Charlotte

Capítulo 56. — Primera noche en Mayo.

La incubadora avanzó por el pasillo como un pequeño ataúd transparente con luz propia. No era un drama de película: era peor, porque era clínico, rápido, lleno de manos que sabían exactamente qué hacer mientras los que no sabían solo aprendían a respirar detrás. Evelyn caminaba pegada al costado, con una mano en el borde como si el plástico fuera piel. Richard iba a su derecha, sin estorbar, sin suprimir su impulso de intervenir, con esa energía contenida de hombre que entiende la urgencia como un contrato que hay que cumplir antes de que expire el mundo. Charlotte iba un paso atrás y a un lado, sin perderlos de vista, sin invadir el movimiento del equipo, haciendo lo que en su idioma siempre ha sido control: quedarse donde puede ver todo sin ser un obstáculo.

Entraron a terapia fototerapéutica y el aire cambió. Luz azul. Monitores con pulsos diminutos. Un zumbido constante que no era ruido, era vida vigilada. Las enfermeras deslizaron a Sophia dentro de la incubadora con una precisión tan suave que dolía mirarla. Le ajustaron el pañal, los sensores en el pecho mínimo, los protectores en los ojos. La piel amarilla parecía todavía más amarilla bajo esa luz fría.

Charlotte descubrió que el poder no sirve para respirar por alguien cuando vio las costillas microscópicas de Sophia subir y bajar a intervalos raros. Nada de lo que ella controlaba en el mundo podía acelerar ese aire, enderezar esos números, obligar a un cuerpo nuevo a decidir quedarse con fuerza.

No se quebró. No se permitió esa escena ni adentro. Lo que hizo fue otra cosa: aprendió un tipo de control distinto, más feroz porque no venía de la acción sino de la presencia. Se quedó quieta como una roca a la puerta, mirando, registrando, sosteniendo lo que se pudiera sostener sin tocar nada. Era un músculo que no había usado antes, pero lo estaba usando igual que siempre: con disciplina. Con hambre.

Evelyn, al lado de la incubadora, murmuraba cosas que no eran oraciones ni informes, solo sonidos íntimos de madre vieja en piel de madre nueva. Richard no decía nada; daba instrucciones cuando las necesitaban, preguntaba lo justo, se quedaba en silencio cuando no. Su mandíbula estaba apretada, pero no por dramatismo: por esfuerzo. El esfuerzo de no arrancarle al hospital un resultado a golpes.

Cuando finalmente una enfermera les dijo que debían dejarlos trabajar y que volvieran en un par de horas, Evelyn tardó dos segundos más de los necesarios en soltarse del borde de la incubadora. Richard le tocó la espalda con un gesto breve, la empujó apenas rumbo al pasillo. Charlotte vio cómo el cuerpo de su madre se resistía a moverse como si moverse fuera traición.

Salieron al corredor del ala pediátrica otra vez, a ese mundo de unicornios pintados y realidad sin pintura. La luz del pasillo se sentía vulgar después de la azul de terapia. Charlotte tomó la delantera dos pasos, no porque quisiera alejarse, sino porque necesitaba aire sin que nadie la mirara para darle forma a lo que acababa de pasar.

Giulia apareció como si el hospital la hubiera parido entre una puerta y otra. Venía saliendo de terapia con la carpeta apretada contra el pecho, la bata desabrochada por el calor de la carrera. La vio, se detuvo, y su cara cambió otra vez a ese registro humano que solo existía cuando era Charlotte delante de ella.

—Ven —dijo bajo, sin explicarlo.

Giulia la llevó sin explicar, caminando un poco más rápido de lo necesario como si el hospital entero estuviera a dos segundos de tragársela otra vez. Charlotte la siguió sin preguntar porque en esa clase de momentos preguntar es otra forma de perder el ritmo. Subieron un pasillo lateral donde la luz se volvía más tenue, más amarilla, y el ruido de terapia quedaba lejos, sustituido por ese murmullo de fondo que sólo existe en hospitales grandes: pasos, ruedas, voces bajas y cansadas que se mezclan con el zumbido de máquinas invisibles.

Entraron en una zona de descanso improvisada. No era un cuarto bonito, era un respiro funcional. Camillas alineadas contra paredes, residentes rendidos en posiciones imposibles con las batas todavía puestas, tazas de café vacías como evidencia de una guerra larga. Un chico dormía con la frente contra el brazo, otro hablaba por teléfono en voz baja mientras se amarraba los cordones como si el descanso fuera una pausa que dura lo que dura un parpadeo.

Giulia se detuvo donde no estorbaban a nadie. Apoyó la carpeta contra su pecho, respiró hondo una sola vez como si acabara de salir del agua y recién entonces levantó la vista hacia Charlotte con calma más humana que clínica.

—¿Qué pasó? —preguntó de golpe, rápido, sin adornos, porque así era ella cuando algo la agarraba del pecho—. ¿Por qué no avisaste? ¿Por eso estabas así en la llamada? ¿Eres hermana mayor?

Charlotte la miró con esa quietud que usa cuando no quiere mostrar más de lo necesario, pero había una diferencia sutil en la postura, una grieta pequeña en la armadura que sólo Giulia podía notar. Tenía la espalda recta, el mentón alto, los ojos limpios de pánico, el cuerpo entero en control aunque por dentro le hubiera nacido un territorio nuevo que todavía no sabía nombrar.

—No era mi operación —dijo al fin, seca pero no hostil, casi como si estuviera citando un hecho de agenda—. Yo solo vine.

Giulia soltó una exhalación que no fue risa ni llanto, sino algo que sonó a “no sé qué hacer con esto”. La miró otra vez, esta vez más despacio, como si en esos tres años Charlotte hubiera dejado de ser una imagen en una pantalla para volver a ser un cuerpo delante de ella.

—Estás cambiada —dijo de pronto, y no era juicio sino sorpresa honesta—. Te ves… fuerte. No sé cómo explicarlo. Más fuerte.

La palabra le quedó flotando entre las dos como una comprobación que nadie había firmado. Charlotte ladeó apenas la cabeza, evaluándola con la misma precisión con la que evalúa una propuesta, pero la mirada se le suavizó un milímetro porque había algo en Giulia que también necesitaba ser visto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.