—Pásame una rosa, por favor.
—Ten.
—Ahora margaritas
—Aquí están.
Pongo el último elemento en el ramo de rosas y margaritas que está frente a mí. Luego hago mi mayor esfuerzo para envolverlo en el papel periódico, lo termino de amarrar con un lazo color vino. Doy unos pasos atrás para contemplar mi creación, comprobando que no se vea mal.
—Está hermoso, Andrea —dice el chico de rulos mientras me ayuda a recoger los restos que quedaron esparcidos en la mesa.
—Sólo sigo los ejemplos de internet —niego con la cabeza mientras pongo el ramo en la sección de pedidos—. Gracias por tu ayuda, Dean.
—No hay de qué. También es parte de mi trabajo, ¿sabes?
Dean ha sido de gran ayuda durante todos estos días en los que tía Lou no está. Aprende rápido y siempre está muy atento a todo lo que hago. Cuando trabajo con las flores o regalos, se sienta junto a mí a ayudarme y a veces hasta lo dejo a él encargarse de estos.
En El Edén casi siempre tenemos una lista de cosas por hacer, con orden de prioridad, cortesía de la dueña. Los pedidos de los clientes es lo más importante, así como atender a las personas que llegan. Pero también debemos de regar las plantas de acuerdo a la cantidad de agua que necesitan, hay unas que requieren muchas otras que se podrían ahogar si les ponemos la misma cantidad. También hay algunas que necesitan más sol, por lo que las sacamos en la mañana y cuando es tarde las volvemos a meter en la tienda. Y, por supuesto, debemos encargarnos de cosas básicas como la limpieza y cuando llegan productos nuevos me toca recibirlos.
Justo ahora me encuentro haciendo inventario de las flores que tenemos y las que hacen falta para San Valentín. Ya tía Lou ha adelantado algo, incluso ha hecho el primer pedido, pero como es un evento tan importante para la tienda, quiere que me asegure que no falta nada. Y mientras yo me encargo de la parte más numérica por aquí, Dean corre a atender a un hombre que acaba de entrar al lugar.
Saco una hoja y con plumones de colores escribo el título, debajo las especies y cantidades. También las comparo con la cantidad de pedidos que tenemos y la estimación de personas que llegarán a comprar el mismo día.
¿Será que Chris me dé algo?
Las rosas son indispensables, pero también sería buena idea tener otras especies. Tal vez algunas gardenias o crisantemos. Además, hay algunos pedidos con claveles.
El estridente sonido de algo quebrándose me saca de mi tarea.
En el suelo hay vidrios rotos esparcidos por todo el suelo, pero lo que me asusta son las gotas carmesí goteando de su mano.
Me levanto de un salto de mi lugar y me acerco a la escena, donde Dean Morris mira con la cabeza gacha el suelo lleno de cristales. No se ha movido ni un centímetro de donde está. A su lado un hombre casi tan alto como él lo mira con furia y la cara roja.
—¿Oye estás sordo, muchacho? ¡Mira lo que has hecho! —En cuanto se da cuenta de mi presencia levanta la vista hacia mí—. Al fin alguien con quien puedo hablar.. .—Hace una mueca— ¡Pero si es otra mocosa! ¿Dónde está el encargado?
—Yo estoy a cargo aquí —vocifero con un tono más alto de lo que estoy acostumbrada—. Cualquier cosa que tenga que decir me lo dice a mí.
Me coloco delante de Dean, como si fuera una especie de muralla entre él y el hombre, a pesar de que los dos sean más altos que yo. El castaño al fin parece reaccionar y por encima de mi hombro observo cómo me mira con cara de horror, incluso sus pecas se han escondido de lo pálido que está.
—¿Estás bien? —pregunto con preocupación.
—S-sí.
Una vez obtengo una respuesta, me volteo nuevamente al hombre y lo encaro alzando la barbilla, tal vez para parecer más alta o para demostrar que no tengo miedo de él. Aunque, claro, es todo lo contrario.
—Ayer compré eso a un precio ridículo y hoy estaba roto —Se queja el hombre mientras señala los pedazos de vidrio en el suelo.
Sí, ya puedo ver.
Me callo y espero a que él termine de hablar. La ira lo está controlando, no quiero exaltarme también o esto terminará mal. Mucho menos cuando Dean está detrás mío siendo testigo de todo esto y ya salió lastimado. Debo terminar esto rápido para ir a tratar su mano cuanto antes.
—¿Y cómo quiere que le ayude? —inquiero, controlando mi voz lo más que puedo.
—Exijo que me devuelvan el dinero.
La forma en la que lo pide me parece ridícula. Si hubiera llegado a hablar como personas civilizadas, ya habríamos llegado a un acuerdo. Pero eso es imposible. Lo único que quiero es que desaparezca de aquí.
—Señor, no puedo hacer eso cuando…
—¿Tú también sales con esa mierda? —Me corta.
Respiro hondo.
Finalmente me aparto del castaño y él da unos pasos hacia atrás, pero luego veo como me sigue hasta que ambos llegamos al otro lado del mostrador. Su mano aún sigue sangrando, pero su mirada es completamente diferente. No ha apartado la mirada del cliente en ningún momento.
—Bueno, aquí está el dinero.
Ni siquiera debo de revisar cuál era el precio del producto porque es muy obvio para mí, así que solo saco la cantidad y la pongo frente a él.
—Tengo. Pero no vuelva a poner un pie en este lugar o llamaré a la policía —digo, de forma tan tranquila que ni siquiera parece una amenaza—. Váyase.
Pero al hombre no le hace nada de gracia.
—¡Entonces yo los demandaré por estafa!
Finalmente, el hombre se va y yo me vuelvo hacia el chico de rulos casi de forma instantánea.
—Déjame ver eso.
Tomo su mano entre las mía, las cuales tiemblan por un momento ante mi tacto. La sangre no deja de salir de la mano de Dean y me asusta lo profunda que se ve la herida. No es algo que se pueda resolver con una curita y ya, necesita que lo cosan.
—Vamos, Dean—le digo, soltando su mano.
—¿A dónde?
—A un centro médico, necesitamos que te traten esa herida.