Chaco Silicio

CAPÍTULO 9: LA PAUSA INVEROSÍMIL

La tensión en el centro de control del Dr. Moretti era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Valdez, Rojas y Mateo estaban atrapados, no por barras de acero, sino por la fría lógica de un hombre que los veía como ratas de laboratorio. Sin embargo, tras horas de un tenso intercambio de amenazas y argumentos estériles, una fatiga profunda, más mental que física, comenzó a apoderarse de ellos.

Moretti, con su perspicacia clínica, lo notó.

"La resistencia es un dato más en la hoja de cálculo,teniente Valdez," dijo, con una calma exasperante. "Pero incluso los datos más valiosos necesitan periodos de inactividad para evitar la corrupción. Los llevaré a nuestros aposentos de visitas. No son sus celdas. Son sus habitaciones. La diferencia está en la percepción."

Cediendo a una pragmática exhausta, y con la secreta esperanza de que bajar la guardia les daría una oportunidad, accedieron. Fueron escoltados por dos guardias silenciosos a través de un pasillo impecable que desembocaba en un espacio abierto y sorprendente: el "Ágora", el corazón social del refugio.

Era un lugar amplio, iluminado por una suave luz diurna artificial, con mesas bajas, sofás cómodos y fuentes de agua que emitían un relajante murmullo. El aroma a tierra húmeda y a plantas era real. Variados grupos de habitantes de túnicas blancas conversaban en voz baja, reían o simplemente contemplaban los pequeños huertos hidropónicos que adornaban el lugar.

Un hombre joven, de sonrisa fácil y túnica blanca, se acercó a ellos. "Bienvenidos al Ágora. Soy Elías. El Dr. Moretti me pidió que fuera su anfitrión. Por favor, descansen. ¿Puedo ofrecerles algo?"

El ofrecimiento era tan simple, tan humano, que resultó desarmante. Valdez, aún receloso, aceptó un café negro y caliente. Rojas, sintiendo cómo la adrenalina abandonaba su cuerpo, pidió un jugo de algo, cualquier cosa que no fuera una ración de campo. Le trajeron un vaso de un líquido de color púrpura intenso, extraído de una fruta que solo crecía en el biotopo del refugio. Mateo, abrumado por la surrealista normalidad del lugar, pidió agua.

Se sentaron en un rincón, observando a la gente. Por primera vez en días, no había un enemigo visible al que apuntar. La quietud era casi dolorosa.

"Es como estar en otro planeta," murmuró Mateo, dando un sorbo a su agua. "O en el vestíbulo de un infierno muy bien decorado."

Fue entonces cuando la Dra. Lena Petrova se acercó a su mesa. Era una de las científicas del refugio, una mujer de rostro sereno y ojos inteligentes que brillaban con una curiosidad genuina.

"Elías me dijo que tenemos'invitados' especiales," dijo, con un acento suave. "Soy Lena. Veo en sus ojos que han estado en el ojo de la tormenta. No todos los días se recibe a gente del mundo de arriba."

Rojas, cuya desconfianza era un escudo casi instintivo, la observó con cautela. Pero Lena no llevaba la arrogancia de Moretti. En su lugar, mostró interés en sus equipos, preguntando por la tecnología "externa" con la avidez de una académica hambrienta de nuevo conocimiento.

La conversación fluyó. Hablaron de la superficie, del clima, de cosas simples que, en ese contexto, parecían recuerdos de una vida pasada. Poco a poco, la tensión inicial se fue disipando, reemplazada por una tregua incómoda pero bienvenida.

En un momento dado, la conversación derivó hacia la inmunología. Rojas, recordando los informes de AgroSilva, mencionó la dificultad de desarrollar vacunas de amplio espectro en condiciones de campo.

Los ojos de Lena se iluminaron.

"¡Es mi campo!"exclamó, con un entusiasmo que parecía fuera de lugar en el búnker. "Aquí, con los biotopos controlados, hemos podido avanzar donde otros no. Permítanme enseñarles."

Los guió a un laboratorio adyacente al Ágora, no el centro de control principal, sino un espacio de trabajo más íntimo. En lugar de pantallas táctiles, había microscopios y cultivos de tejidos.

"La clave no siempre está en la fuerza bruta del antígeno,"explicó Lena, mostrándole a Rojas una centrífuga de diseño elegante. "A veces, está en el vehículo. Usamos partículas lipídicas derivadas de hongos simbióticos que encontramos en las raíces del enjambre. Irónico, ¿no? Usar una parte del problema para construir la solución. Se adhieren a las membranas mucosas con una eficacia del 94%. Así es como mantenemos a nuestra población a salvo de patógenos externos... y de algunos internos."

Rojas, fascinada a pesar de sí misma, observó cómo Lena preparaba una muestra, sus manos moviéndose con la precisión de un relojero. Por un momento, se olvidó de que estaban prisioneros. Era solo una científica compartiendo su pasión con otra.

Mientras, Valdez y Mateo conversaban con Elías y otros habitantes. Descubrieron que muchos de ellos eran hijos o nietos de los científicos originales. Para ellos, el refugio no era una prisión, era su mundo. Su "misión" de preservar la humanidad era un dogma incuestionable. Eran amables, educados y, de una manera inquietante, felices.

Fueron unas horas de paz robada. Un momento en el que, entre sorbos de jugo púrpura y lecciones de virología, los tres investigadores recordaron lo que era sentirse humanos, no solo soldados o piezas de un juego. Se relajaron, rieron con una anécdota tonta de Elías, y disfrutaron del lujo prohibido de la compañía sin amenazas inmediatas.

Pero cuando un guardia se acercó para indicarles que era hora de retirarse a sus habitaciones, la ilusión se quebró. La paz era solo un intermedio, un dato más en el experimento del Dr. Moretti. Al despedirse de Lena con un nodo de respeto profesional, Rojas supo que la lección sobre vacunas era valiosa, pero también era un recordatorio: incluso en este paraíso, estaban rodeados por los frutos de una ética retorcida.

Esa noche, acostado en una cama increíblemente cómoda, Mateo miró al techo blanco. La conversación, la comida, la risa... todo había sido agradable. Pero ahora, en la soledad, sentía que era la prueba más peligrosa a la que se habían enfrentado. Porque, por un instante, había bajado la guardia. Y en un lugar como el Refugio Atómico Epsilon, bajar la guardia era el primer paso para convertirse en uno más de los de túnica blanca. Era la calma que precedía a la rendición final.




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