—Tengo tanto frío —susurró un niño que estaba solo en un apartamento oscuro, su voz apenas un hilo tembloroso en la oscuridad—. No he comido nada desde que desperté, y si salgo de este apartamento a buscar comida, podría morir en un instante, sin saber lo que me mató.
El frío que se colaba por la ventana abierta del apartamento era brutal, pero el niño no se atrevía a cerrarla. Necesitaba escuchar. La ciudad estaba sumida en un silencio antinatural, y ese silencio pesado le helaba más que el propio viento. Cualquier ruido podía ser la diferencia entre seguir vivo… o no.
Se frotó los brazos mientras sus ojos recorrían la ciudad sumida en una gran oscuridad, una masa de edificios negros que se alzaban como gigantes dormidos bajo un enorme domo transparente. Ni una sola luz brillaba en las ventanas. Ni un solo sonido perturbaba ese silencio antinatural. La ciudad estaba vacía, no había un alma en las calles, excepto por algo que aterrorizó profundamente al niño.
El niño, desesperado por tener algo de compañía en el apartamento, por oír aunque fuera su propia voz, se dirigió al pequeño oso de peluche que había encontrado allí. Era patético, lo sabía, hablarle a un juguete como si fuera una persona. Pero en ese silencio asfixiante, hasta el más mínimo susurro era un consuelo.
Lo sostuvo frente a él, como si fuera un viejo amigo, y comenzó su relato con voz temblorosa:
—Llevo una hora mirando por esta ventana, tratando de detectar algún sonido, alguna luz, cualquier cosa que me diga que no estoy solo aquí. La ciudad está tan oscura esta noche... ni siquiera hay luna que la alumbre. La falta de electricidad ha dejado todo en completo silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.
Acercó más el peluche a su rostro, como si quisiera asegurarse de que el pequeño juguete lo escuchaba con atención.
—Señor Peluche, te voy a contar cómo terminé solo en este apartamento. Todo empezó hace unas horas, cuando desperté tirado en el frío suelo del sótano oscuro de una casa. No recordaba nada, ni siquiera mi nombre. La casa estaba vacía, pero las marcas en las paredes y los juguetes olvidados parecían susurrar historias de una familia que alguna vez la habitó.
—Cuando salí de la casa, señor peluche, me di cuenta de que estaba en una ciudad completamente vacía —continuó, moviendo ligeramente el peluche como si este asintiera—. Los edificios de cristal y acero se alzaban como gigantes silenciosos bajo un inmenso domo transparente que cubría toda la ciudad. El domo era tan alto que parecía tocar las nubes, y tan ancho que se perdía en el horizonte. La luz del atardecer se filtraba a través de él, creando extraños patrones de sombras sobre el asfalto agrietado. Caminé y caminé por toda la ciudad sin saber quién soy, buscando alguna señal de vida.
Los rascacielos vacíos reflejaban la luz mortecina en sus ventanas sucias, como ojos sin vida observando los pasos del niño. Las calles estaban llenas de autos abandonados cubiertos de polvo, algunos con las puertas abiertas como si sus ocupantes hubieran huido a toda prisa. El silencio de la ciudad era tan abrumador que hasta los pasos del niño parecían resonar, rebotando entre los edificios vacíos.
—Y entonces lo noté, señor peluche —susurró, señalando hacia arriba con un dedo—. En lo alto del domo que cubría la ciudad, como si la superficie transparente fuera una pantalla gigante, las palabras "LEVEL 1" flotaban allí, brillando con una luz azulada y fría que emanaba del mismo domo. Las letras se mantenían suspendidas suavemente, como si estuvieran hechas de humo plateado, recordándome a esos hologramas de las películas antiguas. No entiendo qué significa eso, pero me da escalofríos.
—Después de horas recorriendo calles vacías y asomándome a ventanas silenciosas, buscando alguna señal de vida, el sol comenzó a desaparecer. Fue entonces cuando noté algo inquietante: la ciudad no despertaba con sus luces habituales. No había el típico resplandor de las farolas, ni el brillo de los escaparates, ni siquiera el tenue parpadeo de un televisor tras las cortinas. No había electricidad en toda la ciudad, ni un solo vatio de energía en ninguna parte. Para empeorar las cosas, el cielo estaba cubierto, sin luna ni estrellas que pudieran ofrecer algo de luz natural. La oscuridad se fue tragando cada rincón, convirtiendo los edificios en siluetas amenazantes contra el cielo del anochecer.
El niño hizo una pausa en su relato, como si el recuerdo de lo que venía después lo aterrara. Su voz se volvió más baja, casi un susurro, mientras apretaba con más fuerza al peluche contra su pecho.
—Y en medio de ese silencio, lo escuché: unos pasos detrás de mí. Sonaban como zapatos de piedra golpeando el pavimento. Seguí caminando y esos pasos continuaban, siguiéndome. Entonces corrí por miedo, y esa cosa, lo que fuera, me perseguía.
Su respiración se aceleró con el recuerdo.
—Me metí por callejones tratando de perderlo y... —tragó saliva, mirando directamente a los ojos de botón del oso— vi un dedo humano con sangre fresca sobre el pavimento. Ahí fue cuando pensé que lo que me estaba persiguiendo quería matarme.
Con una mano temblorosa se apartó el cabello castaño de la frente, sin soltar al peluche con la otra.
—Por suerte soy rápido —murmuró, apretando suavemente al peluche.
—Cuando dejé de escuchar esos pasos de piedra, busqué un lugar seguro. Este edificio de apartamentos me pareció perfecto: alto, con muchas salidas, y desde aquí arriba puedo ver si algo se acerca.
—Revisé todas las puertas de este piso con mucho cuidado —continuó relatándole al peluche mientras permanecía quieto junto a la ventana—, pensando si habría alguien escondido, humano o no. En la oscuridad, apenas podía distinguir los números de los apartamentos. Todas las puertas estaban cerradas, menos la de este apartamento. Me metí aquí, cerré la puerta y evité hacer cualquier ruido, dejando que mis ojos se acostumbraran poco a poco a las sombras del lugar.