Charlotte

Capítulo 4

Me levanté temprano a la mañana siguiente. Corrí y me metí en la tina y pasé un cuarto de hora senta- da ahí. Sammy dormía plácidamente hasta que yo la asusté poniendo mi cara a unos centímetros de la suya y
sacudí mis mojadas puntas. Mi hermana dio un salto y comenzó a perseguirme por toda la habitación. Hasta que, en pijamas, bajamos a desayunar. Desde que habíamos despedido a la sirvienta y a la cocinera, dos años atrás, cada una de nosotras había aprendido a preparar lo básico. Yo preparé un buen café para mí y mi hermana y Sammy tostó unas rodajas de pan y luego les untó mermelada. Nos sentamos a
desayunar solas en la mesa. Habíamos decidido ir al pueblo por la mañana para ver los otros accesorios que podíamos lucir en la fiesta de la noche.

Debíamos tomar un coche hasta la ciudad pues era bastante lejos, más allá de la escuela. Mamá
nos había dado permiso, a regañadientes, y acepto porque prometimos traerle una caja de chocolate negro.
Fuimos al cuarto y nos vestimos. Me dejé el cabello suelto con una pequeña trenza, me puse un vestido marrón sin aro, y un sombrero de ala del mismo color con una cinta gris.

En mi bolso llevaba un pañuelo, un abanico y la mitad de mi alcancía. Sammy, por su parte, se puso una saya azul que hacía juego con una chaqueta de mangas largas; se peinó primero con una alta coleta y luego con un moño. Se puso un sombrero igual al mío, pero con una cinta negra; tomó su sombrilla y guardó en su bolsa su abanico, dos pañuelos y toda su alcancía.Al bajar, mamá ya estaba despierta. Se despidió de nosotras con un beso y nos dejó marchar. Caminamos hasta la estación de coche y, con dos billetes que nos había dado el abuelo la noche anterior, tomamos el tercer coche que salía.

Tuvimos que compartirlo con otras personas; una anciana que llevaba tres gatos en una jaula y un hombre que miraba continuamente su reloj. Al llegar a la ciudad, Sammy me arrastró hasta un modista en la que vimos infinidad de vestidos.A mí me encantaron, y mi hermana estuvo a punto de gastar toda su alcancía en un bello modelo color musgo y blanco.

Gracias a Dios yo estaba con Sammy, sino no hubiera tenido ni para volver a casa en una mula.Así que continuamos nuestro camino por aquellas elegantes vidrieras y un paseo enorme en medio del mercado. También encontramos a viejas amigas de la escuela y con la señorita Whitter, la maestra de
inglés. Mi hermana que estaba contenta de no tener que ir a la escuela, ahora lo estaba más. Habían instaurado el uniforme escolar y ya había clases por edad. Sammy se quejaba por el hecho de separar a las alumnas.Al final, recibíamos las mismas clases. Pero lo que tanto yo como mi hermana extrañábamos, eran las clases de pintura.Yo había perdido mucho del talento que algún día tuve, pero Sammy, Sammy pintaba
casi tan bien como los grandes. Mamá afirmaba que da Vinci se sentiría un niño de pecho al lado de mi hermana.

Entonces, nos encontramos con Teresa Netrey, una muchacha negra de unos veinte años que fregaba los pasillos de la escuela. Pero ahora llevaba un cargado vestido negro y azul oscuro y un sombrero de ala muy grande con plumas. Solo la reconocí por su forma de mover las manos.
—¡Samantha! ¡Charlotte! —exclamó Teresa.
—¿Teresa? —preguntó Sammy sin distinguirla.
—La misma —dijo la muchacha.
—Dios, ¿eres tú?
—Así es Charlotte —y abrazó toscamente a mi hermana y luego a mí.
—¿Cómo has estado? —preguntó Sammy.
—Me casé.
—¿Casada? Qué alegre noticia. ¿Quién es el afortunado?
—Mi querida, Charlotte, Raimundo McPhoeb —me quedé de piedra.
—¿El hijo del director McPhoeb? —preguntó Sammy, también asombrada.
—Es una larga historia. Tiempo después de que ustedes dejarán de ir a la escuela, mi padre también fue llamado a filas. Papá pidió al señor McPhoeb que se encargara de mí y el director me pidió que trabajara en la limpieza de su casa. Fue donde conocí a Raimundo y comenzamos a realizar travesuras. Su padre se opuso, por lo que nos fuimos a California donde nos casamos. Y luego de eso, nos divorciamos pues
resultó que no nos soportábamos. Y así me quedé con la mitad de la fortuna del padre y del hijo —dijo Teresa.

Tanto Sammy como yo, la miramos como si estuviera loca.
—Vaya.
—Bueno, Teresa, nosotras debemos irnos, iremos a una fiesta esta tarde y solo estamos comprando las cosas necesarias —dijo Sammy
—¿La fiesta de la casa Dwen? —preguntó Teresa.
—Así es —afirmó Sammy.
—Claro, el hijo del señor Dwen casi siempre pasaba por ustedes a la escuela. ¡Yo también fui invitada, por el mismo Johnny! —dijo Teresa.
—Qué bien. Nos vemos allá —dije y le di la mano.

Teresa no aceptó muy bien mi gesto, pero a lo mejor no lo entendió. Creí que si ella había hecho un cambio social, yo también podía hacerlo.
—Adiós —dijimos las tres a una voz.
—No debiste hacer eso —me regañó Sammy cuando cruzamos la esquina.
—¿Qué?
—¿Darle la mano?
—Ella hizo un cambio que no es común. Yo usé un cambio que ya es patente.
—Qué chica esta. ¿Sabes por qué «Johnny» invitó a Teresa?
—¿Es obvio?
—Claro. Para molestar a la Litret.
—Yo lo haría. ¿Qué?
—Que no te puedas imaginar los estragos que eso hará.
—Eso no es problema tuyo ni mío. Vamos, que debemos llegar antes de las dos a la casa.
—Perfecto.



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En el texto hay: amor, guerra, soledad y muerte

Editado: 18.05.2020

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