Cero

CAPÍTULO 1: Espera, ¿enserio?

Era de noche, una espesa neblina cubría las faldas de las montañas y sólo la alarma de una fábrica de una clinica resonaba en todo el bosque. Apenas se escuchaban gritos de los pocos trabajadores escapando a vivas voces. Mientras tanto, un científico empujaba una silla de ruedas y un cuerpo en el medio del pasadizo, era el experimento.

El científico transpiraba mucho y su respiración pesada era el eco del lugar.

«Falta poco» se decía así mismo. Viendo un pasadizo, perdio su vista y su pierna derecha estaba manchada por hoyos de putrefacción. En el momento que volteo por una esquina, una fuerza superior lo golpeó. Directo en el abdomen, aterrizó lejos de la silla, su cuerpo se contuvo ante el dolor contra un muro. Volteo entre quejidos hacia una silueta borrosa.

No podía ver. En un rapido movimiento, sus pupilas viajaban rapido de un lado a otro en un ataque cardíaco cuando la figura desapareció.

— No … — susurro miedoso— no te lo lleves.

Ladeo la cabeza, con la esperanza de ver algo, mientras la neblina cubrio su cuerpo y entró por cada uno de los hoyos. Al final, el techo de esa clinica se destruyó sobre él.

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Días más tarde …

Era un sábado por la tarde, en un campamento escolar en un hermoso bosque protegido, los estudiantes de una escuela se preparaban para dos noches de eventos. Todos se veían emocionados, todos menos Connor Ayala, sumergido en su miseria, aquel joven de solo dieciséis años, apodado “cero”, fue empujado contra una puerta.

Vestido con la simple chaqueta deportiva del colegio, pintura en aerosol dibujo en su espalda “CERO”.

— ¡Oye! ¡cero! — Exclamó el chico que lo sujetaba. Un poco más musculoso — ¿Cómo es que no lo tienes?

El rostro de su acosador estaba muy cerca, el apodado Cero apenas pudo verlo, golpeando la puerta. Vio su miedo reflejado en los ojos grises de su bullying.

« ¡Claro que no! No sere el idiota que trajo cervezas al campamento » sus ojos hablaban mas de lo que creia. Tomándose unos segundos en un vacio por sus pensamientos y encontrándose en el reflejo de los ojos de Dylan.

— Responde — gruño. Su enojo era palpable. Sujeto la ropa de Connor, antes de empujarlo al suelo— maldito idiota, tenías una simple tarea.

— Dylan, no es para tanto — mencionó uno de sus amigos, echado en su cama. Cabello oscuro y casi rapado— además, ¿Adonde iríamos? ¿Al bosque? No gracias, no pienso.

— ¿Acaso pedí tu opinión? — interrumpió Dylan.

No era fácil negarse a ese chico violento, nieto del director. Un bravucón que se convirtió en el jefe de todo el colegio. Era más sencillo solo asentir, ninguno quería estar frente a esa sonrisa que engendraba el miedo en cualquiera. O de la sonora cachetada de sus años de bravucon sobre la mejilla de Connor.

Se tornó rojo, antes de volver a jalar su ropa y empujarlo fuera de la habitación. Terminando por caer al suelo.

— ¡Traelas! ¡YA! — ordenó Dylan al cerrar la puerta.

Su mejilla ardía y su espalda empezaba a doler, pero ni siquiera podía quejarse o buscar ayuda. Eso lo sabía bien, ni siquiera cuando sus ojos terminaron sobre su tutora, la profesora Jimena, quien vio por unos segundos ese ardor claramente rojo.

— No te quedes en el pasadizo, aquí no hay salidas de emergencia — dictó ella, antes de seguir caminando.

Connor lo sabía, nadie lo iba a salvar.

« Como me gustaría ma … »

«Si te van a golpear que sea frente a alguien, así tendrás un hueso roto pero también un testigo» un pensamiento inoportuno que su vecino policia una vez dio y de pronto, la sonrisa calma de su padre antes de morir. Lo sabía bien, nunca podria enfrentarse a Dylan, él era mucho más fuerte.

Sacudió su cabeza. No podía creer su nivel de cobardía y la rabia escondida cada vez que empuñaba sus manos. Continuó caminando y fantaseando, buscando su forma de alejarse y pasar esas dos noches lejos de los matones.

Absorto solo por sus pensamientos, aquel sueño regresó en sí. Él con un arma al frente de sus compañeros, totalmente quietos en sus asientos.Con cierta emoción, hasta que escuchó su nombre.

—Connor — era un hombre fornido. El profesor de ciencias, Emanuel Mendoza. Era uno de los pocos maestros que decidieron ir a cuidar a los menores por voluntad propia.

El chico respondió solo con una mueca de respeto y siguió. Pasó los siguientes cinco minutos viendo a sus compañeros divertirse en el campo cercano al gran bosque, docentes preparando el evento principal de actuación y la naturaleza jactándose de su libertad en la cara de Connor.

«No es para nada lindo» susurró al ver la belleza del lugar.

Fue muy rapido, siguio su camino tan lejos como era posible. Olvidándose todo, mientras recorria en la soledad olvidándose de las horas, el cielo se tornaba naranja con el sol cerca a un ocaso.

« Como quisiera terminar con él » pensó tan pronto como se pudo sentar contra un árbol.

— ¿A dónde vas? — Era Dylan a unos metros de él.

Como si fuera una alarma, se asustó y se escondió detrás del árbol, pero la pregunta no era para él, era para Zoé Cardenas. Miembro del equipo de béisbol de la escuela y que hubiera sido convertida en un cero como él, si no fuera porque Dylan estaba enamorado de ella. Podía ser increíble a los ojos de algunos, pero para Connor siempre sería la misma chica egocéntrica que menosprecia a los demás.

«Maldita suertuda» pensó al ver como Zoé volvió a negar cualquier oferta de Dylan. Poco a poco se encontró ensimismado por la escena. Una caja de cerveza robada a un lado de una chica estoica, con una expresión casi socarrona. Sin embargo, y sin darse cuenta, una pierna lo empujó al otro lado del árbol. Terminando en el suelo y llamando la atención de ese grupo.

— Lo siento — escucho, tan ligero como el viento golpeando su cabello. Un chico escondido y con miedo.

Connnor abrió los ojos, sus pupilas se dilataron con odio delante del chico que se asustó y se escapó entre gatos tontos.




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