Chaco Silicio

CAPÍTULO 11: EL GUARDIÁN DE LAS RAÍCES

La ascensión por el conducto de ventilación fue un suplicio de metal reverberante y aire cargado de ozono. Avanzaban a ciegas, guiados solo por el tenue esquema del plano de Lena y la desesperante promesa de la superficie. Tras lo que pareció una eternidad, una luz grisácea y un aire frío y áspero les dio la bienvenida. Habían llegado a la esclusa de mantenimiento.

Con manos temblorosas, Rojas usó el código clonado. La compuerta se deslizó con un silbido de aire igualado, revelando el mundo exterior.

No era el mundo que recordaba Mateo. El cielo era una bóveda de plomo, teñida de un naranja enfermizo en el horizonte. El viento golpeaba con fuerza, cargado de un polvo fino y acre que les hacía toser al instante. La vegetación era escasa, retorcida, de colores apagados. Pero era real. Era libertad.

"No podemos detenernos," gruñó Valdez, escaneando el terreno con sus ojos de halcón. "Moretti no se habrá quedado de brazos cruzados."

Corrieron. Sin un destino claro, solo poniendo la mayor distancia posible entre ellos y la boca del refugio. El paisaje era un páramo de rocas erosionadas y troncos muertos. La fatiga y la adrenalina soon los sostenían, pero la suerte se agotó rápido.

Una patrulla de drones de reconocimiento, silenciosos y veloces, surgió de detrás de una colina. Un haz de luz escarlata los iluminó.

"¡Abajo!" gritó Valdez, empujando a Mateo.

Pero no fue suficiente. Un proyectil perforante, no letal pero sí devastador, se clavó en el muslo de Rojas con un crujido sordo. Ella cayó con un grito ahogado. Valdez recibió un impacto en el hombro, la fuerza del golpe haciéndole dar una voltereta. Mateo, milagrosamente ileso, se arrastró hacia ellos, el terror helándole la sangre.

Los drones se posicionaron sobre ellos, como buitres esperando. Era el fin.

De repente, una serie de chasquidos secos rompieron el aire. Uno a uno, los drones se apagaron y cayeron al suelo, inertes. Algo o alguien los había desactivado con precisión milimétrica.

De entre la maleza grisácea, una figura emergió. Era un hombre anciano, vestido con ropas remendadas de distintos materiales, algunas de origen claramente tecnológico. Su rostro estaba surcado de arrugas profundas, pero sus ojos tenían la agudeza de los que han sobrevivido a lo imposible. En sus manos sostenía un artefacto casero, una varilla con un cristal pulsante en la punta.

"Los nuevos zorros huyendo del gallinero de acero," dijo su voz, áspera como la corteza de un árbol. "No durarán una hora aquí si hacen tanto ruido."

"¿Quién es usted?" preguntó Mateo, protegiendo con su cuerpo a Rojas, que gemía de dolor.

"Me llaman Finn. Y ustedes son el problema de otro. O lo eran." El anciano se acercó, examinándolos sin piedad. Vio la herida de Rojas, la sangre empapando su ropa, el hombro inflamado de Valdez. Suspiró. "No puedo dejarlos aquí para que los encuentren. Los suyos… y los otros."

Sin esperar respuesta, Finn hizo una seña. De la sombra de un árbol enorme y retorcido, un espécimen único que parecía hecho de metal petrificado y madera viva, surgieron dos figuras más jóvenes, un hombre y una mujer, tan curtidos y silenciosos como él. Entre los tres, cargaron a Rojas y ayudaron a Valdez a caminar.

Finn se acercó al tronco del árbol gigante. Presionó una secuencia en un panel de corteza falsa y, con un ruido apenas audible, una sección del suelo cubierto de raíces y hojarasca se desplazó, revelando una rampa descendente que olía a tierra húmeda y hierbas.

El Santuario bajo el Árbol

El interior era sorprendentemente amplio. No era un búnker de acero, sino una red de túneles naturales reforzados con vigas recicladas y recubiertos de raíces entrelazadas que actuaban como una estructura viva. Lámparas de bioluminiscencia, cultivadas en hongos, proporcionaban una luz tenue y constante.

Depositaron a los heridos en unas camas improvisadas con paja y mantas limpias. Finn se lavó las manos en un cuenco de agua y se acercó a Rojas.

"El proyectil es de punta magnética," murmuró, examinando la herida con manos expertas. "Diseñado para anclarse y causar daño tisular máximo. Un invento del Jefe Kraven. Es una suerte que no haya alcanzado una arteria."

Extrajo unas pinzas de su cinturón y, con una precisión quirúrgica, comenzó a trabajar. Mateo observaba, fascinado y horrorizado. No había anestesia más allá de un brebaje amargo que hizo beber a Rojas. La operación fue rápida, brutalmente eficiente. Extrajo el proyectil y aplicó una pasta verde oscura sobre la herida, que inmediatamente dejó de sangrar.

Para Valdez, utilizó un ungüento diferente, masajeando el hombro magullado con una fuerza que no parecía corresponder a su edad. "Hueso intacto. Tendones magullados. El dolor será tu compañero unas semanas, muchacho."

Una vez terminado, Finn se sentó frente a ellos, mientras sus ayudantes, que se presentaron como Kael y Lyra, les ofrecían un caldo caliente. Fue entonces cuando Finn comenzó a hablar, su voz un susurro grave que llenó la cámara.

La Revelación: El Origen del Engaño

"Moretti no es el cerebro; es solo la mano ejecutora, el administrador de una mentira," comenzó Finn, sus ojos perdidos en el pasado. "El verdadero culpable, el arquitecto de esta prisión de acero, se llama Alastair Kraven."

Mateo contuvo el aliento. Ese nombre solo se mencionaba en susurros en los archivos históricos del Refugio, siempre como un héroe, el visionario que los salvó del Colapso.

"Kraven no quería salvar a la humanidad; quería poseerla. Él y un grupo de élite, los 'Arcontes', provocaron el Colapso. Sabían que las guerras por los recursos y las pruebas de armas biológicas llegarían a un punto de no retorno. Ellos orquestaron los peores conflictos, debilitaron a los gobiernos y, cuando el mundo ardía, ofrecieron su solución: los Refugios. Pero no eran arcas de salvación, eran criaderos. Su plan era esperar a que la superficie se purgara a sí misma y luego emerger con una población perfectamente controlada, una humanidad que les debiera todo, ignorante de que ellos fueron sus verdugos."




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