El aire en el santuario de Finn era eléctrico. Durante días, el plan se había ejecutado con una precisión que rozaba lo milagroso. A través de los conductos ciegos y túneles olvidados, un goteo constante de personas había empezado a emerger a la superficie: primero los agentes leales de Valdez, luego familias enteras, luego cualquiera que hubiera recibido el antídoto de Lena y estuviera dispuesto a arriesgarse.
El campamento de la resistencia, camuflado entre las ruinas de una antigua ciudad, crecía cada noche. Eran cientos ahora. Fantasmas que el Refugio había dado por muertos, renacidos bajo un cielo que, aunque hostil, era libre.
Pero la ansiedad crecía en Mateo. Algo no encajaba.
"Las últimas evacuaciones han sido demasiado fáciles," comentó a Valdez una noche, mientras observaban a un nuevo grupo de refugiados ser recibidos por los Ecos. "Casi no hay resistencia de la Seguridad Interior. Es como si... no les importara que nos fuéramos."
Valdez, cuyo brazo ya estaba casi recuperado gracias a los ungüentos de Finn, frunció el ceño. "Lo he notado. Es como si estuvieran limpiando la casa y nosotros les estuviéramos haciendo el favor al sacar la basura."
Esa frase resonó en Mateo con un escalofrío. "Tenemos que volver. Ahora. Tenemos que encontrar a Lena y asegurarnos de que los que se quedan están bien. Algo está mal."
Finn, aunque reacio, accedió. "Kael y Lyra los guiarán. Conozcan los caminos más profundos. Pero tengan cuidado. El silencio de Moretti es más peligroso que sus balas."
El Regreso a la Cueva de Acero
El descenso por los conductos de ventilación fue una pesadilla invertida. La atmósfera que antes era de huida esperanzada, ahora estaba cargada de un presentimiento opresivo. El zumbido habitual de los sistemas de ventilación era más tenue, intermitente. Un silencio anormal se cernía sobre los niveles habitacionales.
Cuando la escotilla se abrió en el Nivel 7, el corazón de Mateo se encogió.
El pasillo estaba desierto. Las puertas de los departamentos, abiertas de par en par, revelaban interiores vacíos, como caparazones abandonados. No había rastro de lucha, solo... ausencia. Era un silencio espeso, roto solo por el leve chirrido de una puerta balanceándose con el viento de la ventilación.
"¿Dónde está todo el mundo?" susurró Rojas, su voz temblorosa en la penumbra de las luces de emergencia que parpadeaban débilmente.
Avanzaron con cautela, revisando nivel tras nivel. La misma escena se repetía: comedores vacíos, centros de recreación abandonados, nurseries silenciosas. El Refugio, que alguna vez bulló con la vida de miles, era ahora una tumba de acero.
"Es una evacuación forzada," murmuró Valdez, palpando una taza de café aún tibia en la mesa de la guardia de seguridad, también abandonada. "Pero... ¿a dónde los llevaron?"
El objetivo principal era claro: encontrar a Lena. Corrieron hacia su laboratorio, con la esperanza de encontrarla a ella o al menos una pista.
La puerta del laboratorio estaba sellada con un candado de energía, un protocolo de máxima seguridad que nunca se había activado. Valdez usó los códigos de emergencia restantes para desactivarlo. Con un zumbido siniestro, la puerta se deslizó.
Dentro, el caos reinaba. Equipos volcados, terminales destrozadas a propósito, viales de suero y el antídoto rotos en el suelo. Había sido un apresuramiento, una huida o... una captura.
"No está," dijo Mateo, con el corazón hundiéndose en un pozo de horror. "Lena no está."
En el centro del desorden, en el suelo, una mancha oscura llamó su atención. No era sangre, sino un charco de un líquido negro y viscoso, similar al alquitrán. Al acercarse, despedía un olor metálico y dulzón que resultaba nauseabundo. Junto a él, medio fundida contra el suelo, yacía la placa de identificación de Lena.
Lyra, la Eco, se arrodilló junto a la sustancia. La tocó con la punta de los dedos y retrocedió al instante, como si le hubiera dado una descarga.
"Esto...esto no es de nuestro mundo," murmuró, su rostro pálido de un terror nuevo. "Es un ácido orgánico. De los Depredadores de las Sombras."
La Nueva Amenaza
"¿Depredadores de las Sombras?" preguntó Valdez, apretando su arma con fuerza.
"Kraven no solo encerró a la humanidad," explicó Kael, con voz grave. "También liberó algo. Criaturas que desarrolló en laboratorios secretos, diseñadas para 'limpiar' la superficie de cualquier resto de vida rebelde. Son bestias biomecánicas, cazadoras perfectas. Moretti no los controla... los teme. Pensamos que estaban confinadas en las Zonas Muertas."
"Pero ahora están aquí," concluyó Mateo, mirando la mancha negra. "Moretti no está evacuando a la gente para protegerlos... los está sacrificando. O entregándoselos a esas cosas. Lena lo descubrió y por eso se la llevaron."
La verdad los golpeó con la fuerza de una explosion sorda. Su plan de rescate había sido una ilusión. Mientras ellos sacaban a unos cientos, Moretti y Kraven estaban orquestando una desaparición masiva de todos los demás. El Refugio no era un arca; era un corral de ganado.
"Tenemos que encontrarla," dijo Mateo, con una determinación que nació del fondo de su desesperación. Agarró la placa de Lena, manchada con el residuo negro. "Ella es la clave de todo. Sin ella, no tenemos antídoto, no tenemos esperanza, y no entendemos lo que está pasando."
Rojas, usando una terminal portátil que había traído, se conectó a un puerto de datos residual. "Puedo rastrear las cámaras de seguridad de los niveles inferiores, los que ni siquiera nosotros conocíamos. Si se la llevaron, debe haber un registro."
Las imágenes eran granuladas y se saltaban segundos, pero era suficiente. Vieron a Lena, rodeada por guardias de la Seguridad Interior con uniformes negros, una unidad que ni Valdez reconocía, siendo arrastrada con fuerza hacia un ascensor de carga que solo bajaba: a los Cimientos, los niveles técnicos y prohibidos del Refugio.