C.E.T.R 2031

Acto 1, parte 1: Bienvenidos a Cetr.

“Sin duda, será mi último trabajo.”
“No encuentro el lugar. El frío. Se está intensificando, no aguantaré más sin comer algo cálido. . . He pensado en dejar a un lado esta búsqueda, lo deseo más que una calefacción. Incluso, más que reunirme con ella. Está segura, resistiendo el frío en mantas calientes. Y yo aquí, arriesgando mi vida por una tonta búsqueda del tesoro. Quiero abandonarlo… pero Erian está en peligro."
El diario presenta manchas de gotas y una fina capa congelada. La tinta del bolígrafo es casi imperceptible y necesita que el autor del diario esté calentando la punta constantemente en la chimenea dentro de la cabaña. La mano que sostiene el diario tiembla.
El hombre guardó el diario y el bolígrafo en su mochila. No había nada más que herramientas. Pateó el cadáver verde a la hoguera, lo primero en quemarse fue su caja torácica que ardía como leña. Lo último en carbonizarse eran esas garras huesudas. Volteó para ver a otro lado e hizo una mueca.
El viento atravesaba la ventana agujereada por el disparo, Él tosió seco mientras las gotas chocan contra el techo.
Algo crujió.
Posó la mano en su revólver. Caminó en cuclillas. Ramas rompiéndose.
Silencio.
¿Gemido?
Sonido orgánico.
Animal.
Abrió la puerta. Con cuidado.
La nieve se mezcló con los charcos de agua y lodo. El viento arrastraba los árboles, robaban el calor corporal. El frío inhabilitaba su olfato. La nariz tapada y moqueante.
Los cuernos y la piel café lo tranquilizaron, no era uno de ellos. Sus ojos se abrieron y las pupilas se dilataron. La piel se veía lisa y la carne musculosa, un corte en la pierna del venado hacia deslizar la sangre hasta gotear en el piso.
Tocó el cuchillo en su cadera. Se acercó lentamente. El agua se infiltraba a través de sus botas.
El ciervo inclinó la cabeza. Le observa atentamente.
Tras el quinto paso, el ciervo huyó.
El hombre regresó a la cabaña. Frunció el ceño. La última lata de comida, vacía, necesita conseguir más alimento. Se quitó las botas escurriendo agua y las dejó cerca de la chimenea. Los callos de sus pies habían empeorado y ahora eran esponjosos.
Sacó dos mantas agujereadas y se acostó en el sofá.
El viento movía un poco las ventanas. La luz de la chimenea se apagó. Oscuro.
Sus pupilas se cerraron.
¡Algo azota la ventana!
Él se despierta.
¿El viento?
No ve su mano.
El revólver no está.
Toca el cuchillo con el dedo.
Solo escucha lluvia.
El relámpago ilumina la ventana.
Mano huesuda.
Él retrocede, el corazón late. Duele su brazo izquierdo. Siente las venas acelerar su pulso.
Golpea por accidente algo con la mano.
La linterna en la mesa se cayó.
Rompe el silencio.
Siente el metal.
Agarra el revólver. Se levanta. Pisa el suelo inundado.
La visión se adaptó.
Se acerca hacia lo que parece es una ventana.
Penumbras.
Retrocede y apunta.
La mano tiembla.
La puerta se sacude.
El relámpago deslumbra la rama húmeda golpeando la ventana.
Aún no puede controlar su mano. Intentó conciliar el sueño, pero su corazón no paró de latir rápido y estornudó, la garganta le duele.
Por la ventana se empieza a lograr ver algo.
El día era grisáceo. Húmedo. Las nubes negras. No puede recordar cuándo fue la última vez que salió el sol.
Abrió la puerta con cuidado. Dirige la mirada de izquierda a derecha. De rama a rama. No parecía haber algo vivo.
A pesar de que el reloj en su muñeca marcaba las once la mañana. La penumbra había consumido al bosque. Al menos logró ver una parte. Cerró los ojos, su cuerpo piensa que es hora de dormir. Después de algunos metros, la oscuridad se realza y le impide ver más allá de los árboles.
Da la primera zancada fuera de la cabaña y cargó su mochila mientras el lodo jaló hacia abajo sus botas y sientió el olor a hierro. Aquel líquido rojo que pasa a ser morado, se dio cuenta de lo que significa, entonces sostiene el revólver en mano y ellos están en cualquier parte del bosque esperando a que la ubicación de él se revele.
En cuanto llega a los rincones más profundos del bosque la espesura de la niebla verde le dificulta ver.
Entonces parte de su pantalón se rasgó por una rama y surgió un corte y la sangre se deslizó a través de su muslo, y con las manos castañeando se recuesta en la madera rugosa mientras avienta las herramientas al lodo y respira cortado mientras trata de parchar el corte para que ellos no vengan a arrancar sus entrañas. . .
Parchó el pantalón como pudo. . .
Las ramas se sobresaltaron. corrió mientras sacaba su revólver del cinturón y no supo cuántos eran ni qué. . .
Corre sin voltear. Gemidos. Eso salta entre ramas. Ruge. Las balas se caen. Él corre y el corazón bombea, gira la ruleta y dispara a una silueta y esta cae en el piso, y suenan los huesos retorciéndose y voltea caminando hacia el cadáver. . .
Algo corre. Ellos corren por el bosque. Él corre. Se tropieza. El caníbal salta. Él se agacha y hay una marca profunda en el tronco. Y entonces uno de ellos suelta un grito y él voltea y el revólver tiembla y la bala esquiva su cabeza, y entonces él cae mientras piensa en la carne siendo arrancada de su cuerpo y como jalan y chupan sus tripas mientras beben su sangre.
Levanta la cabeza y se encuentra con ellos jorobados, las espinas verdes salen de su columna y producen un sonido como de gárgaras mientras tienen la cabeza mirando al cielo y niebla verde y sangre morada sale de sus bocas.
Activa la linterna tierrosa y un brillo violeta extingue la niebla que es iluminada. Cuando toca la piel escamosa de los caníbales estos empiezan a arder en llamas y gritan retrocediendo cubriendo sus rostros con sus garras con sangre coagulada.
La mano firme en el gatillo, apunta hacia sus cabezas y jala el tambor del revólver. 5 disparos suenan y unas 3 aves salen volando de los bosques. Se apoya en el árbol mientras se sostiene el estómago y se cubre la boca. La comida intenta salir, suelta arcadas mientras respira entre cortado. Aire gélido. Estornuda y se soba la garganta. Sus piernas ceden y se cae con la cabeza apoyada a la madera.
La carne quemada inunda su nariz.
El dolor en su brazo izquierdo aumenta, siente las venas latiendo.
Distingue ligeramente los árboles de fondo y el meneo de sus ramas. El ligero canto de las aves y el grillar, algunas luciérnagas vuelan por el bosque. La respiración se calmó y visualiza el camino por dónde vino.
El estómago le duele. Se levanta y camina lentamente. Las balas se distinguen a través de las hojas marrones y sigue hasta encontrar la marca en el árbol. Unos cuantos centímetros de profundidad. Sigue por el bosque hasta encontrar su mochila tirada y saca un mapa rayoneado y una brújula. Camina hacia el norte y se encuentra una pendiente alta. Un árbol y un columpio. Sus mejillas se arquean un poco.
A lo lejos hay una ciudad. Partes de ellas las cubre una niebla espesa y la división de 3 partes de la ciudad sale a resplandecer con los puentes destruidos que conectaban cada distrito. Al centro, las torres y rasca cielos lucen aterradoras, diferentes a la podredumbre de la ciudad. No hay quien aprecie su buen estado. El distrito industrial es el más cercano, una carretera que pasa por el bosque la conecta como forma de salida.
La tierra del centro de la pendiente está hundida. Dejó la mochila casi vacía y de un extremo sacó la pala pequeña y empezó a escarbar. Los brazos le arden tras quitar un pequeño monto y se sentó un momento mientras observa a la ciudad. El estómago le ruge y se dobló, los ojos se van entrecerrando, pero se levantó y agarró la pala.
Toca algo duro.
Escarba un poco más a los alrededores y el contenedor de tamaño medio salió a la superficie. Cuando hay suficiente espacio, sostuvo la caja de abajo e intentó alzarlo. Subió un poco. Los brazos fallan y dejó caer la caja. Jadeó. Intentó de nuevo y logró alzarla y la saca. Una vez en el piso sentado, abrió la tapa. Medicamentos y un montón de latas de comida con botellas de agua. Saca un jarabe de la bolsa hermética y lo destapa, lo acerca a la nariz. Huele bien. Lo tapó y observó a las latas.
Tragó saliva… extendió la mano hacia una de las latas. Pero luego la regresó y en cambio se empezó a cubrir el estómago mientras su abdomen gruñó. Agarró rápido una lata de la caja y sacó un abrelatas.
El rayo cayó e iluminó el cielo. El ambiente se tornó mojado y el resoplido del aire aumenta moviendo con fuerza las hojas de los árboles.
Él estornudó.
Guardó y acomodó todo dejando las medicinas hasta arriba. La mochila llena hace que se tambalee un poco hacia atrás. Estima que lloverá en dos horas… El camino de vuelta a la cabaña puede que le tome más tiempo. Sin opción, cambió su rumbo hacía la carretera que está a su derecha.
Las botas se embarraban con lodo y la máscara le empezó a sudar, estiró la mano y la pasó por el vidrio. Sus hombros tensos y apretaba los dientes, los vellos erizados se podían sentir a través de sus capas de ropa.
El puente estaba frente suyo. Debajo de este pasaba un pequeño arrollo y él sonrió ligeramente.
Se deslizó por el montón de tierra que separaba al bosque de la carretera y una vez en el asfalto suspiró empañando su máscara. A lo lejos la zona industrial imponía con sus tubos como venas de un ser muerto.
El asfalto se hacía trizas con cada pisada, si pasara un carro puede que el puente se derrumbe. El puente no tenía ninguna protección contra caídas, en cuanto llegó al otro extremo se bajó a través del camino que había hacia el arroyo.
Se quitó la máscara y agarró agua con sus manos en forma de cuenco. Sus manos tartamudeaban y se ponían tiesas al simple contacto. Talló su rostro manchado con suciedad. El rostro ardía y quemaba. La cicatriz en su nariz ya había cerrado. Luego, se llevó el agua a su pelo seboso y empezó a frotárselo.
«Necesito cortármelo.»
Era mejor no tener pelo, pero no tenía las herramientas necesarias.
Por último, sacó una cantimplora y la rellenó hasta el tope con el agua. La secó con su ropa y la guardó en la mochila. Subió por el caminito y volvió a la carretera central. La entrada lo recibió con aquel fundador de la ciudad, el letrero decía:
Bienvenidos a Cetr, camino a la zona industrial.
Y debajo del aviso, con tinta roja que parece más sangre coagulada, está escrito:
Tierra de muertos.
Soltó una risita, los que la dominaban no eran muertos, eran infectados.
Hacía rato que la punzada en su brazo había desaparecido. Llegar a las calles que él conocía relajaba sus músculos y sentidos. A pesar del hedor a hierro oxidado y hemoglobina, no sintió que alguien acechara entre las sombras.
Se quitó la máscara, la gota de lluvia deslizándose por su nariz. Siguió caminando con revólver en mano y sus mejillas se arquearon al ver un edificio de tres pisos. Las grietas visibles entre las paredes y el piso polvoroso. El polvo se adhería a los pulmones. Subió las escaleras de metal oxidadas que estaban a la izquierda. Sus brazos temblaban cada que los elevaba para agarrar el próximo escalón. Al llegar al tercer piso exhaló y extendió la mano hacia la ventana y la abrió.
Toqueteó las paredes y se fue guiando hasta sentarse en el sofá. Una cortina negra evitaba el paso del inexistente sol. Abrió su mochila y sacó una lata y una botella de agua. Mientras escucha el repiqueteo de las gotas en el techo, da un bocado a los frijoles en lata y toma agua con lentitud. Luego, se quitó el pantalón impermeable y el pantalón de lana merino. Sintió que no tenía piernas, respondían débilmente y se sentía tiesas. Agarró una botella de agua y limpió la sangre que había en la cortada.
«Con eso bastará para no ser olido.»
Observa la foto que hay en una mesa, una familia posa feliz. ¿Qué será de ellos? Siempre que va a ese lugar, él se pregunta lo mismo. La niña abrasa a su hermanito y no puede evitar acordarse de su refugio. En el piso hay unos cuantos juguetes y los metió en la mochila.
«Para Erian.»
Ya con lo suficiente en el estómago como para seguir piensa en lo que hará. Pero puede que la lluvia le impida continuar hacia las fábricas. ¿Tal vez él deba usar el metro? Piensa en los beneficios y en las consecuencias. La oscuridad era algo que ya había en el exterior, en las catacumbas del metro eran multiplicadas al millón. Sobre todo, era más difícil protegerse ahí. Paredes chicas, oscuridad e infectados rondando.
Recuesta la cabeza en el sofá, y tan pronto como lo hace sus ojos se cierran. Lo último que escucha es el aumento de fuerza con la que caen las gotas.
Las nubes intentan arrasar a toda la ciudad.
El torrente aplasta al edificio. Se despierta por el goteo que hay en su cabeza. Se sienta y refunfuñe. Se acerca a la ventana y abre un poco la cortina, las calles están inundadas, problema que ya existía antes del eclipse.
«Pésimo sistema de alcantarillado.»
Se gira y se sienta en el sofá. Sacó el cuaderno ahora un poco más seco y agarró la pluma.
«Estoy debatiendo si irme ahora o esperar a que el torrente termine. Sin embargo… el tiempo es oro, Erian necesita medicina lo más pronto posible. Pero las medicinas se pueden mojar en el camino, e ir por el metro no es una buena opción. No para alguien que quiere seguir viviendo.»
A la pluma se le acabó la tinta y él frunció el ceño y la avienta. Tendrá que buscar otra entre los edificios y…
Temblor.
Algo se distinguía entre la lluvia, el piso se movía en el borde de lo perceptible. Un ruido sordo. Le recordaba a las marchas que se hacían antes. Las personas caminando y protestando por algo.
Apartó la cortina un poco para ver.
Ellos marchan.
La sonrisa roja de uno de ellos y muestra sus dientes putrefactos mientras una horda se mueve por la carretera y señala las casas y él corazón se le empieza a acelerar.
¿Lo vieron?
El cúmulo lleno de infectados en sus distintas etapas y de repente empiezan a gritar y gemir todos ellos, y él cierra la cortina y sostiene su pecho y la punzada en su brazo izquierdo se intensifica.
Algo sube por las escaleras metálicas y con cada paso resuena el metal.
¿Algo? ¿Cuántos son?
Él se esconde detrás del sofá y el cuchillo tiembla.
Eso abrió la ventana.
Sus piernas con sangre coagulada entran al cuarto y está buscando algo.
Camina. Gira en el cuarto.
Gruñe y gime.
Él en cuclillas va girando conforme siente al infectado.
Sus piernas verdes se detienen.
Alista el cuchillo y asoma la cabeza y los recuerdos llegando a su mente le distraen.
El infectado gira en dirección a la ventana y la abre y se va.
Él sigue manteniendo la respiración.
Unos segundos después los gemidos surgen y él abre un poco la cortina aún y con el corazón tratando de salir de su caja torácica.
El infectado con una sonrisa rojiza sigue señalando varias casas y los infectados de la última etapa van a revisarla mientras los demás que apenas pueden caminar se quedan esperando.
Se adentran casa por casa.
Él tiembla y se aprieta el corazón con fuerza. Se le va el aire y suda frío.
Empieza a respirar y exhalar desesperado.
Va reduciendo la rapidez hasta lograr una respiración más calmada.
El infectado abrió la ventana… se han juntado en una horda y hay alguien que los lidera.
¿Están tomando consciencia?
Él se tapó la boca con ambas manos mientras el vómito intentaba salir.
«No estoy seguro aquí… tarde o temprano me descubrirán y me tendré que quedar aquí y entonces Erian va a morir.»
Se empezó a rascar la cabeza, casi como si quisiera arrancarse la carne. Cuando se dio cuenta, su lengua empezó a sangrar por la fuerza en la que la mordió. La marca de arañazos en su cuello eran rojas.
«La única forma en la que puedo llegar por ahora es el metro… si no, jamás podré salir de aquí para llegar al refugio pronto.»
Aún con las manos temblando, sacó otro mapa de su mochila y fijó una ruta.
«Supongo que tendré que usar aquella…»
Respiró entre cortado. Y dio una mirada a la cortina, ellos seguían avanzando hasta el centro, quién sabe si se meterían en las zonas inundadas por la neblina verde. Avistó el antiguo túnel por dónde se accedía a el subterráneo y pensó en cómo llegar sin que lo detecten.
Solo tenía que caminar unos kilómetros bajo la lluvia.
El torrente tapaba su olor.
«¿Fácil no? . . .»
«Sí, fácil.»




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