntos podamos encontrar lo que tú y tu hermanita necesitan —le propuse, manteniendo mi tono suave.

La niña me miró por un instante, con una sonrisa que iluminaba su rostro sucio, y asintió con entusiasmo.

—¡Sí, sí! Quiero una camita más cómoda y un cunero para mi hermanita. Esa cesta de verduras no debe ser muy cómoda —añadió, aplaudiendo felizmente.

Dan, que se había mantenido serio hasta ese momento, rompió en carcajadas.

—Vamos —le extendí la mano. Dudó por un segundo, y luego, su pequeña mano, suave y frágil, se posó en la mía. Sentí una extraña calidez recorriendo mi brazo—, pero antes, puedes hacer algo por mí. Eres grandote y tienes muchos músculos —me dijo con determinación, mientras caminábamos por el pasillo.

El piso seguía mojado, y no pude evitar notar lo sucio que estaba todo.

—¿Quieres que le patee el pompi a alguien? —le pregunté, riendo por dentro.

La niña asintió y por un momento, sus ojos se llenaron de una tristeza desgarradora.

—Busca al CEO Malo. Él hace llorar a mi mami y ella trabaja mucho…

Sentí cómo mi corazón se detenía por un instante.

«El CEO malo era yo».




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