Chaco Silicio

Capítulo 2 LA SOMBRA EN EL IMPENETRABLE

La investigación en el kilómetro 38 se convirtió en un operativo de alto despliegue. La Unidad de Investigaciones Técnicas rastreó cada centímetro cuadrado del Mule-TB9 volcado, mientras que los analistas del Departamento de Sistemas Autónomos, con sus equipos de interferómetros y escáneres de red, intentaban, en vano, reconstruir los últimos segundos de la consciencia del vehículo antes del accidente. Todo lo que encontraron fue silencio. Un vacío de datos pulcramente ejecutado.

Valdez observaba el ballet de especialistas con impaciencia. Las pistas no estaban en los restos de silicio, sino ahí fuera, en la línea verde y amenazante del Impenetrable.

"Jefe," lo interrumpió Rojas, acercándose con la tablet en la mano. "Tenemos una situación relacionada. O no. No sabemos."

"Adelante."

"Desapareción de personas. Un grupo de tres biólogos de la Universidad Nacional de Resistencia. Llegaron hace cuatro días a una estación de investigación de AgroSilva, a unos 15 kilómetros de aquí, río adentro. Estaban haciendo un estudio de la regeneración del suelo. Debían reportarse anoche. Nada."

Valdez miró hacia el muro de vegetación. La coincidencia era demasiado grande. "¿AgroSilva otra vez?"

"La estación es de ellos, sí. Y el grupo lo lideraba el Dr. Ignacio Torreón." Rojas hizo zoom en una foto. Un hombre de unos cincuenta años, pelo entrecano y sonrisa fácil. "Experto en inteligencia de enjambres aplicada a la polinización. Los otros dos son estudiantes de postgrado."

El Subcomisario se frotó la nuca. Un robot agrícola mutante y un grupo de científicos desaparecidos. El caso olía a catástrofe. "Montamos un operativo de búsqueda. Yo voy contigo. Y quiero a ese par de cerebros de Sistemas Autónomos con nosotros. Quizás sus juguetes puedan detectar algo que nuestros ojos no ven."

La patrulla se adentró en el monte siguiendo el rastro más prometedor: las huellas de garras metálicas. El calor se volvió opresivo, húmedo, y la luz se filtraba a través del dosel arbóreo en haces polvorientos. Junto a Valdez y Rojas iban dos técnicos de la DSA. La más joven, Lena Kovacs, cargaba un escáner LIDAR portátil que mapeaba el terreno en 3D. El otro, un hombre mayor y de pocas palabras llamado Silvestre, llevaba una antena de rastreo de espectro amplio que barría constantemente, buscando cualquier señal electromagnética anómala.

"Absoluto silencio de radio," murmuró Silvestre, su ceño fruncido. "Ni los pájaros cantan."

Kovacs señaló su pantalla. "Subcomisario, el patrón de las huellas es... errático. No es una huida lineal. Aquí gira en círculos, aquí salta sobre esas rocas... es como si estuviera explorando. O cazando."

La palabra quedó flotando en el aire, pesada y venenosa.

Después de dos horas de marcha penosa, llegaron a un claro. El lugar era idílico, un pequeño oasis junto a un arroyo. Y en el centro, intacta, stood una cúpula geodésica de color blanco: la Estación de Investigación "Polinizar-7".

"Puerta abierta," observó Rojas, su arma de pulsos ya en sus manos.

Valdez asintió. "Kovacs, Silvestre, quédense aquí y vigilen. Rojas, conmigo."

El interior de la cúpula era un contraste desconcertante. Ordenado, limpio, las pantallas apagadas. No había señales de lucha. Sobre una mesa, tres tazas de café medio llenas, ahora frías y con una película opaca. Un terminal mostraba un patrón de colores en bucle, un modelo de dispersión de semillas.

"Parece que se fueron a mitad del desayuno," murmuró Valdez.

Fue entonces cuando Rojas lo vio. En el marco de la puerta que conducía a los dormitorios, un arañazo profundo. No era de un cuchillo o una herramienta. Era una marca delgada, precisa, que había cortado el composite como si fuera mantequilla. Identica a las marcas encontradas en la bóveda del camión.

"Estuvo aquí," dijo Rojas, su voz un hilo de tensión.

Salieron de la cúpula. Valdez se acercó a los técnicos. "¿Alguna señal?"

Silvestre negó con la cabeza, pero Kovacs miraba fijamente su pantalla LIDAR. "Algo... hubo algo. Un eco de movimiento, hace unos minutos, al norte de nuestra posición. Rápido. Demasiado rápido para un Pionero."

"¿Animal?"

"Demasiado caliente para ser mecánico, demasiado frío para ser completamente orgánico. Era... una mezcla."

Un grito ahogado los hizo girar en redondo. Provenía de la espesura, justo en la dirección que Kovacs había señalado. No era un grito de dolor, sino de puro terror, seguido de un sonido que heló la sangre de todos: el mismo zumbido agudo, el cuchicheo de hojas de sierra que Valdez y Rojas habían oído junto al camión. Esta vez, más cerca. Mucho más cerca.

"¡Silvestre! ¡Kovacs!" gritó Valdez, corriendo hacia donde los había dejado.

Pero solo encontró el equipo de escaneo de Kovacs en el suelo, la pantalla aún encendida. De los técnicos, ni rastro. Solo un par de profundas marcas de garras en la tierra húmeda de la orilla del arroyo, que se dirigían, una vez más, hacia la profundidad del Impenetrable.

El monte los había tragado. Y ahora, no solo buscaban a un robot fugado y a unos científicos desaparecidos. Algo los estaba cazando a ellos.




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