Charlotte

Capítulo 6

Miré dentro del vagón donde estaba y solo encontré a una mujer tejiendo calcetas muy pequeñas. Era regordeta, rubia y tenía los ojos verdes, un vestido color tierra y estaba muy concentrada en sus largas agujas, de una manera extraña. Me senté en el asiento opuesto a ella y miré por la ventanilla hasta que una voz tranquila y agradable me preguntó.
—Esa chica… ¿era su hermana?
—Así es.
—Es muy bonita.
—Gracias.
—No su hermana, usted.
—¡Oh! Gracias.
—¿Qué haces aquí, pequeña?
—Voy como enfermera a la guerra.
—Vaya, ¿qué edad tienes?
—Dieciséis.
—Ya veo. Sabes, yo también soy enfermera. Desde hace tres años y no me gusta nada.
—¿Le dieron un pase para ir a su casa?
—No. Pedí permiso para venir a enterrar al más pequeño
de mis hijos. Murió de tisis.
—Lo siento.
—Gracias. Es el tercero que mi esposo y yo perdemos desde que nos enrollamos en esta guerra. El tercero de ocho.
—¿Tiene ocho hijos?
—Ahora tengo cinco.
—Claro. Mi madre tiene nueve.
—¿Aun no ha perdido a ninguno?
—No.
—Pues me alegro. Debe de estar orgullosa de tener una hija como usted.
—La verdad teme perderme.
—Yo lo haría, si mi hija Mariana viniera a esta guerra, yo me volvería loca.
—¿Ah, sí?
—Es mi única niña. Siete chicos y una chica.
—Mis padres tienen siete chicas y dos chicos.
—Vaya.
—Qué curioso no.
—Sí. ¿Cuál es su nombre, señorita?
—Charlotte, Mary Charlotte Gardiner.
—Charlotte. Pues yo soy Meredith Kanger.
—Un gusto.
—El gusto el mío.

Me divertí hablando con la señora Kanger alrededor de dos horas, hasta que el cansancio me rindió. Me quedé acurrucada en el asiento y soñé que jugaba otra vez en el prado con Sammy, John y Wilson. Fue ese sueño un pensamiento seguro de que volvería a salvo a mi hogar. El potente ruido de la sirena me despertó. Miré por la ventana y descubrí que se había hecho de noche, la señora Kanger me dijo que eran las siete y cuarto. Habíamos llegado al campamento Hirbur, y la llama de la esperanza se encendió en mi corazón.Ahí habían sido llevados mi padre y mis hermanos. La señora Kanger me dijo que tomara mis cosas y me dio la mano. Bajamos del tren con sigilo entre otras mujeres. La buena mujer no me soltaba la mano y comprendí mque me protegía de algún peligro que asechaba. Entonces, choqué contra un soldado que estaba de espaldas.

El soldado se volteó y pude ver sobre sus hombros los grados de capitán y una gorra verde con dos laureles de bronce.Además de unos vivos ojos azules que me miraban con asombro. Me quedé sin habla ante mi error y esperando que la señora Kanger me protegiera, la miré. Pero ella también estaba quieta y azorada. No podía apartar la vista de los ojos de los azules del capitán, temerosa de que tomara alguna represalia.
—¡Charlotte! —gritó una voz tras el capitán.
—¡Rich! —desesperada, miré a mi hermano.
—¡Niña! ¿Qué haces aquí? —dijo y me tomó de los hombros.
—Soy enfermera.
—¿Qué? Charlotte tienes dieciséis años.
—¿No te alegra verme? —se quedó callado unos segundos y luego me abrazó como un loco.
—Claro que sí.
—¿La conoce, sargento Gardiner? —preguntó una voz tras nosotros. Miré y era el capitán que había quitado aquella expresión ruda y ahora miraba con el rostro de un niño.
—Es mi hermana, Charlotte.
—Ya veo —dijo el capitán.

Mi hermano no paraba de abrazarme y casi salido del aire apareció Mich. El muchacho no tenía ni la menor idea de qué hacía yo ahí, así que solo me abrazó muy fuerte. Mis dos hermanos se refugiaron en mí y me preguntaron por todos en casa. Incluso Michael lloró emocionado y me besaba la frente cada dos minutos. La señora Kanger nos miraba sonriente, pero el capitán había desaparecido. Yo estaba muy alegre
como para recordarlo, abrazando a mis hermanos queridos y dejando que me mostraran lo mucho que me habían extrañado. Los cuatro nos pusimos en marcha camino a la enfermería. Los pesados brazos de Rich y Mich estaban sobre mis hombros y me estrechaban contra ellos.

Al llegar a la enfermería, me dieron un uniforme igual que el de la señora Kanger. Nos cambiamos y, al poco rato, estaba de nuevo con mis hermanos. Saqué de mi equipaje las cartas y les entregué las suyas. Los chicos comenzaron a leer en voz alta y derramaron alguna que otra lágrima. Me contaron que todas les pedían que me cuidara. En especial mamá, y noté que su letra estaba empañada y el papel húmedo. Rich
me acarició la cabeza y me dijo que era la muchacha más atrevida y valiente que había conocido.

Eso me hizo olvidar la carta de mamá y me concentré en disfrutar de la compañía de mis hermanos. La señora Kanger me dijo que me quedara un rato a hablar con ellos y que les contara de la familia. Ella
fue a trabajar y mis hermanos me comieron a preguntas. ¿Cómo estaba el abuelo? ¿Qué si Ágata aún era tan pálida? ¿Qué si Sammy era todavía tan buen jinete? ¿Cómo seguía Jane y su mal carácter? ¿Cuántos pretendientes tenía Lisa? ¿Holly todavía jugaba a hacer figuritas de barro con la tierra? ¿Tracy había mejorado en los estudios? ¿Mamá se encontraba bien de salud? Todo. Una sarta de preguntas de la que no me pude escapar hasta que un furioso médico con la bata y la cara llenas de manchas negras llegó hasta nosotras.
—¿Qué, no tienen trabajo? Son soldados, no enfermeras —dijo una voz conocida.
—Tranquilo, solo hablamos con…—dijo Richard.
—¡Charlotte! —lo interrumpió el médico.
—¡Papá! —lo miré a los verdes ojos y luego lo abracé.
—Hija, ¿qué haces aquí? —su voz era un hilo.



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En el texto hay: amor, guerra, soledad y muerte

Editado: 18.05.2020

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