La salida del Túnel del Tiempo Perdido no fue una huida, sino un descenso forzado. Perseguidos por los Feligreses de miradaámbar, Valdez, Rojas y Mateo se vieron acorralados en un conducto de ventilación que, para su sorpresa, no desembocaba en otra cámara orgánica del enjambre, sino en un lugar que desafíaba toda lógica.
El conducto terminaba en un vacío oscuro y resonante. Mateo, con un último esfuerzo, ancló una cuerda de emergencia y se deslizaron hacia la penumbra. Cuando sus pies tocaron el suelo, fue con un ruido metálico y hueco, no con el blando impacto de la tierra o las raíces. Rojas encendió su linterna táctica.
El haz de luz barrió la oscuridad y se reflejó en una superficie curva e inmaculada de acero inoxidable. Estaban en una plataforma de observación que colgaba de la pared de una cúpula gigantesca, tan vasta que su luz no alcanzaba el otro extremo. No era una cueva ni una estructura del enjambre. Era una construcción humana, colosal y tecnológicamente avanzada, oculta en las entrañas de la tierra.
Ante ellos se extendía una ciudadela bajo domo. Edificios bajos y modulares de diseño futurista se alineaban junto a calles impecables. Lámparas led de espectro completo simulaban un cielo diurno en el techo de la cúpula, iluminando parques con vegetación real y estanques de agua cristalina. El aire era filtrado, con una temperatura constante y agradable. Era el sueño de un búnker de lujo, una Arcología del fin del mundo.
"Madre de Dios..." murmuró Valdez, escaneando el lugar con sus binoculares. "Esto... esto es imposible."
Vieron figuras humanas. Personas vestidas con túnicas blancas y simples, paseando tranquilamente por los jardines o sentadas en bancos, leyendo de tablets. No parecían los sonámbulos del pueblo falso; sus movimientos eran naturales, conscientes. Pero había una uniformidad inquietante en su calma, una paz demasiado perfecta.
Su exploración los llevó hasta la base de la ciudadela, donde una puerta de vidrio blindado se deslizó silenciosamente a su paso. Fueron recibidos no por un robot sacerdote, sino por un hombre alto y delgado, de rostro afilado y vestido con un impecable traje blanco de científico o administrador. No portaba armas. Sonreía.
"Bienvenidos al Refugio Atómico Epsilon," dijo, con una voz clara y educada. "Llevamos tiempo observando sus progresos a través del enjambre. Soy el Doctor Moretti."
Los condujo a través de pasillos silenciosos hasta un centro de control que hacía palidecer a la estación de Valdez. Pantallas táctiles mostraban mapas en tiempo real del Impenetrable, con los patrones de expansión del enjambre marcados en rojo. Otras pantallas mostraban datos fisiológicos de los habitantes de túnicas blancas: ritmos cardíacos, niveles de estrés, patrones de sueño.
"AgroSilva no solo experimentaba con nano-máquinas en la superficie," explicó Moretti, con la frialdad de quien describe un experimento de laboratorio. "Este refugio fue construido en paralelo, durante la Guerra Fría y mejorado en secreto. Somos la contramedida. El grupo de control."
Rojas señaló una pantalla donde se veía, con claridad aterradora, el pueblo del Tiempo Perdido. "¿El enjambre? ¿Los 'Hijos'? ¿Ustedes sabían de ellos?"
"Por supuesto," asintió Moretti. "Son el Grupo de Exposición A. Expuestos directamente a la Quimera sin preparación. Su degradación es... valiosísima para nuestra investigación. Nosotros," señaló a las personas de las túnicas blancas en un monitor, "somos el Grupo de Control B. Aislados, protegidos, estudiando la fusión desde la seguridad para entenderla y, eventualmente, controlarla."
La revelación les golpeó como un mazazo. No eran salvadores. Eran científicos que observaban el fin del mundo desde una urna de cristal.
"Ustedes no están aquí para salvarnos," dijo Mateo, con amargura. "Están usando a la gente de allá arriba como... conejillos de indias."
Moretti no negó la acusación. "La evolución duele, señor Robles. La fusión hombre-máquina es inevitable. La cuestión no es si ocurrirá, sino quién la dirigirá. Nosotros estamos asegurando que la humanidad, o lo que quede de ella, sobreviva de la forma más óptima. Ordenada. Sin caos. Sin... sentimientos que entorpezcan."
Valdez apuntó su rifle a Moretti. "Abra las puertas. Vamos a sacar a la gente de aquí."
Moretti sonrió, una sonrisa fría y lastimera. "No pueden, Teniente. Y no es por mí."
Las puertas del centro de control se sellaron. De las paredes, paneles ocultos se retrajeron, revelando estantes con filas de dispositivos metálicos del tamaño de una mano, que zumbaban suavemente. Eran idénticos a los núcleos que alimentaban a los Recolectores.
"El enjambre no es solo una plaga exterior," dijo Moretti. "Es una herramienta. Y nosotros hemos aprendido a manejar sus herramientas. Este refugio es la jaula más segura del mundo. Y ustedes acaban de convertirse en nuestros invitados más especiales: el Grupo de Intervención C. Sus reacciones al conocer la verdad serán... fascinantes de estudiar."
La misión había cambiado de nuevo. No estaban luchando contra un monstruo alienígena, sino contra la ambición fría y calculadora de su propia especie. El verdadero enemigo no estaba en las raíces retorcidas, sino en este paraíso de acero, observándolos desde detrás de un vidrio blindado. Y ahora, ellos también formaban parte del experimento.
La voz de Ana, llena de estática y desesperación, sonó débilmente en la radio de Rojas: "¡La señal de Mateo... ha cambiado! ¡Está... integrada! ¡No pueden estar vivos ahí dentro!"
Rojas miró a sus compañeros, luego a los dispositivos zumbando en la pared. Comprendió. No estaban vivos en el sentido que ella creía. Estaban atrapados en el vientre de la bestia, y la bestia llevaba bata blanc