Charles Miller

II

 
 


El aroma a colonia barata se filtró por mis fosas nasales nada más entrar y sentí que la cabeza me iba a estallar.

Una mujer, con claras evidencias en el rostro de haber sufrido una agresión, había considerado que era conveniente bañarse en perfume de cinco dólares aquel día.

Un molesto niño de unos ocho años, tiraba de su vestido rosado mientras repetía «¡Mamá, vámonos ya!» Ella hacía caso omiso a la exigencia de su hijo y se centraba en hablar con los dos agentes que tenía delante.

Los gritos con palabras indescifrables de un detenido, que se encontraba en un área remota imposible de ver desde la entrada, retumbaban en las paredes acompañadas de la estridente voz del estúpido crío.

Dos agentes pasaron apresurados hacia la salida, acompañados del sonido de las fundas de cuero de sus armas al rozar y tuve que echarme a un lado para no recibir un empellón.

En cierto modo entendía la prisa, de haber sido posible, también hubiera huido de aquel desagradable y bullicioso ambiente.

El mostrador plateado estaba al fondo, con un oficial de tez oscura que estaba atendiendo una llamada.Me acerqué y esperé a que colgara.

Me dirigió la mirada un par de veces, mientras trataba de convencer al interlocutor que la única manera de solucionar su problema era acudiendo al departamento personalmente.

Cuando colgó, me dedicó la atención y rodó los ojos.

-La gente piensa que desde el sofá de su casa pueden solucionar todos sus problemas legales-bufó y, acto seguido, añadió:-¿Puedo ayudarte en algo?

-Me llamo Logan Chlifford, y trabajo para el New York Times. Estoy aquí por el caso de Lukas Steward.

-El inspector Pierce lleva ese caso, espere en aquellos asientos. -Señaló con la cabeza hacia la izquierda donde había una fila de seis sillas de pasta ancladas a la pared.

-Muchas gracias.

Un anciano ocupaba uno de los asientos. Los bordes de su gabardina de lana rozaban el suelo y sus botas gastadas rodeaban una enorme bolsa que parecía estar llena de ropa.

El olor agrio del sudor mezclado con orina apareció cuando me acerqué. Era evidente que bañarse no formaba parte de su rutina diaria. Parecía tan abandonado y sometido que me sentí compasivo y no pude huir con desdén, como solía hacer cuando me encontraba con un vagabundo.

Notó mi presencia y volvió la cabeza para dedicarme una mirada descarada. Traté de ignorarlo, pero finalmente decidí enfrentarlo.

—¿Ocurre algo?

-Usted me recuerda a mí cuando era joven -soltó de pronto con un tono de voz abstraído como sus encapuchados ojos azulones.

-¿Usted cree?. -Alcé la ceja izquierda para expresar ironía.

Fui soberbio sí, pero me parecía una verdadera estupidez el comentario de aquel hombre. Es decir, era un mendigo, o al menos tenía pinta de serlo, y yo... Bueno, soy un éxito con patas.

-Arrogante. -Hizo una breve pausa y miró al techo acentuando las arrugas de su frente. -Como lo era yo entonces. -Volvió a mirarme y añadió: -La vida te da muy pocas oportunidades y escasa vez somos capaces de verlas. Algún día joven, puedes cometer los mismos errores que cometí yo y, entonces, te darás cuenta de que no es tan complicado convertirse en alguien mediocre.

Fran Pierce debía haber pasado las pruebas obligatorias con las que el Estado determina que está cualificado para ejercer en el departamento de puntillas. No medía más de un metro setenta y era tan menudo que, de no ser por su abundante vientre que mostraba una gran afinidad por la cerveza y una dieta cuestionable, no amedrentaría ni a un niño.Gracias a su repentina llegada pude eludir al anciano delirante y me levanté para recibirlo con un apretón de manos.

Su enorme caja de dientes brilló al compás de la parte superior de su cabeza que, debido a la ausencia de cabello, se iluminó como una bombilla bajo los fuertes golpes de luz artificial que ofrecían los focos del techo.

-¿Haciéndote amigo del señor Donson?. -Hice ademán de responder, pero dedicó su atención al anciano que al parecer se apellidaba Donson, así que opté por mantenerme en silencio-. ¿No te habrás vuelto a meter en una propiedad privada? Es usted un hombre muy travieso señor Donson. -Le sonrió con la ternura que dedicaría un padre a su hijo y volvió a centrarse en nuestro primer contacto-. Me ha dicho el teniente, que vienes del New York Times.

-Así es. Necesito información sobre el caso de Luke Steward, el chico apaleado hasta la muerte en Yorkville y estoy seguro de que usted me la puede proporcionar.

-Le diré todo lo que me permita la ley. -Volvió a mostrar su dentadura con simpatía-. Siempre es un placer ayudar a la prensa-. Parecía que Shavanna tenía razón, era bastante agradable.

-¿Iba a salir a almorzar, qué le parece si me acompaña? Hay un japonés del que he recibido muy buenas reseñas a dos manzanas de aquí ¿Le gusta la comida japonesa?

Que me invitara a comer me desconcertó bastante, no estaba acostumbrado a entrevistar personas tan tolerantes con la prensa. Normalmente nos eluden tanto como a los vendedores ambulantes o a los predicadores de la palabra de Dios.

-Estaría encantado.

-¡Pues vamos allá!. -Chasqueó los dedos y, antes de irnos, miró al señor Donson-. Ándate con cuidado.

No es que fuera fanático de la comida japonesa, pero era un sacrificio moderado en compensación con lo que podía obtener; alimento para mi inspiración.Frank Pierce consideró que era buena idea añadir la historia del señor Donson a nuestro paseo de dos manzanas por las bulliciosas calles de Nueva Jersey.

Por fortuna para mí, los motores de los automóviles, los pitidos de los conductores impacientes, las conversaciones fugaces de las personas y el molesto sonido de la construcción de la última calle que cruzamos, ensordecieron la voz de Pierce.

No me enteré absolutamente de nada, si Donson había sido abogado, cirujano o drogadicto, me interesaba menos que el dichoso artículo que me veía obligado a redactar.La entrada del restaurante me brindó consuelo, parecía un lugar bastante novedoso y elegante. Ofrecía dos puertas amplias de vidrio, sobre las mismas, había unas letras en japonés que no pude leer debido al desconocimiento del idioma y una figura de una langosta en el mismo formato.




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