Cheshire estaba presó; las cadenas seguían enredándose en su cuerpo.
Cuando sus patas fueron enredadas, esté cayó sobre el tablero de ajedrez y la joven segura de su victoria, camino para ver la muerte agonizante que le esperaba.
—Tú eres uno de los más grandes espíritus antiguos y ahora sucumbirás ante mi poder, jamás debiste atreverte a juzgar y a jugar conmigo, gran ignorante— dijo y le propinó una patada en el hocico.
Cheshire no se inmutó ante su golpe, no había emitido quejido ninguno a pesar de que las cadenas le cortaban.
—¡Grita quiero oírte gritar, ¿dónde quedó tu risa?!—le gritó cerca de su rostro.
Cheshire bajo las orejas en señal de amenaza y gruño como hacen los gatos ante sus enemigos, la chica espantada que la fuera a morder con sus enormes colmillos cayó hacia atrás. Chesshire río mientras su rostro era cubierto por las cadenas y susurró algunas palabras que apenas pudo percibir la chica…
“¿una pequeña victoria y haz hecho una alharaca?”
—¿A qué se refería el gato? Era evidente su derrota— pensó ella.
No iba a permitirle una burla más, volteó hacia su rey y le ordenó una vez más: ¡Sofócalo hasta que su cuerpo no respire más!
En ese momento la cadena dio un movimiento al revés en el que giraba y se apretó contra el cuerpo del gato, esto fue tan rápido que la joven espero ver el charco de sangre proveniente del cuerpo del mismo pero esto jamás sucedió, sorprendida de ver triturado aquel cuerpo sin oír ningún solo quejido o ver siquiera una gota de sangre, volvió a ordenar al rey que le mostrará el cadáver.
El rey desató las cadenas para que su amada pudiera observar su trabajo pero cuál fue la sorpresa de ambos que entre ellas solo estaba la piel del gato.
—No es posible… —dijo ella sin poder creer lo que observaba.— Esto solo es el pelaje…y ¿el cuerpo?…. ¡¿Dónde está el cuerpo?!— Movió su cabeza buscándolo con la mirada, en qué lugar de esa dimensión estaba oculto.
De pronto una risa rompió el silencio.
—¡Muéstrate cobarde! ¡Deberías estar muerto pero has escapado! ¡Cobarde!— gritó la chica enfadada.
—Cobarde, cobarde, cobarde— arremedó la voz del gato y por cada palabra repetida aparecieron unas grandes sonrisas por todo el lugar, tan blancas y largas asemejando a la luna en cuarto creciente.
—¡Muéstrate!— grito nuevamente, caminando de un lado a otro en el tablero de ajedrez, con la vista hacia arriba, mirando a esas sonrisas sin rostro.
Tan sumida estaba en su búsqueda que no se percató de las grandes fauces que se formó en el piso del tablero, dispuestas a tragársela. La chica casi fue mordida de no ser por el rápido movimiento de cadenas del rey, quien la sujetó y la alejó del peligro; ahí hubiera terminado su vida.
—Puedes correr pero no escapar— dijeron a coro aquellas sonrisas, para después carcajearse.
—¡¡CHESSHIRE!! ¡Muéstrate cobarde!!— gritó ella molesta mientras el rey la depositó suavemente en el piso.
La piel que aún seguía enredada en las cadenas del rey se desató y se movió rápidamente hasta dirigirse hacia la punta del gran rey negro que se alzaba en el ajedrez y ahí, acostado de forma cómoda y despreocupada, se encontraba un fornido joven de tez clara, cabello semilargo y desalineado del que sobresalían unas orejas felinas de color blanco, en su rostro lo adornaban ojos del mismo color y detrás suyo, una larga y esponjosa cola que se mecía rítmicamente de lado a lado. Vestía un pantalón negro y chaleco blanco, una camisa de manga larga color negro y alrededor de su cuello una bufanda a cuadros, de los mismos colores del ajedrez.
El joven los miró de forma perezosa y confiada, lamió su mano y la pasó por su cabello para acomodarlo. Luego se estiró un poco y se sentó a la orilla de la pieza, estiró su brazo y con su dedo índice, señaló a la chica.
—Tramposa…— dijo.
La chica no podía creer lo que observaba, el gato era una persona y no un animal como todo mundo había supuesto. Incluso el hombre que le había encargado aquel trabajo.. .
—Tú… ¿Tú eres el gato del ajedrez?— preguntó temerosa.
Chesshire sonrió ante la inocencia de la chica, se levantó y brincó hacia ella, quedó tan cerca que tomó sus mejillas entre sus manos y le hizo verle directamente a sus ojos.
—Yo, linda, soy el gato del ajedrez y tú –dijo picándole suavemente su mejilla con su dedo índice.— Te has atrevido a romper las reglas… por lo tanto –su mano se transformó en una garra— He de poseer tu cabeza—
La chica lo vio con terror, incapaz de moverse espero lo peor, pero al abrir los ojos, descubrió su cabeza en su lugar y delante de ella, protegiéndola un hombre de cabello azabache, traje de color blanco y antifaz, había detenido el golpe del gato con una espada con el dibujo de una flor de Lis en el centro.
Editado: 03.04.2018