El sol de media mañana calienta suavemente la zona verde del instituto, donde las mesas de madera se encuentran desperdigadas entre el césped bien cuidado. Me encuentro aquí, sentada junto a Lex, mi hermana menor, mientras le explico algunos temas de Química que se le complican. No es algo común entre nosotras; de hecho, creo que podría contar con los dedos de una mano las veces que me ha pedido ayuda en algo. Pero hoy, por alguna razón, lo ha hecho, y yo me siento extrañamente bien por ello.
A nuestro alrededor, Eli, Cherry y Noah también están aquí. La pareja parece completamente absorta en alguna de las series que ven en el celular, compartiendo auriculares y risitas cómplices. Cherry, sin embargo, se inclina levemente hacia nosotras, prestando atención también a la explicación.
—Contigo es mucho más sencillo entender, no sé por qué nunca te pedía ayuda —dice de repente Lex, apartando la vista de los números para mirarme.
Me encojo de hombros, intentando disimular la sonrisa que amenaza con asomarse. Es raro escuchar ese tipo de comentarios por parte de ella, pero me reconforta. Quizá sea porque, de a poco, siento que las barreras que antes nos mantenían distantes están desapareciendo. Ya no hay tanto recelo entre nosotras, aunque tampoco es que compartamos nuestros más profundos secretos. Pero así somos, y creo que eso está bien. Yo tengo a mis amigas, y ella tiene las suyas, pero en el fondo, si alguna vez llegáramos a necesitar la una de la otra, estoy segura de que estaríamos allí.
—¿Verdad que sí? —interviene Cherry, con una sonrisa—. Gracias a Andrea pude pasar Mate. Explica mejor que los profes.
Lex asiente, como si fuera obvio, y luego se vuelve hacia mí con esa expresión que mezcla admiración y diversión.
—Deberías ser profesora, explicas bien. De preparatoria o universidad, tal vez. Es que los niños son molestos, pero tienes mucha paciencia, igual que papá. Me aguantas a mí y eso ya es algo.
Yo sonrío, divertida.
—Pero tú me caes bien.
Lex enarca una ceja, escéptica.
—¿Estás diciendo que nunca te saco de quicio?
Me lo pienso un segundo antes de responder, jugando con el borde del libro de Química. Me considero una persona paciente, pero hasta yo tengo un límite.
—Solo a veces.
Lex hace una mueca, pero sus ojos brillan con una chispa traviesa que me hace reír.
—Ya...
A pesar de la ligereza de la conversación, sus palabras quedan rondando en mi cabeza. No es la primera vez que me dicen que se me da bien enseñar, y, sinceramente, creo que estoy empezando a tomarlo en serio. No me desagrada la idea. De hecho, creo que me gusta. Y tampoco puedo ignorar por completo las palabras de la profesora Gantt: si se me dan bien las ciencias, debería aprovechar eso.
Quito las manos de la mesa y las entrelazo, pensativa.
—¿En serio lo creen? —mi pregunta parece tomarlas por sorpresa, porque hasta Eli y Noah levantan la mirada del teléfono.
—Claro que sí, Andrea —dice Cherry sin dudar—. Creo que eres la persona más indicada para eso. Créeme, le haría un favor a los estudiantes si lo fueras.
—Serías la mejor profe de todas —sonríe Noah.
—Yo hasta reprobaría a propósito para que me dieras clases de nuevo —comenta Eli, con una sonrisa ladeada.
Yo niego con la cabeza entre risas, pero sus palabras se quedan en mi mente, sembrando una idea que empieza a echar raíces.
Cuando recuerdo las horas que papá invierte en preparar sus clases, en buscar material adecuado para sus estudiantes, lo tarde que se va a la cama, entiendo lo difícil que es. Pero también recuerdo cómo se ríe mientras revisa trabajos, las anécdotas divertidas que nos cuenta de sus clases, y la forma en que sus ojos brillan cuando aprende algo nuevo, aunque sea el profesor. Es un área en la que nunca se deja de aprender, y eso me gusta.
En la siguiente clase, mientras el profesor explica un tema complicado y un compañero se inclina hacia mí para que le aclare algo, me doy cuenta. Y, de repente, todo hace click.
La primera persona a la que quiero contarle esto está, probablemente, a kilómetros de distancia. Cuando suena el timbre de la última clase, saco el celular con rapidez, abro el chat con su nombre y recuerdo lo que le dije a Dean: que, cuando supiera lo que quería hacer, él sería el primero en enterarse. Es otra promesa que no quiero romper.
Mis manos tiemblan más de lo normal mientras escribo, y siento un cosquilleo recorrerme el pecho. Repentinamente, me siento tan ansiosa que incluso las chicas se voltean a verme con preocupación.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —pregunta Eli, acercándose a mí.
—Sí, sí... solo... necesito hablar con alguien.
Asiente, pero noto que sus ojos se deslizan rápidamente hacia el nombre en la pantalla de mi celular. Su sonrisa pícara me hace poner los ojos en blanco.
—Ya veo...
Antes de que pueda decir algo, Cherry me llama la atención, señalando hacia el frente.
—Creo que hay alguien que también quiere hablar contigo.
Levanto la vista. Christopher está de pie a unos pasos de nosotras, como si llevara ya un rato esperando. Se acerca con una sonrisa ladeada.
—¿Qué quieres? —espeta Cherry de manera cortante.
Christopher deja escapar un suspiro de cansancio.
—¿Sabes? Estoy empezando a creer que no te agrado, Jacobsen.
—Cree lo que quieras, Williams.
Hay un momento de silencio, en el que las chicas se miran entre sí y luego me vuelven a ver a mí. Siento que hay muchas cosas que quieren decir, pero se obligan a no hacerlo. Por mí. De cierto modo estoy agradecida por eso, pero también me hace sentir como una persona terrible.
—Te esperamos afuera —dice Eli finalmente.
Yo estoy a punto de decir algo, pero la voz grave de Christopher me detiene.
—No hace falta que lo hagan. Se irá conmigo.
Sus palabras me sorprenden o, más bien, el tono en el que las pronuncia. Las chicas me vuelven a ver, presiento que no me quieren dejar sola con él por algún motivo que no entiendo. Christopher y yo tenemos un trato después de todo. Yo asiento con la cabeza y les doy una sonrisa para asegurarles que todo está bien. Y, después de una breve despedida, las veo alejarse, recelosas, hacia la salida.