Chaco Silicio

Capítulo 13: El Umbral Cósmico

El aire en las profundidades era tan antiguo que sabía a polvo de estrellas extinguidas. Lena apoyó una mano temblorosa contra la pared de la cueva, sintiendo el latido sordo y frío de la roca. Tras semanas de descenso, de luchar contra la oscuridad y la claustrofobia, la cueva había dado su último suspiro, abriéndose en una caverna de una magnitud que desafiaba toda lógica.

No era una cueva. Era un cosmos en miniatura.

El techo, a kilómetros de altura, estaba tachonado con cristales fosforescentes que imitaban con inquietante precisión un cielo estrellado. Y en el centro de esa bóveda celestial subterránea, se alzaba la Estación.

No era una ruina. Era un esqueleto de metal y luz, una estructura de líneas elegantes y frías que parecía haber brotado de la misma roca, o quizás, haber sido plantada allí en un pasado inimaginable. Torres retorcidas como ADN se elevaban hacia el falso firmamento, y en su base, un portal circular emanaba una luz azulada y silenciosa.

—No es posible —murmuró Kael, su voz perdida en la inmensidad—. Esto... esto no es de este mundo.

Avanzaron como sonámbulos, sus botas haciendo eco sobre el suelo pulido. El aire olía a ozono y a tiempo detenido. Al acercarse al portal, vieron que no era una simple puerta, sino un vortex de energía tranquila. En su centro, donde la luz era más densa, no había un muro, sino un vacío. Un hueco perfecto que no mostraba el otro lado de la estación, sino la negrura absoluta salpicada de puntos de luz distantes.

Era una ventana al espacio.

—El mapa de los Ancestros —dijo Lena, recordando los pergaminos que los guiaron hasta aquí—. No señalaba el centro de la tierra. Señalaba un... un puerto. Un puerto para navegar más allá del cielo.

No hubo discusión. No había otra ruta que regresar, y regresar era rendirse. Todo su viaje, cada peligro superado, los había conducido a este preciso instante. Se miraron, y en sus ojos no había miedo, sólo una aceptación serena y un destello de esa curiosidad insaciable que separa a los exploradores de los demás.

Kael extendió la mano hacia el vortex. La energía le hizo cosquillas en la piel, una sensación de estática y promesas. Dio un paso al frente, y su figura se desdibujó, se hizo translúcida contra el telón de estrellas, y luego, fue absorbido por la luz.

Lena contuvo la respiraza y lo siguió.

No hubo caída, ni vértigo, ni la desgarradora sensación de ser lanzado. Fue como sumergirse en un mar de seda fría. La gravedad de la tierra se desvaneció, reemplazada por una quietud sublime. Un silencio tan profundo que podía oír el latido de su propio corazón como un tambor en el vacío.

Y entonces, sintieron el viaje.

No era un movimiento a través del espacio, sino del espacio mismo. Era como si una mano gigantesca hubiera pellizcado la tela de la realidad en la cueva y la hubiera estirado hasta tocar otro punto del universo. Fue un instante que duró una eternidad, un parpadeo en el ojo de Dios.

Cuando la luz se disipó, ya no estaban en la caverna.

Flotaban en la ingravidez, ante una vasta cúpula de visualización. Afuera, la negrura infinita del espacio era rota por la majestuosa curva azul y blanca de un planeta que no reconocían. No era la Tierra. Era un mundo nuevo, con continentes de formas extrañas y océanos de un color esmeralda profundo.

La Estación Cueva, el umbral, había sido su nave todo este tiempo.

Kael flotó hasta la cúpula y apoyó la frente en el cristal frío.

—No es el final —susurró, su voz cargada de asombro—. Es solo el principio.

Lena asintió, una lágrima escapando de su ojo y flotando como una perla diminuta en la cabina.

—El primer paso —dijo—. La primera parte del camino ha terminado. La próxima... la próxima es toda una eternidad.

Y allí, suspendidos entre el planeta desconocido y el recuerdo de la cueva que los vio partir, comprendieron que su viaje no había sido hacia las profundidades de la Tierra, sino hacia el umbral de lo humano. Habían cruzado el abismo no con naves, sino con un portal olvidado, y ahora, el universo entero se abría ante ellos, infinito y lleno de promesas.

- Fin de la Primera Parte -




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