Chaco Silicio

CAPÍTULO 6: EL GUARDIÁN DE RAÍCES

El camino que Ana les indicó a través de la radio era un estrecho sendero de barro entre altísimos paredones de enredaderas metálicas que pululaban con tenues destellos de luz azulada. Habían apagado el LIDAR, y la diferencia era palpable. La sensación opresiva de ser observados por miles de ojos diminutos había disminuido, reemplazada por una alerta silenciosa y aguda. Avanzaban como sombras, con Valdez a la cabeza y Rojas cubriendo la retaguardia, sus sentidos afinados al máximo.

"La ruta se mantiene despejada," susurró la voz de Ana en sus auriculares, un hilo de cordura en la locura. "El sensor de movimiento no muestra picos de calor en los próximos cincuenta metros. Pero... hay una lectura constante de bio-masa justo debajo de ustedes. No es hostil, es... ambiental. Tengan cuidado donde pisan."

No tardaron en entender a qué se refería. El suelo, que parecía de tierra compacta y hojas, cedía a veces con una suave elasticidad, como si caminaran sobre un organismo vivo. Pequeños hongos bioluminiscentes, similares a los de la cúpula pero en miniatura, crecían en patrones circulares, latiendo con un ritmo lento y pacífico.

Fue Rojas quien lo vio primero. Detuvo a Valdez con un gesto brusco y apuntó hacia una densa maraña de raíces y cables retorcidos que formaba una especie de gruta natural a un lado del sendero. Allí, semi-envuelto en la penumbra, había algo.

No era una de las bestias frenéticas de metal y hueso que los habían atacado antes. Esta criatura era diferente. Más grande, mucho más grande. Medía fácilmente tres metros de largo y se asemejaba a un perezoso gigante, o a un oso hormiguero de pesadilla. Su cuerpo estaba cubierto por lo que parecía ser una coraza de corteza de quebracho fundida con placas de titanio oxidado, que se superponían como las escamas de un pangolín prehistórico. De su lomo emergían, en lugar de pelo, finísimos filamentos de fibra óptica que colgaban como una melena luminiscente, brillando con el mismo tenue color ámbar de los hongos.

"No se muevan," murmuró Valdez, con el arma en alto pero sin apuntar directamente. La criatura no mostraba signos de agresividad.

El "Perezoso de Acero", como lo bautizó mentalmente Rojas, se movía con una lentitud deliberada y majestuosa. Sus patas, terminadas en garras que eran una amalgama de hueso afilado y brocas de taladro desgastadas, se hundían en el suelo blando con cuidado. Usaba una de sus garras delanteras para arrancar con delicadeza uno de los hongos luminiscentes y llevárselo a la boca, una abertura horizontal en un hocico metálico que no dejaba ver dientes. Masticaba con un sonido de trituración suave y húmeda.

"Ana... ¿estás viendo esto?" susurró Rojas en la radio, activando la cámara de su casco para que ella pudiera recibir el video.

Hubo un silencio prolongado del otro lado antes de que Ana respondiera, su voz llena de asombro. "Lo veo... Los sensores lo catalogan como un 'Bio-constructo no hostil, categoría: Recolector/Simbiote'. Mis Dioses... no es solo que se fusionen. Están creando un ecosistema completo. Una jerarquía."

La criatura, al parecer, no los consideraba una amenaza. Siguió con su tarea, pastando en los hongos. Era un ser que había aceptado por completo su nueva realidad, un guardián lento y pacífico de este mundo retorcido. Vivía allí, en esas grutas de raíces y metal, alimentándose de la energía bioluminiscente que la fusión generaba. Su función, dedujo Ana tras acceder a ráfagas de datos corruptos, era la de mantener el "suelo vivo", fertilizarlo con sus desechos, que eran una sopa de nano-máquinas y nutrientes orgánicos, y disuadir a formas de vida más agresivas con su imponente presencia.

"Es increíble," musitó Rojas, observando cómo el animal se rascaba la coraza con una garra, produciendo un sonido como de piedras chocando.

"Es una abominación," corrigió Valdez, aunque sin la vehemencia de antes. Incluso él podía ver la extraña paz del ser.

Fue entonces cuando el Perezoso de Acero se detuvo. Giró su pesada cabeza lentamente hacia ellos. Sus ojos no eran órganos biológicos ni cámaras, sino dos profundos pozos de resina oscura en la que flotaban y giraban, como constelaciones en miniatura, miles de puntos de luz ámbar. Los observó por un largo minuto, y luego, con un sonido grave que era más una vibración en el pecho que un rugido, se dio la vuelta y comenzó a alejarse, arrastrando su pesado cuerpo.

Pero no se perdió en la espesura. Se detuvo unos metros más adelante y volvió la cabeza hacia ellos, como si esperara a que lo siguieran.

"¿Lo ven?" dijo Ana, su voz emocionada. "¡Les está mostrando el camino! Los datos indican que los Recolectores utilizan rutas seguras, libres de los 'Depredadores', las criaturas más agresivas. Síganlo."

Con un intercambio de miradas de incredulidad, Valdez y Rojas obedecieron. El Perezoso de Acero los guió a través de un laberinto cada vez más intrincado, descendiendo por una pendiente suave hasta llegar a lo que parecía ser un sistema de raíces gigantescas, huecas. El aire era más fresco aquí, y el latido de la cúpula principal se sentía más distante, amortiguado por la tierra.

La criatura se detuvo frente a una abertura en una de las raíces más grandes, del tamaño de un túnel de metro, y emitió otro de sus bajos retumbos. Luego, se echó a un lado, como un centinela exhausto, y comenzó a lamerse una garra con una lengua que parecía de cuero y cable de fibra.

Dentro del túnel, había movimiento. Figuras humanas, pálidas y demacradas, vestidas con harapos de lo que alguna vez fueron uniformes de AgroSilva o ropa de excursionista, se asomaron con cautela. Sus ojos estaban desprovistos de la luz metálica de los infectados. Eran ojos humanos, llenos de miedo, pero también de una chispa de esperanza.

Uno de ellos, un hombre alto con la barba crecida y el rostro marcado por el esfuerzo, dio un paso al frente. Miró a los gendarmes, luego al Perezoso de Acero, y finalmente habló con una voz ronca por la falta de uso.




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