Abrí lentamente los ojos aquella mañana. La luz entra- ba por los altos ventanales de la sala y yo estaba acomodada en un cojín con una manta encima. En la butaca de enfrente, dormido como un bendito, estaba John. Parecía que se había quedado toda la noche en mi casa y junto a mí. Me sentí agradecida y protegida, pero a la vez preocupada por él. Me acerqué lentamente y le puse mi manta, tenía las mejillas rosadas y un hilo de saliva le corría por la barbilla. Salí de la sala y fui al comedor, buscando algo de comer.
La mesa estaba vacía, por lo que supuse que mamá no se había levantado aún. Queriendo complacer a mis hermanas, entré en la cocina. Me paré frente al horno de carbón y preparé leche y pan tostado. Puse en la mesa recipientes con mermelada, mantequilla, mayonesa, jalea y jugo de manzana. Me sorprendió que todo aquello hubiera estado guardado en la despensa y ninguno había perdido su calidad, solo el jugo había sido abierto con anterioridad. Salí al patio en busca de algo con que adornar la mesa. Encontré unas lindas margaritas que crecían al costado de la casa. Las puse en un jarrón y miré con orgullo mi obra. Pero quería hablar con mi madre.
Subí las escaleras y avancé hasta el final del pasillo.Abrí la puerta y vi a Ágata acostada en la cama de mis padres y mamá sentada en una silla observando a mi hermana. Me acerqué a ella, con pasos débiles, y le puse una mano en el hombro. Mamá se asustó:
—Ah, eres tú querida.
—Sí, madre. ¿Qué le pasa aAgui?
—Tu hermana está enferma.
—Ayer estaba bien.
—No la viste terriblemente pálida.
—Sí.
—Ella no lo sabe y ninguna de tus hermanas tampoco.
—¿Tan grave es?
—Es la tisis, la tisis, Charlotte.
—No.
—Mi hija se consume poco a poco. Y no es la única, Tracy también está teniendo síntomas.
—¿Tracy?
—Sí. Estoy desesperada. Primero mis hijos, luego mi esposo y ahora me la quitarán a ella, a ella que es un ángel.
—No pienses eso, mamita.
—Yo quiero morirme, Charlotte, no quiero seguir viviendo.
—¿Y nosotras? ¿No te importamos nosotras?
—Hija…
—Sé fuerte un poco más. Ya estoy aquí y te ayudaré con mis hermanas, te apoyaré en todo como le prometí a papá.
—Gracias a Dios que has vuelto a casa, hijita.
—No me voy más, mamá. Me quedaré a tu lado.
Ella lloró un poco y luego me pidió que me fuera un rato. Quería quedarse sola así que no la privé de su deseo. Salí preocupada, pero, al ver la puerta de mi cuarto, pensé que era el momento ideal para una travesura. Abrí la puerta y avancé hasta la cama de mi hermana. Me tiré sobre ella y Sammy se despertó con un grito.
—Charlotte —dijo y luego se calmó del susto y miró a un lado.
—La misma. Tú hermana pequeña.
—Y hay que ver que eres pequeña.
—¿Me extrañaste, Samantha?
—Más de lo que te imaginas. ¿Y tú a mí?
—Más de lo que te imaginas.
—¿Aún no tienes novio?
—Sí, tengo.
—¿Cómo se llama?
—Eh… Frank.
—Eso es mentira.
—Me conoces.
—Sin bromas.
—Claro que no tengo novio, Sammy. ¿Ytú?
—Te dije que estaba enamorada
—Supongo que Wilson no tendrá inconveniente en saberlo algún día.
—Charlotte.
—Descuida.
—Cuida eso que es un secreto.
—¿Secreto? Voy a ver a Lisa.
—Ve, pero ven pronto.
Había acabado de recordar una de las tareas encomendadas por cuatro de los seis chicos de la pandilla. Bajé corriendo las escaleras sin molestar a John que seguía durmiendo en la sala. Tomé mi caja de recuerdos. Volví a subir muy rápido las escaleras y, en una ocasión, me tropecé. Llegué al cuarto de Lisa y entré en el cuarto precipitadamente. Mi hermana se estaba peinando delante del espejo.Al verme, sonrió, pero guardó la sonrisa al fijarse en mis ojos. Lo había notado en tan solo un instante.Yo lloraba y ella corrió a consolarme, cerrando la puerta tras de mí.
—Lisa, no sé cómo decirte esto —empecé a sollozar.
—¿Qué pasa, Charlotte?
—Él… él…
—¿Él? ¿Quién es él?
—Arnold, Arnold Tryte.
—Arnold… Él… ¿Él murió?
—Sí.
Los ojos azules de mi hermana se pusieron del tamaño de dos manzanas. Unas gruesas lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas y ella escondió la cara tras su delantal. Saqué la carta y el rosario de la cajita y se los di a mi hermana. Ella rompió el sobre y, llorando, la leyó en voz alta.
Mi amada Beth:
Si estás leyendo esta carta es porque mi corazón se ha detenido y mis pulmones no respiran, mis ojos se
han cerrado y mis esperanzas de verte, se han acabado. He muerto, si lees esta carta, estoy bajo tierra. No sabes cuánto ansiaba verte, abrazarte y amarte antes de que recibieras esta carta. Fuiste el ser más importante en mi corta existencia, el ser que más amé, el ser que más amor me dio. No ha sido en vano tu entrega de dulzura y cariño, te amé como tú me amaste a mí.