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Zoológico de Clones - 1ra parte


 
Había pasado largo tiempo desde que el Dr. Olivares visitó México por última vez. El zumbido de las Válvulas Ehecatl era algo que definitivamente no extrañaba. Aquellos “árboles” mecánicos era una burda imitación de lo que una vez fue una obra de arte de la naturaleza.  

Las válvulas Ehecatl eran chocantes columnas de acero recubiertas con titanio azul, el último grito de la moda en la metalurgia nacional. Su función era tan simple como macabra: transformar el dióxido de carbono disperso en el aire en O2 respirable de alta calidad. Las turbinas en las “raíces” succionaban grandes cantidades de aire contaminado, y en el núcleo subterráneo de cada válvula se realizaba una fotosíntesis artificial provocada por espejos precargados con luz solar. 

Era un pena que los arboles ya no existieran. De hecho, era una gran desgracia que ningún ser vivo (a excepción de los indomables humanos) existiera en realidad. 

En esta época los únicos ejemplares vivientes de flora y fauna eran producto de la ciencia y no de la ya extinta naturaleza. Estos curiosos especímenes habían sido concebidos directamente en tubos de ensaye en un laboratorio. Habían sido creados y criados en “áreas de conservación”, donde los únicos padres que tenían, eran las células madre que se alojaban en miles de tubos provenientes de gigantescos estantes. 

Eran clones. Especies estériles incapaces de procrear de forma natural. Adornos orgánicos dispuestos únicamente para deleite de los arrepentidos humanos que los extinguieron siglos atrás. Qué pena que se hubiera llegado a esto, pero bueno, la vida sigue y el mundo está siempre en constante evolución, igual que el universo. 

El Dr. Olivares suspiró decepcionado. Aquellas cavilaciones nunca lo habían llevado a nada. Por eso razón estaba de vuelta en México, para intentar recomponer el rumbo económico de su inmunda existencia. Siempre soñó con legar a sus hijos un mundo mejor, pero ahora se conformaba con poder pagar sus estudios universitarios. 

Intentó respirar hondo, pero le fue imposible. Su cuerpo seguía sin asimilar por completo el trasplante de pulmón que le habían realizado el mes anterior. Al parecer, la fibra de tungsteno recubierta no había sido la mejor opción en materia de reemplazo biónico de órganos. 

Así que se conformó con soltar un bufido de aburrimiento y desgano. Caminó por las irreconocibles calles mexicanas y se dio cuenta de que ya había llegado al punto de encuentro donde su cita tendría lugar. Se tocó la sien derecha para activar el reloj solar que se posaba alegre sobre su frente. Las diez en punto. Puntualidad británica. Sus colegas aún no arribaban al lugar, quizá tardarían quince o veinte minutos más. Puntualidad mexicana. Hay cosas que nunca cambian… 

Ordenó un café para hacer más amena la espera. El mesero autómata llegó de inmediato con una taza de PET reciclado y arrojó la pequeña capsula de café en el interior. Sin perder más tiempo, el limitado robot expulsó una pequeña cantidad de vapor desde su “mano” izquierda para hidratar la capsula. El café estaba servido. 

El Dr. Olivares aspiró el aroma que emanaba de la taza plástica y esbozó una gran sonrisa. Nada como el café chiapaneco, que a pesar de los siglos, seguía siendo el mejor café de la Confederación de Estados Americanos. 
Cuando el reloj solar marcó las diez con diez, sus compañeros se hicieron presentes en el lugar. Sendos sombreros de copa metálicos adornaban sus cabezas. La última moda en las Américas, pensó. Qué más da, él no estaba aquí para evaluar vestimentas, él se encontraba ahí para ganar el dinero que necesitaba para pagar dos colegiaturas de escuelas muy caras en Londres. 

–Nos alegre verte, Julián – dijo el sujeto más bajito de los tres que acompañaban en ese momento al doctor.  
–A mí también – contestó secamente Olivares. 
–¡No mientas, Julián! ¡Odias este lugar! De ser por ti, jamás habrías vuelto a nuestro hermoso país… –argumentó el tipo sentado en el medio, con el bigote abundante y el monóculo holográfico sobre el ojo izquierdo. 
–Sabes que eso no es verdad, mi estimado Gerardo. Amo México tanto como cualquiera de ustedes. 
–No creo que lo ames tanto si no sabes el verdadero nombre de nuestra nación. “México” es un término anacrónico, igual que tu reloj de sol. – dijo señalando la sien del doctor – El nombre actual de nuestro país es Federación Parlamentaria de Aztlán, potencia sin igual dentro de la Confederación de Estados Americanos. 
–Lo siento, he estado demasiado tiempo lejos y hay… detalles, que se me escapan. Pero bueno, no estamos aquí para hablar de política, ¿verdad?  
–No, no estamos aquí para eso – respondió el líder de la comitiva. Era un hombre gordo con gafas de tungsteno que reflejaban pálidamente la luz del sol. – Te pedimos que vinieras para que nos ayudes a concretar un proyecto en el zoológico de Chapultepec. 
–El circo de Chapultepec, querrás decir… - respondió de forma instintiva Julián Olivares sin pensar en las consecuencias de su respuesta. 
–Llámalo como quieras – dijo el hombre gordo restándole importancia al agresivo comentario – pero es uno de los negocios más rentables jamás vistos. Nuestro trabajo en conjunto con la Universidad Nacional Autónoma de Aztlán ha logrado traer a la vida innumerables especies extintas que vivieron no solo en este continente, sino también en los otros seis. Además, es importante resaltar que el zoológico de Chapultepec posee estos ejemplares de forma exclusiva. 
El doctor Olivares le dio un sorbo a su café y activo una búsqueda cerebral en el chip de hiperespacio que recién le habían implantado. Los resultados arrojados por el motor de investigación se descargaron de forma instantánea en su memoria inmediata. La palabra clave zoológico de Chapultepec mostro decenas de entradas relacionadas con los especímenes exclusivos que había logrado “revivir” la Universidad Nacional Autónoma de Aztlán: El tilacino, el rinoceronte negro, el tigre de java, el hipopótamo enano de Madagascar, la vaquita marina, el pato poc, el oso pardo mexicano, el ciervo de Schomburgk, el lagarto de Gila, y la lista seguía creciendo… al parecer 
el zoológico de Chapultepec era una autentica potencia en la exhibición comercial de fauna clonada. Solo el “zoo” de San Diego, California, en posesión de la Comunidad de Estados Canadienses, parecía poder hacerle frente al gigantesco éxito comercial de los otrora llamados “mexicanos”.  
–Bien, tienen muchísimos “productos” orgánicos registrados como exclusivos para su uso en zoológicos. Los felicito por lucrar con la fauna que alguna vez fallamos en preservar. – declaró Julián mientras hacia el ademan de levantarse de la mesa para dar por terminada la reunión. 
–No te vayas aún, no nos has dado oportunidad de explicarte el porqué de este pequeño concilio. Escúchanos al menos, luego, si así lo deseas, puedes retirarte. – argumentó el hombre del bigote abundante. 
–De acuerdo, los escucho – puntualizó el doctor cruzándose de brazos. 
–Pues verás – comenzó a decir el líder de sus interlocutores – actualmente nos encontramos en una especie de “carrera” con los canadienses, los congoleses y los neozelandeses. Todos competimos por ser el zoológico de clones más variado y llamativo del planeta, lo cual nos conduce irremediablemente a buscar de forma desenfrenada nuevas especies que agregar a nuestro catálogo. El problema es, que las posibilidades ya se están agotando. Los animales vistosos como los leones, los elefantes, los pumas o los jabalíes son comunes en todas partes, y por si fuera poco, nuestros competidores se han hecho con células madre de especies exóticas que pronosticamos serán muy bien recibidas por el consumidor mundial, tales como: el Okapi, el gorila de montaña, el koala, la tortuga de los Galápagos, el canguro rojo, en fin… en estos momentos puede decirse que ellos nos llevan la delantera, a menos que, tú nos ayudes… 
–¿Y cómo puedo colaborar con este “noble” proyecto? 
–Necesitamos que lideres una misión a la Isla de Mauricio. Tus conocimientos en guerras biológicas serán de gran ayuda para alcanzar el lugar, que hoy día, está completamente deshabitado. El objetivo es que te hagas con una muestra de los restos de este animal. Han pasado poco más de 800 años desde que se extinguió, por lo cual pensamos que la búsqueda puede resultar un tanto difícil… 



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Editado: 30.11.2018

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