Cerca de ti

Epílogo

El campo de flores silvestres se extiende hasta donde alcanza la vista, una marea lila que parece infinita. Estoy sentada en la hierba, con las piernas cruzadas, mientras Dean me observa desde su lugar. En una mano sostiene un pequeño cuaderno y en otra un lápiz de dibujo. El viento suave juega con mi cabello. De vez en cuando, veo a Dean sonreír, como si algo en mi postura o en el paisaje le pareciera digno de guardar para siempre en trazos firmes sobre el papel.

Después de tanto insistir, al fin está haciendo otro retrato de mí, como aquel que encontré aquella vez por accidente en la floristería.

—No te muevas —Me dice en voz baja, casi un susurro.

—No me estoy moviendo, el viento es el que no ayuda —respondo, pero lo cierto es que me cuesta mantenerme quieta bajo su mirada intensa.

La tarde es perfecta. El cielo es un azul claro, sin ninguna nube a la vista, y el sol acaricia mi piel oscura. Es cálido pero no abrasador. Es el tipo de día que uno desearía que nunca terminara.

Aprecio los momentos como estos, ya que son muy pocos. Desde que inicié la universidad voy muy pocas veces a casa. Tuve que pasarme a vivir a la residencia, no es que el lugar esté muy lejos, pero viajar todos los días es realmente complicado, por lo que preferí quedarme a vivir allá.

De repente, Dean deja el lápiz a un lado y se acerca, sus dedos rozando con suavidad un mechón de mi cabello. Me estremezco involuntariamente.

—Tu cabello... —murmura, apartando el cabello de mi rostro con delicadeza—. No lo puedo capturar bien en el papel.

Me mira como si quisiera decir algo más, pero solo sonríe de esa forma suya, como si guardara un secreto. El contacto de su mano es cálido, tan ligero que parece irreal.

Pasamos así un rato, en ese silencio cómplice, mientras él regresa a mi dibujo y yo simplemente disfruto del momento, del día, de él.

Sonrío.

—¿Qué tal va tu portafolio?

—Creo que va quedando bastante bien. Ya tengo mucho material para presentar —dice y noto un ápice de orgullo en el tono de su voz.

Dean decidió seguir su sueño y estudiar artes. Este año se postulará para entrar en esa universidad que tanto le gusta. Así que, como es su último año de preparatoria, ha estado preparando un portafolio de arte para presentarlo como requisito para obtener un lugar en la universidad.

El lugar al que tanto quiere asistir, está a kilómetros de distancia. Básicamente otro país. Y eso es aterrador.

Cuando bajo levemente la mirada, siento como si leyera lo que estoy pensando. Deja el cuaderno a un lado y se acerca a mí. Cuando toma mis manos con delicadeza, siento como si el mundo se detuviera.

—Hey, ¿qué pasa?

Yo niego con la cabeza, restándole importancia. Pero es imposible. Su mirada está fija en mí.

En las últimas semanas lo único en lo que he pensado es en la distancia que hay entre la universidad de sus sueños y en la que yo estoy. Son demasiados kilómetros. No se llega casa en una hora en autobús, tienes que tomar un avión para hacerlo. Y no paro de pensar en solitario que será estar tan lejos de él y en lo significará eso para nuestra relación. Me pregunto si incluso habrá lugar para un nosotros cuando el momento de despedirnos llegue… Pero no lo digo y no lo haré, porque no quiero que se sienta mal por algo así.

Jamás me interpondría entre él y sus sueños. Así de grande es lo que siento por él.

En cambio digo:

—Te voy a extrañar.

—Aunque estemos lejos, seguiremos juntos. Todo está bien.

Su sonrisa es suficiente para apaciguar cualquier duda en mí.

Tiene razón, estaremos bien.

—¿Qué tal las clases? —Me pregunta, sus ojos claros puestos firmemente sobre mí—. ¿Ya te acostumbraste a ellas?

—No sé si sea exactamente para mí —confieso—. Pero lo voy a descubrir.

—Siempre puedes empezar algo más si no te sientes a gusto. No pasa nada si te sientes fuera de lugar. No tienes que tener todo resuelto todavía.

Sonrío.

—Está bien no tener todo resuelto.

Me ha costado mucho aceptar el hecho de que la vida es como caminar a ciegas por un laberinto con múltiples salidas. Es difícil saber cuál es el camino correcto, pero la única manera de llegar al final, es recorrerlo. Puede ser que me equivoque y me tenga que devolver, pero eso solo significa que tengo que seguir adelante.

Si las decisiones que he tomado hasta ahora son buenas o malas, eso solo el tiempo lo dirá. Mientras tanto, buscaré el lugar que me haga feliz.

Cuando el sol comienza a bajar, recogemos nuestras cosas y nos preparamos para volver. Pero, de pronto, siento una gota fría en mi mejilla. Luego otra. Miro hacia arriba: el cielo sigue claro, pero empieza a llover. Es una llovizna suave, casi mágica, con el sol brillando aún, haciendo que las gotas reluzcan como pequeños cristales suspendidos en el aire.

—Increíble... —murmuro, maravillada por el contraste.

Dean me observa, su cabello castaño oscureciéndose por el agua.

—Vamos, antes de que empiece a llover en serio —dice, aunque ninguno de los dos se mueve.

Con una sonrisa, abro mi bolso y saco un paraguas pequeño pero suficiente para cubrirnos a ambos, Dean lo toma entre sus manos con suavidad. Nos ponemos en marcha, dejando el campo lila atrás mientras el paisaje se vuelve más verde, más denso, como si estuviéramos cruzando a otro mundo.

El sonido de la lluvia y nuestros pasos acompañaban el silencio, hasta que decido romperlo.

—Puede que no tenga aún esa parte de mi vida resulta —digo de repente.

Clavo mi mirada en el rostro del chico, recorro cada una de sus facciones: sus ojos claros, las pecas que le recorren el rostro como si fueran una constelación y ese cabello rizado que tanto me gusta acariciar cuando baja la guardia.

Sonrío.

—Pero al menos sé dónde debo estar.

Dean me mira de reojo, con una ceja levantada.

—¿Dónde?

Le sostengo la mirada por un instante, sintiendo el calor subir a mis mejillas.




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