Chatarra

46

Virya observó con curiosidad la extraña nave a la que se dirigian. Era una de las tantas naves de soporte que acompañaban la flota en su eterna guerra espacial, una más entre miles y miles de naves similares.
Y sin embargo algo la diferenciaba del resto; era increíblemente vieja.
La mayoría de las naves de la flota Zentradi solían soportar cientos de ciclos de uso, eventualmente los daños sufridos en batalla obligaban a reemplazar constantemente el material de guerra y, en todo momento, un caudal de nuevas naves llegaban desde los enormes satélites-fábricas escondidos en varias partes de la galaxia.
Pero las naves de soporte o aprovisionamiento jamás entraban en combate directo y solían permanecer en el centro mismo de la flota, defendidas por el grueso de la armada Zentradi. Por esta razón solían prestar servicio durante enormes períodos de tiempo y decaian lenta e inevitablemente hasta que eran descartadas o simplemente la flota hacia un FOLD sin ellas.

Las luces que pendían sobre el hangar lateral se encendieron y segundos más tarde la enorme compuerta se abría lentamente, dando paso a la pequeña nave de transporte y la pareja de armaduras que la escoltaba al interior de la misma.
—Tal como pensaba —dijo de pronto Dulmei, que se encontraba sentada frente a la joven piloto. —La nave está desierta.
Virya miró a su compañera con asombro —¿Desierta?
A través de las ventanas del transporte ambas Meltran observaron el interior del hangar iluminado tenuemente por las luces de posición de la nave. Todo estaba en silencio y varios de los docks de repostaje estaban ocupados por naves dañadas y abandonadas. Nadie se había molestado en quitarlas de enmedio y simplemente yacian en los lugares donde habían dejado de funcionar.
El transporte se posó lentamente en una de las plataformas despejadas, rompiendo el silencio de la enorme estancia con el estruendoso sonido de la puerta lateral de desembarco al caer sobre la cubierta metálica. Las dos armaduras Meltran que los escoltaban descendieron a unos veinte metros de distancia y permanecieron inmóviles en sus puestos.
Solo tres Zentradis descendieron de la nave: La Capitán Dulmei, Virya y un soldado Zentran de escolta.
—No hay nadie en esta nave, se la pilotea en forma remota. —Dijo la oficial mirando de reojo a Virya.
La joven guerrera asintió y miró a su alrededor. El estado de la nave era de abandono, pero los sistemas de apoyo vital y eléctricos parecían funcionar. Una lluvia de partículas se levantó del suelo en cuanto el grupo comenzó a caminar por un pasillo que serpenteaba entre las diferentes plataformas de atraque. Imposible calcular el número de ciclos que habían pasado desde que otro Zentradi hubiese caminado por ese mismo lugar.
Caminaron en silencio los últimos metros y penetraron por un pasillo al final del hangar, el cual ascendía a través de varias cubiertas de lo que parecian ser enormes cámaras de acondicionamiento y descanso, alineadas en grandes filas a cada lado del pasillo.
Al final del mismo encontraron un elevador que por suerte aún funcionaba. Luego de marcar uno de los últimos niveles, ascendieron lentamente hasta lo más alto de la nave.

Al abrirse las puertas del elevador el grupo se encontró contemplando lo que parecía ser una de las típicas bahías de recuperación y tratamientos de heridos que poseían todas las grandes naves de combate de la armada Zentradi. Una cubierta repleta de filas de vainas recostadas contra las paredes.
Pero las vainas eran muy diferentes a las que Virya conocía.
Eran mucho más grandes, como las que usarian los enormes oficiales Zentrans, no los soldados comunes, además al pie de las mismas había una versión pequeña de las mismas, como si de una reproducción en miniatura de las mismas se tratase.
—Estas cosas… —Comenzó a decir Virya, pero guardó silencio ante un gesto de la mano de Dulmei.
—Son vainas de micronización— dijo la oficial mirando los complejos aparatos con atención. —Es la primera vez que yo veo una.
Les llevó un buen rato encontrar una que funcionase. La mayoría de las vainas estaba con los cristales rotos o con la compuerta desencajada del marco. Casi al final de la última hilera distinguieron dos pequeñas luces verdes que delataban un panel de monitoreo aún en funcionamiento. Tuvieron que quitar varias vigas metálicas que habian caído sobre la misma pero por suerte el daño no había sido importante.
—Es la ultima que queda— dijo Dulmei mientras pasaba la mano por el cristal, apartando el polvo depositado por el paso del tiempo para poder echar una mirada al interior de la vaina. —Espero que funcione.
El corazón de Virya comenzó a latir con fuerza pero la joven reprimió cualquier gesto que delatara lo que sentía. Mientras observaba el interior de la oscura vaina Dulmei llamó al soldado Zentran y le indicó que preparada la vaina. El soldado asintió llevándose el puño al pecho y comenzó a manipular la terminal de control ubicada a un costado del enorme aparato.
Una luz rosada iluminó el interior de la vaina y los rostros de los tres Zentradis, mientras una serie de susurros y chasquidos inundaban el ambiente otrora silencioso y desierto que los rodeaba.
—Todos los indicadores están normales— dijo el soldado mientras los destellos de luz verdes y blancos salpicaban el visor del casco— Cuando la puerta se abra podremos iniciar el procedimiento.
La oficial Meltran asintió y dandose la vuelta se dirigió con gravedad a la joven piloto. —Lo que estamos por hacer aqui no se ha hecho en centenares de ciclos o, al menos, eso es lo que parece por el estado de estas cosas— agregó haciendo un gesto con la mano hacia la montaña de desechos que los rodeaban. —No hace falta que te advierta sobre el riesgo que corres.
No, realmente no hacía falta mencionar los riesgos, Virya los tenía a simple vista, especialmente porque dentro de algunas vainas destruidas pudo vislumbrar restos de Zentradis en diferentes grados de momificación.
Pero tuvo que aceptar, no sólo porque en el fondo sabía que era lo correcto, sino porque era la decisión más acertada para todos.



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En el texto hay: drama, mechas, macross

Editado: 01.03.2021

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