Cero

CAPÍTULO 11: La voz del niño

Las manecillas del reloj apuntaban a las doce desde las muñecas de Dylan. Una noche silenciosa, los dos adolescentes entre los árboles y el sonido de las ramas chocando. Hasta que los golpes de una pelea resonaron en sus pieles. Las espaldas se escarapelaron e intercambiaron miradas.

Dylan resopló y tomó una rama. La revisó y quitó las hojas. Era gruesa.

— Oye, ¿qué haces?

Dante intentó detenerlo, pero la mirada asesina de Dylan fue suficiente para alejarlo.

— ¿Sabes que según la ley, bajo el ataque de monstruos, se puede matar para sobrevivir?

En un principio el chico se quedó en silencio, contemplando con miedo la sonrisa que retenía Dylan, evitando mostrar sus dientes. Estiró lentamente su espalda, deshaciendo el frío en su cuerpo por culpa del castaño y después de raspar su garganta, habló:

— Si … ¿Iremos a refugiarnos?

— No — respondió rápido— deberíamos …

No pudo terminar de hablar, cuando un golpe más fuerte hizo vibrar el suelo. Esta vez, Dylan tomó la muñeca de su amigo y lo obligó a correr. Conforme se acercaron, Dante vio los tentáculos con armas pegadas de uno de esos extraños monstruos. Fue entonces que hizo fuerza y detuvo a Dylan. Tan rápido como su primera queja, terminaron en el suelo. Ocultos detrás los arbustos y los árboles, vieron a Connor; con el báculo en la espalda y una carabina en manos.

Una bala en el estómago del monstruo, dos en el hombro y dos en la cara. Solo enfocado en la mirada asesina de Connor. Un rostro con el odio acumulado de años con cada disparo. Y de pronto, una avalancha de humo en el lugar.

Los dos adolescentes se alejaron, con sus manos en la nariz y boca, Dylan jalo a su acompañante, fuera del humo.

Dante tosió un par de veces.

— Oye — susurró Dante— ¿Ese era cero? pensé que lo mataste. ¿No lo

Dylan lo interrumpió. Su mano terminó en la ropa de Dante y lo empujó.

— Los tres lo matamos — corrigió — Y no. Ese no parecía para nada Cero. Un cero, no podría contra un monstruo. Eso dice mi padre — su tono cambió, apagado.

.

.

.

“Es el día cuatro desde la cuarentena por la ola de monstruos. Militares han llegado a tierra en la isla San Lorenzo, la búsqueda por cuerpos desaparecidos ha inici …

El televisor se apagó. El padre de Connor, con una pierna enyesada y muletas, volteo a Connor y Zoé, de solo nueve años, sentados en el sofá. Ella sostenía un gran peluche en sus brazos.

— Mi papá debe estar ahí, ¿no? ¿Señor Ayala? ¿Él estará bien? — la pequeña insistió con miedo, atormentando al hombre con su par de ojos aguados apunto de llorar.

Sin embargo, Connor volteo. Arqueo sus cejas y jalo el peluche. A punto de gritar, cuando un llanto los asustó. Deteniendo la escena, el trío volteo y Connor se enfadó aún más.

— ¿De nuevo el niño de abajo? —él se levantó y corrió por el pasadizo seguido de su padre— De nuevo está llorando.

— ¡Connor! ¡Estamos en cuarentena! — grito Zoé. Paso al hombre.

— chicos, no hagan ruido —susurro furcio el hombre.

Trato de seguirlos, lo más rápido posible cuando se detuvo frente a una ventana. Bajo un poco la mirada, hacia los dos niños bajando por la escalera.

— Mierda. Chicos — volvió a gruñir, alzando un poco su voz. Volteo un par de veces a la calle, esperando que nadie los escuchara.

Al bajar por las escaleras. Connor golpeó una puerta, Zoé hasta tomó su mano cuando el llanto de un niño se hacía más fuerte y una luz cruzó por la parte baja de la puerta.

El padre de Connor trató de bajar hacia ellos, cuando la puerta se abrió y una señora vieja apareció delante. Connor ni siquiera habló, sujetando a Zoé, corrió al interior.

— Oigan. Estamos en cuarentena — se quejó la anciana. Pero ellos continuaron adelante.

Con sus nueve años, Connor abrió una última puerta antes de poder ver a un niño llorando a cantaros.

— ¿Papá? — lagrimeo el pequeño, sorprendido por los otros dos— Ah, ¿Quién? … tu eres el niño que vive con sus papás arriba.

— Tu — se quejó Connor. Aún sujetando la mano de Zoé, se acercó a él y se sentó a su lado— ¿Quieres hacer una pijamada?

Su expresión fue una sonrisa cuando ofreció su mano. El niño también sonrió y estrechó su mano.

*

*

*

"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"

Connor abrió los ojos poco a poco, regresando a la realidad tras un sueño extraño. Aún aferrado a su báculo, respiró hondo; a ese aroma húmedo de la cueva y en segundos, levantó la cabeza. Una voz aguda rompió el silencio.

— ¡Ni loca! —gritó Zoe, con las manos en la cadera y fulminando a Leonardo y al profesor Emanuel con la mirada—. ¡Connor es el chico más amable que puedan conocer!

— ¿Amable? —protestó Leonardo, cruzando los brazos—. Zoe, abre los ojos. ¡Él dijo que nos iba a matar! Profesor Emanuel, haga algo.

— Tranquilícense los dos —murmuró Emanuel, colocando una mano sobre cada uno— Connor está...

El movimiento repentino de Connor interrumpió al profesor. El chico se tambaleó al ponerse de pie, llamando la atención de todos. Zoe fue la primera en reaccionar, corriendo hacia él justo cuando parecía que iba a caer.

— Estoy bien — dijo. Intentó alejarse, pero Zoe no lo permitió— sueltame. Ya te dije que estoy bien.

— Gracias por salvarnos —respondió ella con una sonrisa dulce, ignorando su mal humor— y, gracias por querer proteger a los demás.

Connor la miró con severidad. Aunque a ella no le importó.

—Yo no dije eso —negó con un resoplido, quitando su brazo de su hombro.

Zoe volvió a sonreír, como si no hubiera oído nada.

— Sigues siendo el mismo —inhalo, nostalgica. Solo dio un pequeño brinco y se lanzó a abrazarlo — ¡Eres el mismo niño! Ja ja

Connor intentó empujarla con torpeza, como un cachorro juguetón.

Leonardo observó desde un rincón, perplejo. El corazón le dolió al ver la risa de Zoe y su cercanía con Connor. ¿Eran como hermanos... o algo más?




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