Charles Miller

Introducción.

 
 


Había escombros por todas partes, como si se hubiera ido descomponiendo a medida que avanzaba su vida en los últimos cuatro meses y hubiera dejado un rastro de migas creyendo que en algún momento podía regresar al punto de partida.

Pero cuando entró en esa sala oscura, de apenas media docena de sillas a cada lado y una amplia ventana cubierta por una cortina blanca, sintió que volvía a componerse.

Ese era el efecto que causaba, lo había sentido otras veces, cuando se acercaba a él volvía a sentirse vivo y con fuerzas.

En aquella ocasión era distinto, no había párrafos entre ellos, no había grilletes o guardias vigilando cada pestañeo del criminal, pero había una sensación que impregnaba el ambiente; la muerte.

Últimamente aquella presencia se adueñaba de sus horas y, dos días antes, se hizo latente cuando chocó con su propio reflejo.

Logan Clifford comprendió que la muerte era tan diversa como la vida y que puedes dejar de existir aun respirando. Porque en aquel semblante enmarcado por una enmarañada melena rubia y una poblada barba dispareja, no quedaba ni un matiz del hombre que había llevado esa careta.

Sus pensamientos volaron como palomas que reciben una pedrada cuando las cortinas se deslizaron.

Abrió los ojos y sin apenas percatarse, agarró la mano de Shavanna que estaba sentada a su lado izquierdo.

Observó por el rabillo del ojo que la mujer había declinado la cabeza hacia él leves segundos, pero ignoró el gesto y continúo mirando al frente.

Tragó saliva sin apartar la vista de los cuatro hombres que serían partícipes de aquella desagradable función; uno de ellos llevaba sotana y una biblia entre las manos. A la derecha un segundo, con atuendo cotidiano compuesto de camisa y corbata, y el tercero, se presentaba con vestuario clínico.

El cuarto era un anciano menudo e indefenso, al menos eso parecía. Estaba en un asiento en el centro de la habitación alumbrado por la potente luz artificial que chocaba contra las baldosas del suelo. Lo habían amarrado con gruesas correas, como si fuera una amenaza, y le había colocado una vía en el brazo que finalizaba en un gotero donde le administrarían los fármacos correspondientes para acabar con su vida.

Logan luchó por respirar cuando sus miradas se cruzaron y comprendió que no había nada más horrible que presenciar la muerte de alguien.

Le estaba pareciendo una verdadera aberración, pero el resto del público parecía disfrutar del espectáculo. A pesar de que las voces eran bajas, comentarios como «que se pudra en el infierno» o «espero que sea lento y sufra», golpearon su mente y amartillaron sus oídos.

-Estamos reunidos aquí para atestiguar la realización de esta ejecución por parte del estado. -Comenzó a hablar el cura zanjando con su voz los susurros de la sala-. Oh señor, permite que el brillo de tu luz eterna caiga sobre aquellos... Para firmar en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Amén.

Después de persignarse el hombre de la corbata tomó la palabra.

-¿Tiene alguna declaración final?. -Preguntó al condenado dándole alas para pronunciar sus últimas palabras.

Logan contemplo, mientras un escalofrío trepaba por la tez que cubría su columna, como el acusado le clavaba la gélida mirada y sonreía con soberbia.

-Esperaba un público más animado. -Miró al entorno ladeando la cabeza con lentitud y la volvió a detener cuando llegó hasta Logan-. Me alegra verte amigo. Sé que este acontecimiento es abrumador, para mí también debería serlo, pero no es una condena para alguien como yo. Me siento liberado de una sociedad de despojos que nunca comprenderán la verdadera forma de existir, pero tú... Tú la entendiste, tú entre el resto de miserables que ahí en el mundo resaltaste-. Mostró los dientes pequeños y afilados en una sonrisa que oscureció a los presentes y añadió; -Me siento orgulloso de haber conocido a alguien como tú en mi lecho de muerte y espero vivir eternamente en las profundidades de tus recuerdos.

Se aseguró de matizar las últimas palabras de su ligero discurso.

Logan sintió que las paredes se acercaban peligrosamente a él, que la gente lo miraba, que los cuchicheos lo perseguían y que el aire lo abandonaba.

Se levantó casi de un salto, observando la sonrisa complaciente del condenado y salió de la sala esquivando con torpeza a los demás asistentes que permanecían en sus butacas.

Cuando salió al exterior apoyó las manos sobre su regazo y se inclinó de cara al suelo. Exhausto, como si acabara de participar en una maratón, trató de recuperar el aliento mientras el sol calentaba su nuca.

Alzó la cabeza descubriendo un escenario borroso, con funcionarios moviéndose por todas partes y los peldaños que llevaban al aparcamiento anexo a la prisión parecían más extensos de lo habitual.

Era una locura, parecía estar bajo los efectos de alguna sustancia psicodélica

«¿¡Me está dando un infarto!?»

No lo creía, tenía treinta cinco años y un corazón fuerte.

Era un ataque de ansiedad.

-¿Logan, estás bien?-. La mano de Shavanna se posó en su espalda y su apaciguadora voz se coló por sus oídos.

Shavanna, ella había sido la que lo había llevado hasta allí. Lo había arrancado de su zona de confort y obligado a presenciar un acto terrible.

Estaba en la cabaña de sus padres, aquella que no visitaban desde hacía más de diez años y con la que compartía hermosos recuerdos de la infancia. Allí alejado de la ruidosa muchedumbre de la gran ciudad, como un ermitaño, compartía sus segundos con las letras, con los párrafos y con la soledad. Pero Shavanna había decidido, porque sí, porque le daba la gana, irrumpir en su cabaña y arrastrarlo hasta una ejecución.

-¡Todo esto es por tu culpa, tú me has traído hasta aquí!.-Apartó el contacto de la mujer de un manotazo y comenzó a caminar furioso hasta la salida.

-Por tu culpa casi me da un infarto-bramó-, te crees que tienes el puto derecho de meterte en la vida de la gente.




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