Cero

CAPÍTULO 9: Yo lo haré

— Por favor, por favor, respondan.

Exigio entre susurros una joven de cabello corto, desesperada con un celular en mano. Sentada en la tapa del inodoro, mientras una segunda joven, con dos coletas, temblaba llena de miedo sentada en la bomba. Ambas con sus ojos sobre las barras de señal del celular, esperando una sola señal de esperanza.

— ¿Vieron lo que hizo Cero? dijo Connor. ¿Qué le pasa? — preguntó la chica sentada en el segundo nivel del inodoro.

Dejo de ver su celular, con el cabello corto pegado a sus mejillas por el sudor, se acurrucó en un rincón del cubículo, mientras otra chica, con una coleta apretada, estaba sentada en la tapa del inodoro, sujetando una bolsa con varios celulares, su mirada fija en la puerta como si pudiera ver lo que había afuera.

— Oigan, Diana, Jessica — susurró una voz masculina temblorosa desde el cubículo de al lado — ¿No creen que los monstruos cortaron la señal?

— ¡Renato, cállate! — espetó la chica de coleta, Jessica, apretando los labios con fuerza, su miedo filtrándose en su voz, volviéndola aguda.

— Ya paren los dos — interrumpió Diana, intentando mantener la calma, aunque su respiración rápida y entrecortada delataba lo contrario. — Tenemos que salir de aquí.

— ¿Y cómo demonios haremos eso? — Renato tocó el divisor de metal. Temblando y con lágrimas asomándose en sus ojos.

Las chicas se miraron, un destello de duda y terror cruzando entre ellas. Diana, fue la primera en moverse. Tragó saliva, como si su garganta estuviera hecha de nudos. Con un temblor visible en sus manos, se levantó, sus piernas sintiéndose más pesadas a cada paso que daba hacia la puerta.

— ¿Diana? — susurró la chica de coleta, su voz apenas era un hilo mientras se levantaba. Los músculos tensos por el miedo.

El tiempo pareció detenerse mientras Diana alargaba la mano hacia la manilla de la puerta. Cada movimiento parecía costarle un mundo. La respiración de las tres se volvió un eco pesado en el pequeño espacio cerrado.

La puerta del cubículo se abrió con un leve chirrido. Frente a ellos, el baño brillaba en su vacío y el débil resplandor de la luz tenue le daban una sensación irreal, casi siniestra.

Con pasos cautelosos, salieron del cubículo. Renato también salió con el palo de una escoba. El eco de sus pisadas rebotaron al salir, en el pasadizo, unos metros cuando un sonido hizo que todos se detuvieran en seco.

Pisadas, delicadas y constantes.

— No, no, no — Renato susurró. Retrocedió hasta chocar con la pared.

Desesperados por esconderse, voltearon a su alrededor. Sus cuerpos se acercaron, cerraron sus ojos. El miedo estrujo sus pechos, hasta que el sonido se detuvo. El corazón les retumbaba en los oídos.

— ¿Hay alguien aquí? — preguntó una voz femenina.

La profesora Jimena llegó frente al trío. Los tres mostraron alivio al verla. Sin embargo, Renato se apuró y se puso delante de las dos chicas.

— Calmense— ella alzó sus manos— Soy la profesora Jimena. Debemos escapar, El profesor Morales se ha convertido en un monstruo.

— ¿Renato? — preguntó la mujer.

— ¿Cómo sabemos que eres la profesora en realidad? — preguntó él— los monstruos de hoy, son inteligentes. Seguro quiere engañarnos.

— ¿Monstruos inteligentes? — con asombro, Jimesa arqueó sus cejas— eso no existe.

— Profesora — detuvo Diana, tratando de aguantar las lágrimas— el profesor Morales y Karina, del grupo de béisbol, se han convertido en monstruos, en vez de brazos tienen algo como tentáculos y espadas.

— Y, en el patio del estadio —gimoteo Jessica— hay varios muertos.

— Renato Davila, Diana Diaz y Jessica Quispe —respondió la profesora Jimena— soy su tutora, estoy atrapada aquí, como ustedes. Pero tengo un trabajo como profesora, debo hacer que sigan vivos. ¿Entienden? Aunque, no tengamos carro.

— Debemos buscar señal — detuvo Diana, viendo el celular.

Ella siguió caminando. Seguida por los otros dos adolescentes y en poco tiempo, Jimena volteo atrás y los siguió.

« Que bueno, pensé que me quedaría sola aquí. Ellos son niños y parece que ya tienen un plan y si no, solo debo volver a esconderme hasta que venga la policía» pensó Jimena, emocionada.

Mientras tanto en el bosque, Connor fue obligado a sentarse en un círculo junto a Zoé, Leonardo y el profesor Emanuel. Indiferente a todo, el joven de ojos ónix apartó su mirada, con una postura rígida hacia el césped casi seco, en una respiración lenta frunció el ceño. Contrastaba con el del resto, a cada segundo, cada vez más calmado a un nivel inquietante que noto Zoé, sentada a su derecha.

— ¿Cómo sigues vivo? — Leonardo llamó. Sus ojos entrecerrados, fijos sobre Connor. La tensión en su mandíbula era visible.

No apartó sus ojos de Connor, ni siquiera cuando él volteo. Solo fueron unos segundos hasta que no pudo más y apartó su rostro.

—No estoy seguro de nada —murmuró Connor, apretando los labios. Su voz era firme, pero cada palabra parecía pesarlo. Jugaba con el báculo entre sus manos, como si hubiera respuestas en él.

— Pero — detuvo Zoé, una cálida sonrisa— estás aquí. Es lo importante.

Connor la miró, pero sus ojos no mostraban la misma suavidad de antes. Sus manos apretaron con fuerza el báculo.

—Si estoy aquí —respondió en un susurro helado— es porque quiero matarlos —Su mirada, cargada de odio, se clavó en el suelo, como si ya pudiera ver a sus enemigos caer. Cada músculo de su cuerpo se tensó.

El profesor Emanuel observó a Connor con creciente inquietud. La ira, el deseo de venganza, no era algo que alguien como Connor debería cargar. O eso es lo que él creía.

« Esa cara, ¿En verdad quiere matarnos? » Dudo para sí mismo Emanuel. « La ley permite a cualquiera abandonar todo o hacer cualquier cosa para sobrevivir a un ataque de monstruos. Seguro Connor debió pensar eso».

Aunque Emanuel no sabía cómo actuar, su cabeza estaba dividida entre salvar al grupo o escapar, aún cuando era profesor.




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