Cero

CAPÍTULO 12: Sueño

El segundero de un reloj se movió suavemente. Delicados pasos arrullaron el silencio de una limpia sala de cirugía y en el medio, un cuerpo cubierto por una sábana blanca con ligeras manchas de sangre.

—Él es compatible. Hasta ahora, fue el único que logró pasar cada prueba —dijo un médico uniformado, revisando el cuerpo inmóvil.

—Ni siquiera la sangre de los monstruos pudo corromperlo —exclamó emocionado otro médico, con el rostro cubierto por dos capas de mascarilla—. No solo es compatible… ¡Él puede ser la cura!

Su rostro cubierto por dos capas de cubrebocas, apenas dejaron notar su voz juvenil.

— Hasta podríamos usar su cuerpo

—¿De qué hablas? —interrumpió el primero, arqueando una ceja con disgusto—. ¿Lo dices en serio? El Paciente Cero no está hecho para ser un sacrificio que salve a los humanos. Él ya es un pedazo de Dios.

—Podríamos salvar a todo el mundo… —insistió el jóven, agarrando la bata del mayor con desesperación.

Un gemido entrecortado brotó de su garganta al sentir un dolor profundo en su abdomen. Bajó la mirada: un hacha en manos del mayor incrustada en su estómago. Su propia sangre empapó la sábana que cubría el cuerpo sobre la camilla.

—El Paciente Cero ya no tiene hígado —se burló el mayor con una expresión sádica en los ojos—. Debo curarlo.

Con un esfuerzo débil, el joven médico tomó el hacha y la descargó sobre su agresor, arrancándole la boca y una mano. Un tercer hombre irrumpió en la habitación y se detuvo en seco al ver la escena.

—¿Qué está pasando? —balbuceó horrorizado el anciano.

El primer médico permaneció en el suelo, cubrió su boca ensangrentada. Por otro lado, el más joven, se acercó al paciente. Apenas podía permanecer parado, sus manos brillaron el mismo delicado brillo y apuñaló al paciente varias veces.

No pudo ver donde golpeaba, solo guiado por el sonido acuoso del cuerpo y los rugidos del mayor tratando de levantarse.

— ¡Sigo siendo un chamán! — grito, vomitando sangre sobre el cuerpo del paciente y volteo al tercero— ¡va a usarlo en contra de los humanos! ¡Sácalo de aquí!

En ese momento cayó al suelo, al fin muerto. Y el tercero, volteo asustado al médico curando con su mano, su boca ensangrentada.

— Abro el puente —entonó el anciano— soy el equilibrio de la vida, participante del origen. Llamó a yatmandu, la niebla que desaparece lo que no necesitamos

— Idiota —siseo el primero.

Entonces cargó al paciente. Mientras tanto, el médico tomó un gran esfuerzo para levantarse. A rastras, se acercó al más joven, arrancó su brazo y comió su grasa.

— Yatmandu — susurró él— entra en los hoyos de los infectados.

Entre los pasadizos, la sábana del paciente se desprendió poco a poco, hasta caer al suelo. El más viejo, trató de tomar la sabana pero sus ojos viajaron a un gran hueco en su tobillo.

— Maldito brujo de la grasa — gimoteo y vio el brazo cubierto de hoyos del paciente.

Se levantó y corrió por el hospital.

Una hora después, un cuerpo descuartizado cubrió con sangre la hierba del bosque. Dividido en varias partes, los cuervos empezaron a comerlo.

*

*

*

"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"

“¿Qué?” la voz del niño resonó en la mente de Connor. Al frente de varios adolescentes resguardados en la cueva. Sollozando o temerosos, algunos voltearon a Connor.

— Oye —susurro un chico a otro— ¿crees que no va a matar? El mes pasado me burlé de él.

— Entonces no lo digas —gruñó el otro.

—¡Ya paren de hablar idioteces! —ordenó Zoé, lanzando un montón de ramas al suelo frente al grupo—. Connor se arriesgó para darles tiempo de huir. ¡Hizo una bomba! No sé cómo carajos lo logró, pero sirvió para que ustedes pudieran escapar.

Connor se incorporó lentamente. Todos lo observaron con asombro: estaba impecable, su ropa y piel parecían intactas.

—Connor —Zoé llamó su atención—. Ven, ayúdame con esto.

Sin decir palabra, Connor tomó las ramas y las acomodó en la hoguera improvisada. Leonardo se acercó con un encendedor, lanzando un cigarrillo al fuego.

— ¿Qué hacías con eso? — Emanuel se acercó, tomó la caja y el encendedor — ¿Estás loco?

— ¡No es mío!

— No grites — gritó Zoe.

Leonardo como arte de magia, dio un paso atrás. Connor, por su lado, rodó sus ojos ónix y volteo a los espectadores, llenos de miedo.

— Oigan — zoe dio un paso adelante. Al frente de todos. — Vamos a traer a los demás. Ustedes no se muevan y tampoco hagan ruido.

— Espera Zoe — Emanuel se acercó— tú y Leo también deben quedarse. Connor y

—No iré contigo —interrumpió Connor, su voz fría como una cuchilla—. Si no quieres que te mate.

Un pesado silencio cayó en la cueva.

—Bueno —Zoé tomó la mano de Connor—, entonces nosotros iremos.

Leonardo intentó sujetar la otra mano de Zoé, pero ella lo apartó.

Emanuel exhalo con fuerza. Imbuyendo el cansancio, volteo a los soñolientos adolescentes y luego a Zoe, aquella expresión determinada seguía en su rostro a pesar de verse cansada.

« ¿Van a actuar como si no tuvieran sueño? » Emanuel pensó y presionó los hombros de los dos chicos.

— Iremos, pero cuando diga que corran lejos, lo harán —ejerció presión y volteo a los dos chicos.

“Que raro, ¿fue un sueño? Connor, tú lo viste” la voz del niño pasó por la cabeza de Connor. El negó con su cabeza y se alejó del agarre del profesor. Empezó a caminar seguido por los otros tres.

La cueva quedó en silencio, algunos adolescentes empezaron a llorar.

— No podemos quedarnos aquí sin hacer nada — siseó una joven llorosa— debemos

— Me da miedo Connor. En el estadio, parecía que iba a matarnos —agregó un chico— él dijo que quería matarnos.

— Pero … —una chica se interpuso. Sus rodillas pegadas en el pecho— hizo caso al profesor Emanuel y a Zoe. Tal vez, va a ayudar en verdad.

— ¡Oigan! — grito otro chico, al frente de todos— deberíamos tener un plan B. No se lo dejemos todo a ellos.




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