Charlotte

Capítulo 61 — Tradición con luz de hospital

Pasado mediodía, la puerta se abrió con un sonido suave, como si el hospital tuviera la decencia de no interrumpir fuerte ciertas escenas.

Giulia apareció en el umbral.

Demasiado bien vestida para ese pasillo.

Tacones. Lentes oscuros. Gabardina. Jeans de campana que no tenían nada que ver con monitores ni con turnos de doce horas. Y en la mano, una bolsa negra con dos iniciales que Charlotte conocía demasiado bien como para fingir que no: dos letras blancas perfectas, un lenguaje completo sin palabras.

Charlotte la escaneó sin moverse del sillón, con Sophia dormida sobre el pecho. La bebé estaba tibia, pesada de ese peso mínimo que de alguna manera cambia la gravedad de una habitación entera. El cuello de la blusa de Charlotte seguía abierto, la manta encima, y el monitor al lado marcando vida como si fuera un metrónomo.

Giulia, desde la puerta, la escaneó a ella.

Y por primera vez desde que entró, se le escapó una sonrisa de verdad. No la de doctora. No la de guardia. La de Giulia cuando se le desarma una defensa y no le importa.

Charlotte levantó una ceja, lenta.

—¿Te perdiste camino a una pasarela o vienes a inaugurar mi nueva función? —murmuró, seca—. Hermana mayor y… accesorio térmico oficial.

Giulia soltó un sonido que casi era risa y entró por fin. Dejó la bolsa sobre el sillón libre como si fuera algo normal dejar lujo en medio de cables, y se sentó apenas en el borde, sin acercarse demasiado a la bebé.

Se quitó los lentes.

Y, sin disimular, levantó el teléfono.

Click.

Charlotte la fulminó con la mirada. No movió la cabeza porque no quería mover a Sophia, pero la energía de su cara hizo el trabajo.

—Ni se te ocurra.

Giulia intentó el truco más viejo del mundo: el cambio de tema, con velocidad clínica.

—Tus papás fueron directo a cuidados intensivos —dijo, rápida, como quien lee un reporte—. Quieren verla. Y… sinceramente, ni yo me esperaba verte así.

Charlotte no mordió el anzuelo. Ni un centímetro.

—Bórrala.

Giulia miró la pantalla como si estuviera revisando un diagnóstico raro. Hizo zoom una vez. Otra. La sonrisa se le quedó atrapada en un lugar que no era profesional.

—Giulia.

—Ok, ok —dijo, pero no borró nada. Levantó la vista con esa cara de “voy a intentar algo y tú me vas a odiar por caer”—. Déjame conservarla.

Charlotte no reaccionó.

Giulia afinó.

Hizo un puchero. Literalmente. Un recurso ofensivo en una mujer adulta, y lo sabía.

—Te lo prometo: nadie se va a enterar. Nadie. Es… —bajó la voz, como si fuera conspiración— nuestro secreto. Este momento de vulnerabilidad tuyo. Solo mío.

Charlotte puso los ojos en blanco con una elegancia casi práctica.

No dijo que sí.

Pero tampoco dijo que no.

En el idioma Queen, era una firma.

Giulia sonrió, triunfante sin alardear, y se puso de pie.

—Bien. Entonces… —señaló la bolsa— traje ropa para que te cambies. Y maquillaje. Y cosas básicas que una persona necesita cuando lleva días fingiendo que no es humana.

Charlotte la miró, inmóvil, con Sophia acomodándose más contra su piel como si el cuerpo diminuto entendiera algo que nadie estaba diciendo.

—¿Me estás llevando a las duchas de residentes o me estás secuestrando?

—Duchas de residentes —confirmó Giulia—. Y luego… —hizo una pausa mínima, rehaciéndose la compostura— una cena.

Charlotte dejó salir un aire por la nariz, la microsonrisa apareciendo donde solo aparecía con Giulia.

—¿Una cena? ¿Y todo esto? —miró la bolsa con las iniciales como si fuera evidencia—. ¿Piensas invitarme a una cita?

Giulia bajó la mirada un segundo, y cuando la levantó ya tenía el control de vuelta, como si el gesto anterior hubiera sido un error delicioso.

—Es una cena —repitió—. Después de varios años, merecías Louis V.

Charlotte ladeó la cabeza, fingiendo neutralidad.

Giulia se tocó la gabardina con dos dedos, como quien completa la frase sin decirla.

—Y yo merecía Chanel.

Charlotte soltó una risa breve, casi inaudible, porque no quería mover a Sophia.

—Qué alivio. Pensé que era por gusto.

Giulia se rió por fin, una risa que no tenía hospital encima.

—Mira, Queen… cada tantos años que nos vemos, terminamos teniendo una “cita” a las buenas o a las malas. ¿Por qué vamos a romper la tradición justo ahora?

Charlotte la observó un segundo largo.

—Porque hoy no estamos en condiciones de nada —dijo, como informe.

Giulia señaló la escena con una mirada que lo decía todo: precisamente por eso.

Antes de que Charlotte pudiera disparar otra frase, la puerta se abrió de nuevo.

Richard y Evelyn se quedaron paralizados en el marco.

Fue un cuadro raro incluso para ellos: Charlotte con la blusa abierta, la manta encima, y ese bulto pequeño respirando sobre su pecho como si el lugar más seguro del mundo fuera justo ahí. Evelyn se llevó una mano a la boca, no por drama—por conmoción real. Richard se quedó quieto con una rigidez rara, como si no supiera dónde poner los ojos.

Nadie habló durante un segundo que pareció demasiado largo.

Hasta que Giulia, con la naturalidad con la que se resuelven crisis pequeñas y grandes en un hospital, rompió el hielo.

—Evelyn —dijo suave—. Siéntate. Yo te ayudo.

Evelyn obedeció como si la palabra “siéntate” le hubiera dado permiso de existir otra vez. Se acomodó en el sillón con torpeza dulce, y Giulia se acercó con cuidado.

Richard giró la cara hacia el pasillo, de inmediato.

No por incomodidad.

Por respeto.

Por un respeto extraño incluso en él, inesperado para Charlotte. Como si hubiera entendido que ese gesto —ese cuerpo sobre el cuerpo— pertenecía a un territorio que no se mira de frente sin permiso.

Giulia tomó a Sophia del pecho de Charlotte con manos expertas, lentas, como si el mundo se pudiera romper si alguien se apuraba. La bebé se quejó apenas, un sonido mínimo, y luego volvió a rendirse contra el calor de Giulia sin pelear.




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