Érase una vez un hombre cuyo trabajo consistía en arrancar las cabezas de los condenados de sus hombros. La gente le llamaba el Dios de la Muerte. Mientras miraba sus propias manos, chorreando sangre de las innumerables vidas que había quitado, empezó a llorar.
DIOS DE LA MUERTE- ¿Qué debería haber hecho de otra manera? ¿Podría haber sido más amable? ¿Podría haber evitado matar a alguien? No lo sé, no lo sé. No lo sé, no lo sé. No sé... No sé la respuesta, porque siempre he sido odiado. Espera... ¿Es por eso? Es por eso, ¿no? Soy el Dios de la Muerte que todos desprecian, así que ¿cómo podría saber algo? Seré... seré bueno. Haré todo lo posible para complacerte. Haré cualquier cosa, mientras no sea matar... Así que por favor... Ámame...
Era la noche de luna nueva. Había pasado un mes desde que llegué a este mundo. La puerta a mi propio tiempo por fin iba a volver a abrirse.
(Tengo mi bolso. Tengo el smartphone que ha estado por ahí sin usar. Sí, creo que no me olvido de nada).
Con el bolso que llevaba cuando llegué, me dirigí hacia la misteriosa puerta. Al igual que aquella primera noche, levanté la vista hacia el resplandor plateado de la luna que se veía en lo alto.
NAPOLEÓN- ¿Qué haces ahí, MC?
MC- Napoleón...
Su mirada directa y sincera no había cambiado desde que nos conocimos. Me cogió la mano y me dio un apretón tranquilizador.
NAPOLEÓN- Todos te están esperando. Vámonos.
MC- ¡Muy bien!
Todos los habitantes de la mansión esperaban frente a la puerta que me llevaría de vuelta a mi propia época.
SAINT-GERMAIN- Esta es vuestra oportunidad de despediros de MC, todos.
LEONARDO- Intenté escribir una despedida que recordaras siempre, pero las palabras no bastaron.
MC- ¡Whoa!
LEONARDO- Un último abrazo, MC.
ARTHUR- Espera, Leonardo. Si te dan un abrazo, yo también quiero uno. Lo justo es justo.
ISAAC- Si... si esto es todo, entonces no quiero arrepentirme de nada más tarde, así que... Yo también.
DAZAI- Parece que todos tenemos la misma idea. Un abrazo en grupo es la única solución.
Todos se agolparon para rodearme con sus brazos, y sentí un dolor sordo en el pecho.
(Chicos... Estaba muy asustada cuando me di cuenta de que estaba atrapada aquí, pero ahora estoy agradecida por haber podido compartir vuestras segundas oportunidades en la vida)
MC- Todos habéis sido muy amables conmigo. Pero no puedo agradecéroslo. Nunca olvidaré el tiempo que hemos pasado juntos.
MOZART- Me has quitado las palabras de la boca. Tu recuerdo estará guardado en nuestros corazones para siempre.
SAINT-GERMAIN- Odio decirlo, pero será mejor que nos vayamos. Prometo verte a salvo de vuelta a tu propio tiempo.
MC- Gracias, Conde. Por esto, y por todo lo demás.
El Conde empujó la puerta y yo di un paso adelante, dispuesto a dejar atrás este mundo. Pero eso no fue lo que ocurrió.
SAINT-GERMAIN- Esto es...
El espacio más allá de la puerta era un vacío retorcido que se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. Me quedé inmóvil.
(¿Qué... es eso?)
NAPOLEÓN- ¡MC, vuelve!
Unos días después de que se me cerrara el camino a casa... me encontré sentada sola en un carruaje, dirigiéndome a la ciudad.
(Nunca esperé ver ESO al otro lado de la puerta...)
Los acontecimientos de aquella noche se repetían en mi cabeza mientras veía el paisaje pasar por mi ventana. En estado de shock, seguí al Conde en silencio hasta su habitación. Me puso en las manos una taza de té humeante.
MC- ¿Había pasado esto antes?
SAINT-GERMAIN- No, me temo que es la primera vez. La puerta volverá a abrirse dentro de un mes. Pero no hay garantía de que haya vuelto a la normalidad...
(En otras palabras, existe la posibilidad de que nunca llegue a casa)
SAINT-GERMAIN- No sé qué decir, MC. Prometí devolverte a tu mundo, pero ahora...
Parecía tan abatido como yo, lo que me sacó de mi estupor.
(Si voy por ahí deprimida, acabaré enfadándolos a todos)
Conteniendo la ansiedad que revoloteaba en mi pecho, le dediqué al Conde mi sonrisa más valiente.
MC- No te sientas mal, Conde. Esta vez no ha salido bien, pero puede que la puerta se arregle sola. Hasta que lo haga, ¿te importa que siga trabajando y viviendo aquí? No te defraudaré.
(Lo decía en serio, pero es más difícil no rumiar cuando estoy sola...)
Todas las preocupaciones que había estado reprimiendo amenazaron de repente con desbordarse.
(¡No, no, no! El Conde se desvivió por conseguirme una entrada para esta obra, ¡así que voy a disfrutarla!).
Shakespeare estaba representando la obra, y parecía que el Conde se había esforzado por conseguir una sola entrada. El hermoso vestido que llevé y el lujoso viaje en carruaje hasta el teatro fueron también muestras de la consideración de El Conde. Todo para animarme. Mientras pensaba en lo agradecida que estaba, el carruaje se detuvo frente al teatro. Poco después de encontrar mi asiento, una hermosa melodía de piano flotó en el aire. El telón, decorado con lirios de resurrección, se levantó. La obra de Shakespeare contaba la historia de un dios de la muerte que se enamoraba de una mujer humana.
DIOS DE LA MUERTE- ¿Cómo puedo aprender a tratarte con amabilidad? ¿Son mis manos aptas sólo para empuñar una guadaña?
Sin haber conocido nunca el amor, el Dios de la Muerte hirió a su amante humana, cuando lo único que quería era acariciarla. La perdió y se vio condenado a una vida eterna en la que lamentaría sus errores en soledad. Cuando cayó el telón, el teatro estalló en aplausos atronadores.
(Qué historia tan hermosa y trágica. Espera. ¿Estoy...?)
Mientras aplaudía con todas mis fuerzas, sentí que las lágrimas rodaban por mis mejillas. Había mantenido a raya los sentimientos que reprimía desde la luna nueva. Pero la obra fue una gota de melancolía de más. La tapa saltó y todo lo que había dentro se derramó.