La mañana era fría, el sol apenas asomaba tímidamente. Salí muy temprano, con el propósito de evitar una discusión con Débora por las niñas. Ya me había encargado de preparar el desayuno para ella, algo especial: tostadas francesas y un postre sencillo de frutas. Sabía que eso le alegraría el día y aligeraría la culpa de haber salido sin despedirme.
Belinda, me miraba con una sonrisa, notando mi ánimo. Cargaba a la bebé en brazos, pero sentía que algo no estaba bien. La notaba inquieta, coloqué mis labios en su frente y sentí un poco de calentura.
—Mami, creo que le queda muy poco de esto—dijo Bel, alcanzándome el frasco de medicamento casi vacío de mi bolso. Sus ojos reflejaban preocupación mientras se apartaba un mechón de su cabello castaño de la cara.
—Sí, cariño. Hoy es día de cobro, después de salir de la empresa pasaremos por la farmacia y compraremos más—le respondí con voz suave, mirando el frasco con frustración. Saber que parte de lo poco que ganaba iría para medicamentos me hacía pensar en cómo reduciría el presupuesto para la comida, el alquiler y demás necesidades. Suspiré, sintiendo una mezcla de impotencia y cansancio.
Caminamos juntas hacia la empresa, con la bebé apoyada en mi pecho, envuelta en una manta. Al llegar, el vigilante ya nos esperaba con una sonrisa cálida.
—¡Buenos días, mis chicas favoritas! —nos saludó, abriendo la puerta. Belinda le devolvió una sonrisa que iluminó todo el vestíbulo, el cual, a esa hora de la mañana, estaba vacío y silencioso. El lugar era impresionante, con pisos relucientes y una decoración que solo podía describirse como lujosa. Belinda no dejaba de maravillarse cada vez que entrábamos, su mirada brillaba al ver los amplios corredores y las lámparas de cristal.
Nos dirigimos rápidamente a la cocina, un espacio amplio y moderno. Al pasar frente al ascensor privado que conducía a la oficina del CEO, no pude evitar pensar: «Estúpido engreído» Pero ahora no era momento para esos pensamientos. La bebé estaba más tranquila, así que Bel arregló el cunero improvisado que teníamos allí, un lugar seguro y limpio donde siempre la acomodábamos.
—Mami, ¿te imaginas el día en que tengamos nuestra casa?—dijo Belinda, con los ojos llenos de esperanza, mientras miraba a su alrededor y abría los brazos, abarcando la enorme cocina con un gesto amplio—, tendríamos una cocina así de grande y prepararíamos muchos pasteles. Podríamos venderlos, como hace la tía Débora.
Sentí un nudo formarse en mi garganta, y una punzada de tristeza atravesó mi corazón. La vida que ella soñaba, la vida que merecía, estaba tan lejos de nuestra realidad actual. Pero sonreí para no mostrarle mi tristeza, mientras continuaba lavando las verduras.
—Sí, mi amor. Sería maravilloso—le dije, mi voz temblando apenas.
Bel me miró, sería por un momento. Su pequeña mano acarició el cabello de su hermanita, con una ternura que me conmovió profundamente.
—Mami, cuando sea grande, te prometo que no trabajarás más. Mi hermanita no pasará lo que yo he pasado. Sé que haces todo lo que puedes, y soy feliz contigo, pero...—vaciló, mirando sus manos con los ojos llenos de una tristeza contenida—, sería bueno que tenga un papá y que pueda ir al cole con otros niños...
No pude evitarlo; mis lágrimas empezaron a brotar. Me arrodillé frente a ella, sosteniendo sus pequeñas manos entre las mías, y las besé una y otra vez, intentando tragar el dolor que sentía, buscando palabras que la consolaran.
—Bel, cielo—murmuré con la voz quebrada—, eres mi niña más valiente. Yo sé que esto no es fácil, pero te prometo que voy a luchar cada día para que tengan todo lo que merecen— Su mirada estaba llena de esperanza mientras acariciaba el cabello de su hermanita Mía, que seguía dormida en su cunero improvisado. Bel levantó la vista y me miró con esos ojos grandes y brillantes, tan llenos de sueños que me dolía el corazón.
—Cuando seas grande, mi amor. Tendrás todo lo que la vida te ha negado hasta ahora. Yo trabajaré sin descanso para eso. Y escucha bien, Mía no necesita un papá. Nos tiene a las dos y eres la mejor hermana mayor del mundo. Además—le sonrió, dándole un pequeño apretón en sus manitas—, te prometo que el próximo año tú, mi princesa, comenzarás a estudiar. Verás que todo va a cambiar.
Los ojos de Bel se agrandaron y se llenaron de lágrimas, pero sacudió la cabeza rápidamente, como queriendo apartar esa idea.
—¡No, no, mami!—dijo, con una determinación que me sorprendió—, yo soy muy inteligente. Guarda el dinero para Mía. Yo me quedo contigo, para ayudarte —Su voz se quebró un poco al final, y sentí un dolor profundo en el pecho.
Antes de que pudiera responder, escuché una voz grave y familiar detrás de nosotras.
—¡Cadete! —gritó Esteban con una sonrisa.
Bel se puso firme con una sonrisa enorme en sus labios y saludó.
—¡A su orden, capitán! —respondió, con su vocecita llena de emoción.
Esteban se rió y, sin pensarlo dos veces, la cargó en sus brazos, girándola en el aire. Belinda se echó a reír con esa risa pura y contagiosa que iluminaba cualquier habitación. Me quedé mirándolos, sintiendo una calidez en el pecho. Esteban me lanzó una mirada rápida y cómplice, como si dijera "Yo me ocupo". Asentí, agradecida, con una sonrisa que no necesitó palabras.
—Vamos, pequeña soldado, necesito tu ayuda para una misión muy importante—dijo Esteban mientras se llevaba a Belinda, haciendo que ella riera aún más.
Una vez que se alejaron, me quedé observando a Mía, que seguía dormida, tan tranquila, ajena al caos del mundo que nos rodeaba. Sus pequeñas manitas se movían en sueños, y yo sentí una punzada de amor tan intenso que apenas podía respirar. Me limpié una lágrima antes de ponerme a trabajar en la cocina.
Las horas comenzaron a pasar y, al asomarme un momento, vi a Bel con el coleto en mano, cantando feliz mientras limpiaba el piso. A pesar de todo, seguía siendo una niña, llena de vida y energía, intentando ayudarme como podía. Preparé el desayuno para los empleados, como cada mañana, con rapidez y precisión. Pero mi mente no estaba del todo allí. Pensaba en lo que le había prometido a Belinda. Sentí una mezcla de orgullo y tristeza. Orgullo porque ella era tan fuerte, tan resiliente, y tristeza porque yo no había podido darle todo lo que merecía hasta ahora.