La noche ha caído por completo, envolviéndolo todo en un manto de oscuridad. Hoy parece que la luna nos ha dado la espalda, y ni siquiera las estrellas se han molestado en aparecer. Solo la luz fría de las farolas rompe la penumbra, lanzando sombras alargadas sobre el pavimento.
Estoy a unos metros de mi casa, pero me detengo en seco. Chris baja de su auto en cuanto me ve y comienza a caminar hacia mí. Cuando llega a mi lado, la luz de una farola ilumina su rostro, esculpiendo sombras profundas que hacen que sus facciones parezcan aún más tensas.
—Chris... hola. ¿Qué haces aquí? —pregunto, sorprendida.
Mis palabras se desvanecen cuando me fijo en su expresión. Su cabello, perfectamente peinado como siempre, está impecable, pero hay algo diferente en su rostro. Esa mirada... nunca la había visto antes. Sus ojos oscuros, que solían tener un brillo cálido que me robaba el aliento, ahora están llenos de juicio, fríos e implacables.
—¿Dónde estabas? —pregunta con un tono cortante.
—Salí con un amigo —respondo, intentando mantener la calma.
—¿Por qué no me contestaste? Te estuve llamando varias veces —insiste, y su voz no deja lugar a dudas: está molesto.
Frunzo el ceño, desconcertada. Estoy a punto de asegurarle que nunca recibí sus llamadas, pero cuando reviso mi teléfono, ahí están. Varias llamadas perdidas. ¿Cómo no las escuché? Probablemente fue mientras estaba en la colina con Dean.
—Perdón, creo que tenía el teléfono en silencio. ¿Para qué querías hablar conmigo? ¿Pasó algo?
Chris deja escapar una risa amarga, cargada de sarcasmo.
—¿Que si pasó algo? ¿Te vas con otro chico y esperas que no pase nada?
Su comentario me toma por sorpresa. Frunzo el ceño, confundida. ¿Está hablando de Dean? ¿Cómo lo sabe?
—¿Cómo sabes eso? —le pregunto, intentando mantener la compostura.
Chris me observa con una dureza que nunca antes había dirigido hacia mí. De repente, me siento pequeña bajo su mirada, como si no fuera más que una molestia para él.
—Todo el instituto lo sabe, Andrea.
Saca su teléfono y me lo muestra. En la pantalla hay una foto. Es de Dean y yo, sentados en medio de un campo de flores lilas. Desde el ángulo en que fue tomada, parecemos muy cercanos; mi mano está levantada hacia su cabello, como si lo acariciara. Su rostro no se ve, pero sus rizos son inconfundibles. En cambio, el mío está perfectamente visible.
—¿De dónde sacaste eso? —pregunto, sintiendo cómo mi estómago se revuelve.
—Alguien los vio y compartió la foto en un grupo. Ahora todos andan diciendo que estás conmigo por lástima o que ya tienes a alguien más. Incluso me comparan lo que pasó con Kristen.
Abro la boca, pero las palabras no llegan. No puedo creer que algo tan inocente haya desencadenado tantos rumores. Nunca pensé que la gente se interesara tanto en lo que hago, y mucho menos que distorsionara las cosas de esta manera.
—Sólo salí con un amigo, no tiene nada de malo —le digo finalmente, aunque aún no entiendo por qué está tan alterado.
Chris da un paso hacia mí, y su ceño fruncido se intensifica.
—Como mi novia, deberías tener más cuidado con quién sales —susurra, y sus palabras son como dagas.
Me quedo helada. Esas palabras... no son una petición. Son una amenaza.
—Chris, no estamos saliendo de verdad —le recuerdo, retrocediendo un paso.
—Pero los demás creen que sí, y eso importa. No está bien que andes a solas con otro chico que no sea yo. No lo vuelvas a hacer.
Lo miro, incrédula, esperando que se retracte, que diga que fue un error. Pero no lo hace. Su rostro está serio, decidido. Trago con fuerza, intentando contener mi enojo.
—No tienes derecho a decirme con quién puedo o no puedo estar.
—Aceptaste este trato, Andrea. Pero no podemos fingir ser novios si la gente empieza a pensar que andas con otro. ¿Qué clase de reputación me deja eso?
Sus palabras me golpean como flechas, dejándome aturdida. Por un instante, no sé si quiero gritarle o simplemente dar media vuelta y largarme. Pero el silencio que nos rodea no me permite escapar. La ira comienza a arder en mi interior, creciendo sin control, hasta que se desborda y me obliga a soltar todo lo que he estado guardando.
—¿De repente soy tu novia cuando siempre me ignoras? —espeto, con una voz que apenas reconozco como mía—. Rara vez me hablas, nunca estamos juntos, y cada vez que intento acercarme, siempre estás ocupado. Si la gente piensa que no eres suficiente como novio, es tu culpa.
Mis palabras caen como un látigo. Chris me mira, atónito, como si no pudiera creer lo que está escuchando. Nunca antes le había hablado así, pero estoy harta. Christopher Williams no tiene derecho a venir a reclamarme, a señalarme como la culpable, cuando ha sido él quien nunca se ha comprometido con este teatro absurdo que inventó. Él me arrastró a esto, y yo, ingenua, acepté.
He intentado cumplir con todo lo que me pidió, incluso cosas que me hacían sentir incómoda. Me he esforzado en agradarle, en llamar su atención, en satisfacer sus expectativas. Y él nunca lo notó. Ni una sola vez. ¿Y ahora tiene el descaro de reprocharme algo?
Duele. Duele que piense que no soy suficiente.
Pero ya basta. Estoy cansada de este juego interminable, de caminar en círculos dentro de este laberinto que no tiene salida. Estoy harta de esperar algo que nunca va a suceder. Esta ira que me quema es la señal que necesitaba, el empujón para decirle todo de una vez por todas.
Levanto el rostro y lo miro a los ojos, aunque mi corazón amenaza con romperse en mil pedazos.
—Me gustas, Christopher.
Mi voz tiembla, pero las palabras están ahí, flotando entre nosotros.
—Hace tiempo que me gustas.
El silencio que sigue es ensordecedor. Lo único que escucho es el martilleo frenético de mi corazón. Chris baja la mirada, su rostro ya no es el de siempre. No tiene esa seguridad que tanto lo caracteriza.