Charlotte

Capítulo 5

Ya había pasado el mes de mayo y el aroma primave- ral se convertía en gotas de lluvia que cada tarde hacía su aparición. Esa tarde no era distinta y mi familia se encontraba en la sala. Estaba acurrucada, con los pies encima de la butaca en la que estaba, leyendo un libro de poesías y, de vez en cuando, miraba por la ventana o al interior de mi casa. Mamá estaba sentada en el sofá más mullido tejiendo lo puños del vestido de novia de la señorita Litret.

Lisa, en el suelo, tejía los vuelos de la falda y llevaba alfileres en la boca. Tracy y Holly hacían sus deberes. El abuelo, con su pipa y el periódico en mano, se encontraba a mi lado, me cuidaba de que John no me molestara. A mi amigo lo atrapó la lluvia en la casa, al igual que a Wilson. Los muchachos, Sammy,Agui y Jane se estaban divirtiendo de lo lindo sentados en la escalera que daba al comedor. Me fui de su lado pues John había comenzado a halarme el cabello y no tenía ganas de que me molestaran. Ahora jugaban a los naipes y se burlaban de Sammy que perdía muy a menudo. Sabía todo aquello porque no estaba leyendo, solo miraba el libro y lo hojeaba muy despacio. Incluso, escuchaba los susurros de Tracy y Holly al memorizar la lección.Ahí me quedé un rato más hasta que John se apoyó en la baranda de mi butaca.

—¿Qué haces, Josefina? —me preguntó.
—Nada del otro mundo, Napoleón.
—Tienes mala pinta. ¿Comes lo necesario?
—¿Has matado y conquistado lo necesario?
—Más o menos.
—Me alegro mucho. Qué bien que no me toca tener hijos contigo.
—Oh, Josefina…
—Sí, Napoleón.
—Dejarás de leer poesías y prestarás atención a lo que te cuenta tu querido amor.
—Napoleón, si no te vas en cinco segundos, le diré a mi abuelo que me estás molestando.
—Marcho con la decepción de que no escuchas mis hazañas.
—Vete, la concubina y la segunda esposa te consolarán.
—Qué niña esta.
—Adiós, Napoleón.
—Adiós, Josefina.

El muchacho se marchó y me dejó en paz. Desde que él y mi hermana Jane se habían hecho mejores amigos, tenía su personalidad insistente y malcriada; aunque, aún seguía siendo mi mejor amigo. Mamá decidió que si la lluvia no cesaba, los chicos se quedarían a dormir en los cuartos de mis hermanas y cenarían con nosotras. Amí no me hacía ninguna gracia tener que aguantar a John toda la noche. Desde hacía un tiempo, no podía estar mucho a su lado ni compartir con él como antes. Quizás fuera por aquella semilla que me había sembrado Alicia Litret, pero ahora tenía una nueva meta en mi monótona vida.

Esperaba que pronto ocurriera algún milagro que me enseñara a ser independiente. Quería dejar de ser mimada y conocer las vicisitudes de la vida, quería conocer el mundo. Pueden llamarme loca si lo desean; pero, en ocasiones, deseaba conocer la guerra. Pensando en cañones disparando, soldados avanzando y la sangre cayendo en ríos; saqué de mi bolsillo mi más preciado bien. Mi caja de música con la foto de mi abuela y tocaya. La puse a sonar y, al oírla, mi abuelo también se quedé embelesado escuchando la dulce
melodía.

Siempre dije que el abuelo no hablaba de la abuela porque había sido su mejor amiga y su compañera para toda la vida. Es como si a él le faltara una mitad, que antes de conocer el amor consideraba como el abandono. Siempre fue un hombre que sabía lo que quería. Nunca dudó ni por un momento cuál era su objetivo en cualquier circunstancia. Ese fue el primer momento en mi vida en que decidí preguntarle acerca de mi abuela.

—Tim, ¿cómo era ella?
—¿Quién, tesoro?
—Mary.
—¿Tu abuela?
—Sí.
—Pues se parecía mucho a ti.
—¿Amí o a Sammy? —quería oírselo decir.
—Más a ti. Sammy tiene cosas de ella, pero no como tú.
—¿Qué cosas tengo de ella que Sammy no?
—Los ojos.
—¿Los ojos?
—Sí, son tan bellos como los de tu abuela.
—Mis ojos no son bellos.
—¿Quién dijo?
—Eh…
—Si fuera treinta años más joven y no hubiera conocido a tu abuela, podías tener por seguro que tu abuelo te estaría enamorando.

—¿Ah, sí?
—No todos los días encuentras ojos excéntricamente iguales a los de la mujer de tu vida.
—La extrañas, ¿verdad?
—Cada día, un poco más.
—Abuelo, ¿crees que deba ser independiente?
—Si quieres ser fuerte, sí.
—La guerra hace fuertes a los hombres.
—Y a las mujeres.
—¿Si yo fuera…?
—Niña, ¿qué dices? —se alarmó abuelo.
—No lo sé.
—¿Es tanta tu ansia de ser dueña de ti misma?
—Creo que es grande.
—Charlotte, eso es malo.
—Lo sé.
—Pero estoy orgulloso de que quieras ser fuerte y honorable.
—Gracias, abuelo.
—De nada, mi niña.Ahora vuelve a dar cuerda a esa caja y déjame escuchar lo que más le gustaba a mi Mary.



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En el texto hay: amor, guerra, soledad y muerte

Editado: 18.05.2020

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