Cero

CAPÍTULO 10: ¿Que voy a hacer?

Pisadas en el bosque se detuvieron en medio de la oscuridad. Dos figuras avanzaron en silencio, deteniéndose en cada crujido de las hojas secas.

Dylan y Dante, sus ojos voltearon de un lado a otro. Revisando no ser visto por esos monstruos que una vez vieron en el campamento, sin saber la hora y solo guiados por los pocos faros de luz. Sin embargo, los ojos de Dante terminaron sobre el castaño.

— ¿Leo habrá escapado con Zoé? — pregunto al aire.

— ¿Por qué te preocupas por ellos? —susurró Dylan, su voz baja y cortante como una cuchilla. La frialdad en sus palabras hizo que Dante se estremeciera— Solo concéntrate en escapar.

Dante intentó replicar, pero algo en su entorno lo dejó mudo. Alzó las cejas, los ojos fijos y asustados en dirección a algo más allá de Dylan, hacia una sombra que se movió junto a un árbol retorcido, de aspecto antinatural.

Dylan, al notar el cambio en el rostro de su amigo, siguió la dirección de su mirada. La luz de la luna se coló entre los árboles, revelando lentamente la figura del subdirector inmóvil. Su cuerpo yacía extendido en un ángulo extraño, la mirada perdida, con dos huecos oscuros y profundos marcando su frente y su pecho.

— Camina —dijo Dylan. Empujó a su amigo hacia adelante— te dije que avanzaras.

Dante, con la vista aún fija en el cadáver, se dejó empujar, sus pies tropezando mientras Dylan lo forzaba a mirar hacia adelante. A medida que se alejaban del cuerpo, los dos avanzaron, intentando no hacer ruido, pero una inquietud palpable se apoderó de ellos. Apenas habían dado unos pasos cuando una fuerza invisible los detuvo de golpe, los empujó hacia atrás, como si hubieran chocado con una pared transparente.

Dylan extendió la mano hacia adelante, con precaución tocó el aire, hasta sentir una densa barrera invisible. Parecía un gigantesco muro al cielo.

—¿Qué es esto? —murmuró entre dientes, frustrado. Se acercó otra vez, con el hombro adelante, preparado para el impacto.

Al tocar la barrera, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sintió de repente una presión en el pecho, como si el aire se condense a su alrededor, impidiéndole respirar; el calor se volvió sofocante, casi como si su piel ardiera al contacto. Dante fue quien lo jalo, arrastrando su brazo hacia atrás hasta que Dylan pudo volver a respirar.

Entre jadeos del castaño y el miedo de Dante, voltearon hacia la espesura del bosque como si intentara encontrar una salida, pero las sombras se cerraban cada vez más, rodeándolos como una trampa.

— ¿Será un truco? — preguntó Dante.

— Esos monstruos —dijo con amargura el castaño, casi con una sonrisa torcida— son más inteligentes de lo que creía. Busquemos otra forma de irnos.

Dieron media vuelta, dejando atrás la carretera vacía y un par de rocas blancas ocultas bajo hojas secas.

Por otro lado, Leonardo avanzaba en silencio, al final de la fila india que el profesor Emanuel había formado. Observando a Zoé y a Connor obligado a seguirlos, ambos aferrados al mismo bastón, con una extraña mezcla de inquietud y recelo.

Pronto notó que algo en Connor era diferente: su ropa, antes manchada y rasgada por cortés, estaba intacta, aunque las letras escritas por Dylan permanecieron, como sombras de una crueldad pasada.

Masculló su propia lengua solo por atreverse a recordar. Solo estaba preocupado por el cambio en la expresión del chico que vio morir. Y era aterrador.

« No es el mismo “cero”. ¿En verdad es él? No, ¿cómo puede ser? ¿Resucitó y los monstruos que solo atacan, pueden convertirse en humanos? ¿Será otra ola de monstruos?» con tantas preguntas en la cabeza, Leonardo no dejo de pensar. Se rascó la nuca con ansiedad, enredando sus dedos en su cabello mientras intentaba asimilar lo que veía. El impulso de proteger a Zoé o escapar corriendo por su vida. Un simple temor que no sabía cómo reconocer.

Incapaz de tomar una decisión, soltó un suspiro cargado de enojo. Entonces, algo captó su atención: un pequeño brillo oculto en la espesura del bosque. Parecía un reflejo, una chispa fugaz en la penumbra que los rodeaba. Connor también lo notó y giró la cabeza, alerta, como si ese destello contuviera algún secreto que solo él podía percibir.

— ¿Connor? ¿Pasa algo? — La voz de Zoé fue delicada.

Connor no respondió, y Leonardo vio la oportunidad. Con una mezcla de impulso y rabia, se lanzó hacia adelante. Empujó a Connor al suelo, arrancando el bastón de sus manos en un rápido movimiento, antes de que el chico pudiera reaccionar o Zoé pudiera interponerse.

—¡Oigan! ¿Otra vez con esto? ¡Cálmense! —ordenó el profesor Emanuel, al voltear— Primero sobrevivimos a esta situación, luego…

— Profesor — interrumpió Leonardo, apuntando con el bastón a Connor— ¡Cero debería estar muerto!

— ¡Deja de decir tonterías como esas! — Emanuel se esforzó en no gritar a todo pulmón.

Sus ojos se volvieron entre ambos adolescentes. Leonardo, sujetando el bastón con los nudillos tensos, y Connor, cuya expresión permanecía enigmática.

Leonardo rompió el silencio, sin bajar el bastón.

— Profesor, no podemos ignorarlo. Este… CERO es un monstruo. ¡Yo lo vi morir! —Su voz se quebró intentando gritar.

De pronto, el bastón desapareció de sus manos, regresando a Connor. La usó para levantarse, a pesar de que Zoe intentó ayudarlo.

Sus ojos se estrecharon, estudiando a Leonardo con una frialdad tan gélida que instó al chico a dar dos pasos atrás. Emanuel, por su lado, relamió sus labios.

« Ema, calmate. Eres el adulto, todo es tan raro actualmente que un niño con un arma que desaparece y aparece no es nada» se dijo así mismo el profesor. Avanzó, interponiéndose entre los dos jóvenes. Su mirada cargada de paciencia, pero también de advertencia.

— Escúchenme bien—su voz aunque baja, tenía un peso autoritario y una mirada agria cuando volteo al chico con arma— Connor, no sé que te habrá pasado. Lo siento por nunca haber ayudado, an…




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