Es interesante cómo las cosas suceden cuando menos de lo esperas. Justo cuando bajas la guardia y crees que todo está bien, te sorprendes. Como cuando empieza a llover aunque pronosticaron un día soleado. Como ahora. Las personas corren de un lado a otro, intentando protegerse de las gotas de lluvia que los descubrieron desprevenidos.
Pero no a mí. Siempre ando un paraguas conmigo cuando salgo, aunque en el cielo no se vea ni una nube. Algunas personas me han dicho que soy rara por hacer esas cosas o que me preocupo mucho sin razón. Hay quienes lo encuentran molesto y me lo han dicho. “Eres muy seria, Andrea. Relájate.” Chris me dijo eso una vez, por lo que a veces trato de tomarme las cosas con calma, pero simplemente soy así, me gusta ser precavida y ordenada.
Justo ahora me encuentro en una librería en el centro de la ciudad porque quiero comprar unos organizadores para mis cuadernos y que no estén tomando espacio innecesario en mi escritorio. Camino por los pasillos del lugar hasta que llego a lo que busco y termino llevando conmigo un par de soportes color blanco para poner mis cuadernos y algunos libros tal vez.
Estoy a punto de formarme en la fila para pagar, cuando un cabello revoltoso y castaño me llama la atención. Es imposible no verlo si es casi tan alto como los estantes. No me lo pienso mucho y decido acercarme para saludar. Dean se encuentra de espaldas a mí, lleva el mismo abrigo largo que le vi el día que nos conocimos. Aún no se percata de mi presencia, está muy concentrado revisando unas pinturas, dos tonos de rosa muy parecidos.
Cuando al fin se decide por una de las pinturas, se da la vuelta. En cuanto me ve, sus ojos se abren con sorpresa, pega un saltito en su lugar y choca con el estante a su lado. Los tarros que estaban ahí, terminan rodando por el suelo y yo ahogo un grito de la impresión, no esperaba que eso sucediera. Debí haberle dicho algo en cuanto me lo encontré en el pasillo, pero no lo hice al verlo tan concentrado. Aunque el que menos esperaba verme es Dean, por supuesto, quien está rojo como un tomate.
—Perdón, perdón—Trato de disculparme mientras me apresuro a recoger las pinturas que se cayeron, el chico hace lo mismo—. No era mi intención asustarte.
—No me asusté—Asegura, pero su respuesta no me convence del todo, el rubor en sus pecosas mejillas lo delatan—. Sólo me sorprendí un poco… Perdón, causé un desastre…
Cuando al fin terminamos de recoger todo y dejarlo acomodado tal como estaba anteriormente, terminamos caminando juntos hacia el cajero. Yo sigo con los soportes para mis libros, pero Dean al final escoge un paquete de pinturas de diversos colores, y mientras caminamos a través de los estantes se lleva unos pinceles con la punta delgada. A mí sólo me provoca curiosidad, así que cuando ambos terminamos de pagar, me vuelvo hacia él.
—Oye Dean—Lo llamo y me doy cuenta de que él ya tenía puesta su atención sobre mí—. Perdón por preguntar, ¿pero estás pintando algo?
El chico me mira por unos segundos sin decir nada, después responde con un movimiento de cabeza.
—¿En serio? ¿Puedo saber qué estás pintando?
Realmente tengo ganas de saber, ya que, a juzgar por el dibujo que hizo para el cartel de rosas el otro día, no me cabe duda de que este chico en definitiva tiene un talento para las artes. El castaño a aparta la mirada de mí y centra su atención en la lluvia que cae afuera, es ahí cuando me doy cuenta que tal vez me debo estar viendo muy entrometida, quizá estoy hablando con mucha confianza y, a pesar de que Dean me cae muy bien, cabe la posibilidad de que para él no sea lo mismo. Así que retrocedo un paso antes de hacerlo sentir incómodo, no quiero presionarlo si no me quiere hablar de su vida privada, después de todo no está obligado a hacerlo. Pero, para mi sorpresa, Dean carraspea y susurra por lo bajo:
—T-tulipanes.
Apenas si soy capaz de escuchar lo que dice, puesto que el ruido de afuera es mucho más fuerte que su voz. La expresión en mi rostro debe decirlo todo, ya que vuelve a repetir su respuesta, provocando que yo quede completamente sorprendida.
—Es de tulipanes.
No puedo contener la sonrisa que se instala en mi rostro, después de todo amo los tulipanes.
—¡Me la tienes que mostrar después!—Le digo y él me sonríe de vuelta, así que lo tomo como una promesa.
—Por cierto, Andrea, ¿qué hacías aquí?
Ah, sí, recuerdo que seguramente debí haberme visto medio sospechosa cuando aparecí de repente ante él, así que para apelar un poco en mí inocencia, levanto la bolsa en mis manos y le enseño lo que he adquirido.
—Buscaba algo para organizar mis libros.
El chico de rulos sonríe ampliamente.
—Ah, eres tan ordenada. Me encantaría ser así, pero mi habitación siempre está hecha un lío...
En mi mente se reproduce una imagen y no me cuesta mucho imaginar la habitación de Dean, con pinturas esparcidas por el suelo, un lienzo en proceso de convertirse en un gran cuadro, hojas de bocetos adornando cada rincón del lugar. Definitivamente sería un desastre. Estoy segura de que si yo entrara ahí me ganaría el impulso de ordenar todo, dejar las cosas más fáciles de alcanzar para que nada se pierda.
La sola idea provoca que se me escape una risilla de forma inconsciente, lo que no pasa desapercibido por el chico, quien me mira con los ojos abiertos de par en par y luego aparta la mirada. Su gesto me hace sonreír más.
Es muy tierno.
Afuera no parece que la lluvia vaya a detenerse pronto, el cielo está completamente oscuro a pesar de que no es tan tarde. Saco mi sombrilla del bolso y estoy a punto de despedirme de Dean cuando noto algo, él está muy ensimismado en mirar el cielo y no sé si lo que noto es preocupación en sus ojos.
—¿Trajiste paraguas?—inquiero, ya que no veo señales que te lleve uno consigo—. Podemos compartir el mío si no vas muy lejos.
Dean asiente ante mi propuesta, lo que me confirma que no trajo nada para protegerse de la lluvia. Así que abro el mío y lo extiendo sobre nosotros, aunque rápidamente me doy cuenta de un problema. El castaño es mucho más alto que yo, por lo que apenas si logro cubrirlo, aunque su cabeza termina chocando con el paraguas. Oh, no.