El transporte se había detenido a unos doscientos metros de la compuerta que daba acceso al único hangar de la nave DBN-712 a la espera de las señales de acercamiento. En el interior del mismo viajaban Dulmei, Virya y un soldado Zentran que hacía de piloto y escolta de la pareja de Meltrans. A casi un millón de kilómetros de ahí, las luces de la flota Dortrad-Jen brillaban débilmente como un puñado de esmeraldas lejanas.
—¿Porque tarda tanto? —preguntó la Capitán Dulmei mientras flotaba hacia la cabina del transporte. —Reporte. —exigió mientras se colocaba tras el piloto Zentran. Virya contemplaba la escena de las enormes y silenciosas compuertas que se veían a través del cristal de la cabina, desde su posición privilegiada en el bolsillo superior del uniforme de su Capitán.
—Estoy a la espera de autorización para entrar al hangar. —respondió mecánicamente el piloto.
—Somos los únicos en un radio de un millón de kilómetros de distancia, comuniqueme con mi nave.
El Zentran asintió y estableció las comunicaciones pertinentes sobre la consola. Una voz Meltrán se escuchó por el sistema de altavoces del transporte
—Puente de mando.
—Aquí Dulmei. Abran de inmediato la puerta del hangar de DBN-712
Del otro lado de la comunicación se hizo un silencio prolongado, cosa que no agradó para nada a la Oficial.
—¿Qué sucede? —preguntó aunque ya sabía con certeza la respuesta.
—Abrimos las puertas hace más de diez minutos Capitán.
—Vuelvan a hacerlo.
A través del enlace radial se podía escuchar como la actividad en el puente de mando de la Quitra Queleual se había intensificado, no obstante nada sucedió y las pesadas puertas de DBN-712 seguían igual de cerradas y silenciosas.
Dulmei se estaba impacientando.
—¿Tenemos algún tipo de telemetría del estado de la nave? —preguntó.
—Negativo —contestó la operadora. —Las órdenes llegan a la nave pero no estamos recibiendo indicadores de rechazo.
—Entendido. Manténgase a la espera de nuevas órdenes.—respondió la Capitana. —Dulmei fuera.
El silencio volvió a sumir la cabina del transporte y Dulmei suspiró profundamente.
—Esto está mal. —dijo como para sí, aunque su voz fué perfectamente audible para la Micrón que llevaba en el bolsillo.
—¿No hay otra nave como esta en la flota? —preguntó Virya.
La Capitán Dulmei sacudió la cabeza. —No —dijo. —Esta clase de naves ya no se requieren en la flota y no se piden sustitutos a los Satélites de Fabricación.
Virya asintió en silencio.
—Por supuesto. —continuó diciendo Dulmei. —dudo mucho que Kreegan o el propio Dortrad-Jen tengan la solución a este problema, Teniente Virya.
—Entiendo. —respondió la joven. —No valgo los recursos necesarios para restaurarme a mi estado original. ¿No?
Dulmei bajó la vista y observó atentamente a la pequeña Micrón.
—¿Que le hace pensar eso, Teniente?
—Así opinaria el Archivista Exedore. —respondió.
La Capitán frunció el ceño. —Usted no es un Archivista, Teniente. Será mejor que no intente pensar como uno.
La joven se llevó el puño al pecho y se colocó en posición de firme. —Sí Capitán, disculpe mi atrevimiento.
—Eso está mejor Teniente. —respondió la Meltran. —No obstante su observación me parece acertada y estoy segura que si volvemos a la flota Kreegan se limitará a ordenarme que la mate y vuelva a mis obligaciones lo más pronto posible. —La Meltran notó un leve estremecimiento de la Micrón pero continuó hablando como si no lo hubiese notado. —¿Sabe Teniente? Cuando una Oficial como yo ha servido en esta flota durante tantos ciclos, digamos que una aprende cosas que no se nos enseña durante la asignación de nuestros mandos.
Virya miró hacia arriba, hacia el enorme rostro de Dulmei quien en esos momentos miraba con atención las puertas del hangar de la silenciosa nave que tenían enfrente. Comprendió que su superior estaba hablando de los conocimientos que todo Zentradi recibía al momento de su creación, cosas que uno sabía desde el primer momento en que abría los ojos…
—Esta flota es vieja…. muy vieja. —djo la Meltran señalando la enorme mole de acero que tenía por delante. —Y las cosas, cuando se vuelven viejas, dejan de funcionar. ¿Que se hace con las cosas que dejan de funcionar, o no sirven mas, Teniente?
—Se las abandona. —contestó la joven.
—Correcto. —respondió Dulmei. —¿Y que me dice de usted? ¿Ha dejado usted de funcionar, Teniente Virya? ¿Sigue usted siendo útil a nuestra causa?
La pregunta la sorprendió, no era algo que esperaba escuchar de su superiora.
—¿Teniente?
—¡Claro que si! —respondió la joven.
—Ya me parecía. —dijo Dulmei mientras se inclinaba sobre el asiento del piloto. —Avance hacia la puerta del hangar, lo más lentamente que pueda. —dijo señalando la nave que tenía enfrente.
El soldado Zentran miró primero las puertas cerradas y luego a la Meltran.
—¿Señor…?
—Hágalo.
El soldado acató la orden al instante, tal era su condicionamiento inalterable. La nave de transporte disparó sus propulsores por solo una fracción de segundo y comenzó a moverse lentamente en dirección a la entrada.
—Como le decía Teniente Virya— continuó hablando Dulmei. —Las cosas que ya no sirven se abandonan, pero a lo largo de todos mis ciclos de servicio he estado al mando de varias naves, las cuales debía abandonar y reemplazar por una nueva cuando los daños se hacían demasiado severos o simplemente la nave estaba demasiado vieja para continuar. ¿Nunca le ha sucedido que cuando va a tomar agua, el dispensador no funciona?
—Sí Capitán. —respondió Virya recordando todas las veces que había experimentado eso.
El soldado que pilotaba la nave trató de llamar la atención de Dulmei, pero la Meltrán lo ignoró por completo.
—Y que hacía al descubrir que no funcionaba?
—Utilizaba el de al lado. —respondió la joven.
—Capitán Dulmei las puertas no… —comenzó a decir el soldado pero Dulmei lo hizo callar con un gesto de la mano.
—¿Y si el de al lado tampoco funciona?
—Entonces buscaba otro más allá.
La Capitán sonrió misteriosamente. —Bueno Virya, yo si he aprendido algo a lo largo de todos estos ciclos; la próxima vez que esté ante algo que no funciona, pruebe darle un golpe.
En ese momento el transporte chocó contra las puertas de acero y sufrió una sacudida que casi hizo que Virya saliera disparada del bolsillo.
El impulso no había sido demasiado elevado pero aun así la nave rebotó contra la compuerta y retrocedió lentamente. Ante la mirada atónita de Virya y el piloto Zentran las luces de la entrada se iluminaron y las enormes puertas comenzaron a abrirse.
—A veces un golpe hace funcionar las cosas. —dijo Dulmei. —Proceda. —indicó al asombrado piloto.
—Si señor. —respondió el confundido Zentran y aplicó un poco de potencia a la nave que comenzó a entrar lentamente al hangar.