Charlotte

Capítulo 59 — Guardia blanca

La sala contigua olía a café real por primera vez en dos días.

Evelyn sostuvo la taza con las dos manos como si el calor le devolviera algo más que temperatura. Richard probó un sorbo, evaluó en silencio, y solo entonces asintió, mínima concesión a que el mundo podía tener un detalle decente en medio del resto.

Giulia desplegó el reporte sin dramatismo. No alargó frases, no se disculpó por la ciencia, no intentó tranquilizar con humo. Habló con esa claridad quirúrgica que a los Queen les servía más que cualquier consuelo.

—La bilirrubina bajó con fototerapia. Responde. —Pausa breve—. La respiración sigue rápida, pero menos retracciones. Oxigenación estable. Al mediodía repiten labs. Si sigue así, hoy mismo les dejan piel con piel unos minutos.

Evelyn soltó aire como si se hubiera acordado de hacerlo.

—¿Hoy… hoy sí? —preguntó, apenas.

—Sí —confirmó Giulia—. Si no hay sorpresas en el control.

Richard no preguntó las cosas típicas de “papitos de niños enfermos”, porque no era su idioma. Preguntó lo útil.

—¿Qué puede cambiar el plan?

—Que suba la bilirrubina o que aparezcan signos de infección en laboratorio —dijo Giulia—. Si pasa, ajustamos. Pero ahora mismo estamos en el carril bueno.

Charlotte escuchaba desde el borde, recostada en el respaldo duro del sillón, piernas cruzadas como si el cuerpo siguiera creyendo que eso era una junta. No dijo nada. Registró: carril bueno. Paso a paso. Sin sorpresas.

Ese “sin sorpresas” era una bendición en un lenguaje que nadie rezaba.

Cuando el equipo médico se llevó el reporte a su mundo y los Queen se quedaron otra vez solos con el zumbido de los pasillos, Giulia miró la hora, ya en su propia logística.

—Tengo que ir al apartamento a alistarme. Entro a guardia en la noche.

Evelyn asintió, cansada pero obediente al plan.

—Nosotras también deberíamos… —miró a Richard como si pedir permiso fuera todavía un hábito—. Ducharnos. Dormir un par de horas.

Richard miró a Charlotte.

No la miró “como padre”. La miró como mira cuando está delegando un territorio.

—Nos vamos unas horas —dijo. Directo, sin preámbulo—. Confío en tu buen juicio.

La frase cayó como una moneda pesada sobre una mesa vacía.

Charlotte no se movió. No abrió la boca. No se permitió el gesto mínimo de sorpresa que le ardió por dentro. Solo asintió una vez, seca, como si fuera lo normal.

Pero no lo era.

Richard continuó, sin ablandarse.

—Si pasa algo, me llamas. A cualquier hora.

Charlotte sostuvo la mirada.

Otro asentimiento. Otra aceptación sin teatralidad.

Richard no dijo nada más. No era hombre de repetir lo que ya dijo. Tocó apenas el hombro de Evelyn —no cariñoso, funcional— y se movieron.

Giulia se acercó a Charlotte antes de irse. Entró en la habitación como quien pisa un cuarto ajeno con respeto: sin hacer ruido.

—¿Necesitas algo? —preguntó, bajito—. Puedo traer un cambio de ropa. Zapatos más cómodos. Un abrigo.

Charlotte miró su propio outfit como si recién lo registrara: su blusa limpia, su pantalón impecable, la tela ya sin el cansancio del día anterior. Giulia sí le había lavado la ropa. Y aun así, la sensación rara no se iba: no era la ropa—era el hecho de haber dormido, de haber cedido, de haber estado en un lugar prestado sin romperse.

—Estoy bien así —dijo. Y, porque ese día estaba lleno de primeras veces incómodas—. Gracias.

Giulia dio un paso, instinto puro, como si quisiera acercarse más.

Y se frenó.

No por falta de ganas.

Por duda.

Esa versión de Charlotte—la que no estaba en modo arma, la que se quedaba a esperar en vez de mandar— era nueva incluso para Giulia. Y cuando algo es nuevo, uno no sabe si tocarlo lo rompe.

Giulia no lo rompió.

Solo le apretó la mano a Charlotte una vez, firme, breve.

—Vuelvo pronto —dijo—. Y si necesitas algo… me llamas. En serio.

Charlotte asintió, otra vez.

—Ok.

Giulia se fue.

La puerta se cerró.

Y Charlotte se quedó sola.

No sola en el hospital, porque el hospital siempre tiene gente. Sola en la habitación donde Sophia no estaba, porque la incubadora estaba en otro sector, y ese vacío era una especie de eco.

Se sentó mejor en el sillón. Puso el móvil boca abajo. No abrió mails. No abrió nada.

Esperó.

Un par de horas pasaron con la lentitud limpia de las cosas que no se rompen.

No hubo noticias.

Ni buenas ni malas.

Y Charlotte descubrió —con una sorpresa silenciosa— que esa ausencia de noticias era preferible a la otra opción. A la que su cabeza sabía imaginar con demasiada facilidad.

La tarde empezó a caer cuando el pasillo cambió de luz. Más dorado. Menos clínico. Como si el sol también quisiera asomarse a comprobar si la bebé seguía ahí.

La puerta se abrió.

Giulia entró primero, ya con uniforme y bata, el pelo recogido como para pelear una guerra larga.

Detrás, los Queen. Un cambio de ropa en las manos, menos peso en los ojos. No descansados, pero… respirando mejor.

En el pasillo, con ellos, venían la mentora —la doctora Babovic-Vuksanovic— y el doctor Price. Richard hablaba con la mentora en tono de agenda elegante; Evelyn asentía mientras apretaba el bolso contra el cuerpo como si ahí guardara la calma.

Charlotte los observó desde su sillón, inmóvil, como si fuera guardia en un puesto que no sabía que era suyo hasta hoy.

Giulia se giró hacia Charlotte apenas cruzó el umbral.

Lo primero que dijo no fue “hola”.

Fue lo importante.

—Sophia está bien.

Charlotte sintió el alivio en el pecho como un golpe que no se le notó en la cara. Asintió una vez, ya entrenada.

Giulia agregó, rápido, práctico, como si diera una instrucción operativa:

—Y hoy tu madre va a poder hacer piel con piel con ella.

Otro asentimiento.

Y entonces Charlotte notó las bolsas de papel en las manos de Giulia. Dos. Marrones. Con la prisa doblada en las asas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.