Cero

CAPÍTULO 13: La ira de Dylan.

Leonardo abrió los ojos con dificultad. Su cabeza pesaba como si hubiera sido golpeado con un mazo. Apoyado contra el árbol, trato de recordar cómo respirar. Su corazón latía con fuerza en sus oídos, acompañado con un sonido que lo devolvió a la realidad: golpes secos, jadeos entrecortados y quejidos ahogados.

Parpadeó varias veces. Su visión borrosa captó a Emanuel en el suelo, presionando con su camisa un corte en el brazo mientras la sangre se filtraba entre sus dedos. Zoe, por su parte, yacía enredada en hojas y ramas, con la respiración agitada y la mirada fija en la pelea.

Leonardo intentó incorporarse, pero el mareo lo obligó a sostenerse del tronco. Sus piernas respondían. Podía correr. Pero algo lo detuvo.

En su mente apareció Dylan, y todas las veces que lo dejó solo para enfrentarse a las consecuencias.

« Debemos escapar », se ordenó con un gruñido interno. Ignorando el dolor que irradiaba por su cuerpo, buscó una rama gruesa y se tambaleó hacia Emanuel.

—Profe —susurró, entregándole la rama y ayudándolo a ponerse de pie.

Un sonido sordo le heló la sangre. Giró justo a tiempo para ver a Connor hundir su báculo en el estómago de Morales. El asesino jadeó; su rostro osciló entre la sorpresa y la agonía. Connor lo miraba con frialdad. Sin dudas.

Morales intentó agarrarse al báculo, pero Connor lo empujó con más fuerza. El monstruo se retorció y, con un último impulso, atravesó los hombros del chico con sus dagas.

El grito de Connor se convirtió en un rugido. El aro dorado a sus pies brilló con intensidad mientras un tornado surgía a su alrededor.

Leonardo sintió un escalofrío. Connor ya no parecía humano.

—Connor… —La voz de Zoe apenas fue un susurro. Intentó levantarse, pero Leonardo la sujetó.

—Debemos irnos —suplicó.

— Hay que ayudarlo

— ¿Y qué piensas hacer? —Leonardo la miró con desesperación—. ¿Tienes poderes como él? No puedes enfrentarte a un monstruo.

Zoe cerró los ojos con fuerza. Leonardo la obligó a correr tras Emanuel.

Entonces, un gruñido gutural escapó de Morales.

Su boca se abrió, sus mejillas se expandieron, mostrando sus dientes filosos con el espacio suficiente para comer a un humano. Asustando al muchacho, las pupilas se dilataron en una expresión de miedo que se desvaneció en un segundo.

« Son débiles en su interior, una navaja » fue lo que dijo el niño. Y Connor, hizo caso.

Tres segundos.

Uno, para aferrar con fuerza su báculo.

Dos, para materializar un arma en su mano libre.

Tres, para lanzarla directo a la boca del monstruo.

Morales tardó un instante en reaccionar. Sus garras se aferraron a su garganta, intentando arrancar el objeto extraño de su interior. Sus músculos se tensaron. Espasmos sacudieron su cuerpo.

Connor retrocedió un paso. Su respiración entrecortada. El aro dorado bajo sus pies creó su propio viento, agitando su ropa y cabello.

— ¡DAME TU CUERPO!

Morales rugió, su voz distorsionada por la explosión inminente. Sus ojos, oscuros y hambrientos, se fijaron en Connor con un odio visceral. Uso una daga, abrió su garganta a punto de sacar la bomba mientras el muchacho se mantuvo quieto.

Morales apretó el báculo, jalando al joven.

El suelo tembló. El aire se llenó de un silbido agudo. Morales retrocedió, aguantando el ardor en sus oídos.

Connor aprovechó. Sostuvo el báculo con ambas manos. El arma brilló. Se dividió en dos cuchillas doradas.

— Yo soy el mejor —susurro connor.

En un solo movimiento, hubo un estallido dorado. Un charco de sangre cubrió el césped. Y Connor se alejó, con su ropa sucia y ensangrentada. Detrás de él, el cuerpo inerte del monstruo comenzó a pudrirse.

A lo lejos, en el medio del bosque, escondidos en la cabaña de seguridad, solo iluminados por un foco en el techo; la profesora jimena esperaba apoyada en uno de los muros.

« Esto no debería estar pasándome » gruño en su interior « Yo debería estar en la playa, bailando con mis amigas... Pero no, estoy atrapada en un bosque, podría convertirme en un monstruo y ni siquiera perdí mi virginidad. Nunca debí venir, ni siquiera debí hablarle a Morales»

El recuerdo de Morales la hizo estremecerse. Un escalofrío recorrió su espalda. Se abrazó a sí misma, sintiendo su piel de gallina.

« Si Morales llega aquí, estaré muerta »

— Profesora —Diana llamó.

Jimena parpadeó y miró a los tres adolescentes. Ellos estaban inclinados sobre una mesa desvencijada, girando perillas en un viejo radio transmisor. Solo se escuchaba el zumbido del ruido blanco y, de vez en cuando, un chasquido lejano que los llenaba de esperanza por un segundo antes de volver al silencio estático.

—No hay nada —susurró Jessica, mordisqueándose las uñas—. No funciona.

—Tal vez la antena esté rota —sugirió Renato, con el ceño fruncido.

Jimena suspiró, obligando a concentrarse. Si ellos se rendían, ella también estaría perdida. Caminó hasta la mesa y golpeó la radio con la yema de los dedos.

—¿Y si intentamos moverla? Tal vez si salimos y probamos en otro punto...

Renato la miró con duda.

— ¿Salir? ¿Profe va a salir?

Esa mención, sacudió a Jimena. Volteo al chico, sin evitar asustarla antes de suspirar y sonreír.

— Tienes razón, ya nos escondimos deberíamos esperar.

— Pero profesora — llamo Diana — debemos avisar a los demás, estamos en un estado de emergencia.

— Es cierto — agregó Renato. Un tono triste— en los primeros auxilios nos dijeron que en cualquier cabina de policías había una señal de aviso o algo así.

— Pero esto no es una cabina de policías! —soltó Jessica. Desesperada a punto de llorar— estamos solos, perdidos y acabados.

— ¡Ya para! — Diana tomó sus hombros— si nos quedamos aquí, podemos estar tranquilos, ¿bien?

—¡Claro que no! —gritó Jessica, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿No recuerdas a esa persona en la historia de la profesora Jazmín? Se quedó escondida por horas… ¡Se escondió sola y estuvo tres días atrapada!




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