Arán Fontaine entra en su despacho con rostro serio. Se le nota especialmente inquieto; alterado por un grave error de juventud que creía enterrado. Muchas décadas después de aquello los fantasmas regresan para atormentarlo en forma de vil chantaje.
Una carta sin remite y una reclamación económica desproporcionada. La cuestión pasaba por saber quién podía estar al tanto de aquel suceso. Y ¿Por qué después de tantos años?…El despacho se ubica en la planta baja. Tras la puerta de corredera con herrajes se distribuye el elegante mobiliario de oficina. La iluminación natural la aporta una gran vidriera que a todas luces no desentonaría colocada en cualquier gran catedral.
El domicilio conyugal es una mansión de estilo victoriano. Su orientación sur aprovecha las horas de luz a lo largo de todo el año. Destaca no sólo por su innegable atractivo visual sino también por ser la única ubicada en lo alto de la colina.
Nada de vecinos, ni para bien ni para mal. Por la parte trasera se alza desafiante el bosque, extendiéndose a lo largo y ancho de incontables hectáreas.
Para acceder a la casona la única vía es el sendero empedrado. El mismo queda limitado a ambos lados por un pequeño murete de piedra a dos alturas. Destacan además algunos parterres de diferentes tamaños más un elaborado jardín. Farolas de hierro forjado se disponen tanto a derecha como izquierda, pegadas al césped.
A Arán Fontaine le gusta trabajar desde casa. Como fundador y presidente de una importante empresa de seguridad informática puede permitirse cualquier licencia, sin tener que dar explicaciones a terceros…
Se arrellana en el sillón de cuero negro, entrando en modo espera. Sobre una bandeja de plata una botella de whisky. La toma con desdén, luego echa mano a uno de los vasos de cristal ahumado. Vierte cuatro dedos de aquel excelente escocés, añadiéndole tres cubitos de hielo. Echa un trago. Las circunstancias lo roen por dentro; aquella contrariedad del pasado ha retornado y beber ayuda a no pensar demasiado en ello.
La noche se extiende como una larga sábana, cubriendo la ciudad. Desde el altozano contempla la disposición de las luces en la avenida, contrastando con la intensa penumbra del bosque…
Es la hora acordada. Levanta la tapa del portátil, sintiendo de inmediato una punzada en el estómago. En pantalla dos letras: “S” y “N”. Arán Fontaine pulsa “S”. Se despliega una nueva ventana, minimizándose la anterior. Se trata de una sesión encriptada de chat. Sabe bien como moverse en el ciberespacio sin dejar huella. El cursor intermitente en espera. Arán Fontaine teclea:
—Beta... ¿está ahí? —El suave chasquido de las teclas rompen la tensión del momento. Del otro lado entra un mensaje.
—Aquí estoy, tal y como hemos quedado, señor Alfa.
Arán apura otro trago antes de seguir martilleando las teclas con sus gruesos dedos.
—¿Le ha quedado claro el asunto? —Espeta.
—Claro y meridiano señor Alfa. No se preocupe, sé hacer mi trabajo y le aseguro que lo hago eficientemente. Pero si se queda más tranquilo vuelvo a repetírselo…
Mañana a la 01:00 de la madrugada me detendré en la calle que conduce a su hogar. He estudiado en profundidad las fotografías y los vídeos que me ha enviado. Tanto los sensores de movimiento como las cámaras de seguridad y demás sistemas estarán fuera de servicio un par de horas. Las ventanas de la planta baja y de la primera planta tienen rejas, dificultando cualquier intento de intrusión. El bosque corre en herradura. Por lo que he visto sólo hay una vía de entrada y salida.
A la 01:30 accederé a la vivienda. El chantajista del que me ha hablado lo estará aguardando en la cocina. No hay nada como poner sobre el tapete un talón con muchos ceros para que cualquiera pierda la perspectiva de las cosas…
Calculo que en diez minutos habré terminado el trabajo. Su mujer ha partido de viaje, pasará unos días con sus padres así pues no habrá elementos internos que puedan dar al traste con nuestros planes.
Usted ha reservado mesa para las 09:30 con la escusa de tratar asuntos de negocios con un cliente. Éste, el resto de comensales y los camareros serán su coartada.
La velada se alargará porque usted se encargará de que así sea.
Llegará a su domicilio sobre las 02:30 de la madrugada. Como de costumbre meterá el coche en el garaje, accediendo a la vivienda por la puerta interior.
Una vez allí encontrará al chantajista muerto en la cocina. Habré dejado cajones revueltos para simular un robo en el cual uno de los maleantes ha liquidado al otro para no repartir el botín…
—¡Excelente! —Teclea Arán antes de tomar otro trago—. Como habíamos quedado tiene en su poder el primer pago—. Un pitido largo le obliga a pulsar dos teclas de función…
—No se preocupe, no podrán rastrear el dinero. El resto lo tendrá a la finalización de este asunto. No volveremos a contactar.
Arán ejecuta varias líneas de código. La pantalla queda totalmente limpia, sin el menor rastro de aquella conversación. Baja la tapa del portátil y se sirve otra copa.
El reloj de la farmacia marca la 01:00 de la madrugada. Tras el cristal de un vehículo, a escasos cincuenta metros del acceso a la mansión, se entrevé la figura de un hombre sentado al volante. No puede ser más que el pistolero, puntual a su cita con la muerte.
Fuma un cigarrillo que no tarda en depositar con el resto de colillas, apiñadas en el cenicero. Le gusta trabajar de noche porque resulta más fácil pasar inadvertido.
Beta inspira, tragando el humo del cigarro que acaba de encender. Lo suelta despacio. Las esperas, cortas o largas, forman parte de su peculiar actividad.
Mira en derredor, observando desde la distancia la línea de farolas; el murete a dos alturas y los parterres. Apaga el pitillo antes de abrir la puerta del utilitario. Activa el cierre centralizado; se estira a conciencia y luego gira la cabeza hacia ambos sentidos de la calle. Ni un alma.