La "habitación" de Mateo era austera pero confortable. Sin embargo, el sueño no llegaba. La misma comodidad era una amenaza, un recordatorio silencioso de lo fácil que sería acostumbrarse. Un suave golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Era Rojas, seguida de Valdez. Sus caras reflejaban la misma inquietud.
"¿Lo sentiste también?" preguntó Rojas en voz baja, cerrando la puerta. "Esa... calma falsa. Es un narcótico."
Valdez asintió, sus ojos de halcón escaneando la habitación en busca de micrófonos invisibles. "Moretti nos está ablandando. La estrategia es clara: asimilación por comodidad. No podemos quedarnos aquí."
"Pero ¿cómo salimos?" preguntó Mateo. "Este lugar es una fortaleza. Sin un plan, sin aliados, estamos perdidos."
Fue entonces cuando Rojas esbozó una sonrisa tenue. "Creo que tenemos una aliada. O al menos, una posibilidad."
Al día siguiente, buscaron a Lena en el laboratorio del Ágora. La encontraron analizando unos cultivos, absorta en su trabajo. Rojas se acercó directamente.
"Dra. Petrova, su trabajo con los vectores lipídicos es brillante," comenzó Rojas, usando el lenguaje común de la ciencia como puente. "Pero me pregunto... ¿alguna vez ha probado sus teorías contra patógenos del mundo exterior? Los de aquí son controlados. Los de arriba son salvajes, impredecibles."
Lena alzó la vista, intrigada. "Es el sueño de todo inmunólogo. Pero es... imposible."
"¿Lo es?" intervino Valdez, su voz era un susurro grave. "Usted no parece como los demás. Usted tiene curiosidad, no solo dogma. Moretti colecciona datos, pero usted busca conocimiento. Hay una diferencia."
Lena los miró a los tres, uno por uno. La máscara de la científica serena se agrietó por un instante, revelando un destello de conflicto.
"El Dr. Moretti es un genio," dijo cuidadosamente, "pero su visión es... rígida. Él ve a la humanidad como un conjunto de datos a preservar. Yo la veo como un organismo vivo, que debe evolucionar. Algunos de nosotros... tenemos dudas."
Rojas dio el paso decisivo. "Ayúdenos a salir. Llévenos de vuelta a la superficie. A cambio, le daremos acceso a lo que más anhela: datos del mundo real. Muestras de tierra, aire, patógenos activos. Podría validar su trabajo, salvar vidas fuera de aquí. Su legado no estaría encerrado en una bóveda, sino escrito en la historia."
El silencio que siguió fue pesado. Lena miró el tubo de ensayo que sostenía, conteniendo la solución nacarada de su vacuna experimental.
"Si me descubren," murmuró, "la reeducación sería el mejor de los casos. Moretti no tolera la disidencia." Respiró hondo. "Pero tienen razón. Este conocimiento no sirve a nadie aquí. Hay un conducto de ventilación principal que se usa para expulsar el exceso de calor del reactor. Los filtros se revisan cada luna nueva. La próxima revisión es en dos días. Es la única ruta no vigilada que lleva directamente a la superficie."
El plan era desesperado. Lena les proporcionaría un plano esquemático del sistema de ventilación y crearía una distracción en el sistema de vigilancia del Ágora durante el cambio de turno, el momento de mayor confusión.
Pero había un problema. "El conducto desemboca en una esclusa de mantenimiento exterior," explicó Lena. "Está sellada con una compuerta electromagnética que solo se abre con el código de un oficial de seguridad de alto rango. Solo dos personas lo tienen: Moretti y el Jefe de Seguridad, Kraven."
Robar el código a Moretti era imposible. Kraven era su única opción.
Aquí es donde la personalidad de cada uno brillaría:
· Valdez, el estratega, ideó un plan de distracción clásico pero efectivo. Usarían una pequeña disputa en el Ágora, fingida por Mateo y Rojas, para atraer la atención de los guardias y a Kraven mismo.
· Rojas, con su conocimiento técnico, usaría un improvisado "lápiz de memoria" que Lena podría conseguirle de un laboratorio de materiales. Con él, y en el breve instante en que Kraven estuviera distraído, podría clonar la firma digital de su brazalete de seguridad al pasarla cerca de él.
· Mateo, el everyman, sería crucial. Su papel era ser convincente en la pelea ficticia, apelar a la emoción y el caos para enmascarar el frío robo de datos de Rojas.
Llegó el momento. En el Ágora, Mateo y Rojas comenzaron una acalorada discusión sobre los "recursos asignados", elevando la voz hasta llamar la atención. Como estaba previsto, dos guardias se acercaron. Cuando la situación parecía calmarse, Mateo, con una actuación desgarradora, empujó una mesa, haciendo que se cayera con estruendo.
Como un tiburón oliendo sangre, Kraven, un hombre ancho y de mirada dura, apareció en el Ágora para imponer orden. Mientras se encaraba a Mateo, Valdez, desde el otro lado de la sala, creó una segunda distracción menor haciendo como si se desmayara, dividiendo aún más la atención de los guardias.
En ese caos de tres segundos, Rojas, que parecía estar simplemente observando consternada, se rozó levemente contra Kraven al intentar "separar" a Mateo. El lápiz de memoria en su palma vibró sutilmente. Una luz minúscula se encendió, indicando que la firma había sido capturada.
La farsa terminó. Fueron amonestados y enviados a sus habitaciones. Pero en la mano de Rojas, escondido como un tesoro, estaba el keyloger físico. Esa noche, en la privacidad de su baño, lo sincronizó con una tableta que Lena les había proporcionado. El código de la esclusa apareció en la pantalla.
Se reunieron en un nicho oscuro cerca de los conductos de ventilación, listos para ejecutar la fuga. Lena les entregó una mochila con suministros: agua, barras energéticas y, lo más valioso, varias dosis de su vacuna de vector lipídico. "Por si acaso," dijo, con una mirada de complicidad.
Con el código de Kraven, Rojas desbloqueó la rejilla del conducto. Uno a uno, se introdujeron en la oscuridad estrecha y reverberante, comenzando el arduo ascenso hacia la libertad.