Una estructura en mal estado se alza ante la figura vigorosa de un hombre que va a pasos lentos tanteando el terrero. Sus pies descalzos resisten la temperatura elevada del terreno, la mirada se clava en el cielo eterno cubierto de nubes negras llenas de relámpagos, para luego ver la entrada malgastada con pilares en declive.
Mantiene su posición durante unos segundos pasando sus manos por el material endeble de la fortaleza, recordando con molestia lo que alguna vez fue: su segundo hogar. Sus extravagantes orejas de animal se mueven de una manera curiosa, algo ha escuchado que le ha llamado la atención por lo que por fin ingresa al lúgubre lugar infestado de huesos humanos. Cada paso que da es tosco, rompe despojos, aparta de su camino elementos que alguna vez fueron la armadura de un guerrero, hasta crear un camino seguro que lo lleve a la habitación que tiene en su mente.
Se detiene por unos segundos para admirar una bandera malgastada que reconoce de inmediato: la cruz escarlata atravesada de derecha a izquierda en diagonal por un rayo, el aclamado signo de la orden del trueno divino. Nunca ha estado de acuerdo con dicha ideología de aquella organización, no entiende como los dragones, unos seres grandiosos respetados y venerados por muchos, fueron a parar a ser simples monturas y el centro de entretenimiento de unos simples humanos liderado por una mente retorcida en aquel tiempo.
Ahora que reflexiona mejor las cosas al caminar a un paso seguro, organiza en su mente los eventos ocurridos del pasado; recuerda todo, desde la crisis de Alpha, la traición de sus compañeros y la llegada a estas tierras dimensionales ubicadas en Terra. Lo cual es muy raro, porque siempre que pasa un portal dimensional olvida todo, pero mientras transcurre su aventura sus recuerdos vuelven poco a poco. Esta vez parece que la cosa es diferente y se siente agradecido por ser la primera vez que ocurre este suceso.
Explorando los decadentes pasillos del lugar, llega a lo que queda de una habitación en donde puede apreciar una mesa que apenas se mantiene en pie y en ella la figura de un hombre sosteniendo con su mano derecha un cráneo. La presión emerge de la nada cuando los dos individuos cruzan sus miradas, el reencuentro de dichos seres hace revivir un pasado de disputas y desacuerdos, que hoy en la antigua fortaleza se pondrá fin.
El chico presiona el cráneo con rencor hasta romperlo en mi pedazos, da un pequeño brinco para caminar hacia su invitado de honor, las ropas exageradas que llevan no ameritan la situación ni tampoco la época en la cual se encuentran, pero quien puede juzgar con exactitud un sitio que a primera impresión está en mal estado y es ambiguo, en donde las ratas merodean a plena luz del día por algo de comer y los cuervos esperan la muerte del próximo hipócrita que caiga por ahí.
El muchacho mira de reojo al rival; un cabello negro grasiento con un mechón largo que cubre su ojo derecho, pantalones negros con pitillo, una camisa roja a cuadros negros entreabierta que deja relucir su contextura fortificada, un cinturón grande con una ensalada de armas en ella, una espada larga que carga en su espalda y lo que más le desagrada son las sandalias que no combinan para nada con su estilo.
Cada individuo mantiene su mano hábil en la empuñadura de su arma principal. Mientras unos dedos serpentean el mango con nerviosismo, el otro mantiene su puño firme, imperturbable como un asesino experto que espera la señal para acabar de una vez con todas con su objetivo. El viento sopla a favor de nuestro héroe, su cabello rubio flamea con intensidad bloqueando un poco su visión. Pero eso no le inmuta. Desliza levemente sus ojos para notar que una bufanda roja es tirada al aire como un vil trapo sucio. Los dos clavan sus miradas en el objeto que cae lentamente. Se siente que el tiempo se ha congelado por completo, que la bufanda se ha quedado suspendida en el aire por toda la eternidad, que un silencio eterno se ha apoderado del espacio. Hasta que por fin toca suelo, la tensión se rompe en menos de un parpadeo, un chirrido enorme retumba en la sala creando un eco, el sonido de metal chocando entre sí y el crujir de unas costillas rotas más la sangre bañada en el suelo determina al vencedor de la contienda.
El joven Esteban Ragnarok se da la media vuelta para observar a su rival junto a un gran lobo tangible de color blanco que estira sus patas y al abrirlas deja caer cuchillos, navajas, kunais y dagas. La táctica del rival ha sido impresionante, sin embargo, ha sido repelida totalmente gracias a la bestia divina del joven de ojos grises. Lican es una de las cinco bestias divinas que tiene encerradas en su cristal y que ha aprendido usar durante sus travesías tras sobrevivir al sello maldito de las bestias, gracias a eso, el chico ahora puede usarlas con total libertad. No obstante, debe medir el uso de ellas, al romper el sello en su totalidad, es mucho más la energía y la carga que debe aprender a controlar. Esto se demuestra en sus piernas y manos que tiritan al usarlo de una forma muy abrupta.
—Perdiste—con un movimiento fuerte y preciso, saca la sangre del espadón y se lo lleva al hombro—. Te he dado un punto en el cual sea difícil que te muevas Kami-sen, te vas a morir desangrado, pero créeme que yo no permitiré eso. Maldita escoria.
—Eres un maldito traidor Nod—se ríe con frustración—. Senthiel te lo dio todo, quisimos ayudarte, apoyarte… ¡Eras parte de nuestra familia y nos traicionaste!