Chatarra

66

El gran reloj holográfico de la torre del ayuntamiento indicó que eran exactamente las 3 de la tarde. Las enormes agujas y los números romanos que indicaban la hora se agrandaban de tal forma que el conjunto sobresalia del edificio, como si de una enorme corona se tratase y podía ser visto desde casi cualquier punto de la ciudad.
Ralph ni siquiera pestañeó cuando el enorme VI pasó a través de su cuerpo y ocupó su lugar en la parte baja del edificio.
Una suave brisa alborotó sus cabellos oscuros. Las fragancias marinas inundaron sus fosas nasales y lo obligaron mirar hacia el este, hacia la bahía sobre la que se extendía la Ciudad Capital.
El sitio en donde estaba parado no era exactamente un mirador, pero su pase de técnico le había dado acceso a uno de los puntos más altos de Ciudad Capital y salvo la parte que quedaba oculta por la enorme mole de la torre a sus espaldas, podía ver casi toda la ciudad y sus alrededores desde donde estaba.
Distinguió inmediatamente los muelles con los pequeños botes de pesca y más alejada, la dársena donde descansaban algunas naves espaciales. Era la temporada de buen tiempo y temperaturas agradables, lo que atraía a una gran cantidad de turistas de todas partes de la galaxia, pero principalmente, de las colonias mineras que rodeaban el cinturón de asteroides cercano al planeta.
Una de las naves ancladas comenzó a moverse muy lentamente por entre los amarres. Ralph la siguió con la vista hasta que llegó al límite exterior de los rompeolas que protegían al puerto de los huracanes otoñales. De pronto, un anillo azulado surgió de debajo de la nave y comenzó a expandirse por la bahía, mientras la nave se elevaba lentamente con sus motores gravitacionales. 
La nave ascendió cada vez más rápido y salió de la atmósfera dejando tras sí una finísima lluvia de agua de mar, que al descender sobre la bahía, formó un pequeño y efímero arcoiris.
Ralph volvió la cabeza al sur, hacia la cinta de asfalto que formaba la Autopista Uno, la única vía de salida de la ciudad y la que conectaba a la metrópoli con las pequeñas aldeas y asentamientos rurales que proveían de alimentos frescos a la urbe. Enormes bosques se extendían a cada lado de la ruta, que creaba un tajo violento en el paisaje cargado de diferentes tonos de verde. 
Más allá, casi al límite de lo que podía apreciar Ralph a simple vista, comenzaba el desierto. Una serie de estelas blancas cortaban el horizonte caprichosamente. Cazas de la Base New Edwars seguramente.

Giró la cabeza hacia el norte, hacia las colinas que delimitaban la ciudad, apenas cubiertas de hierba y algunos árboles achaparrados. Una serie de destellos intermitentes delataban la presencia de los enormes molinos de viento de Star Hill, una tecnología bonita, ecológica y anticuada, apenas un recuerdo dejado por un grupo de ecologistas que llegaron a Eden con más sueños que certezas.
Star Hill.
Como un lugar con un nombre tan poético podía traer tan dolorosos recuerdos a Ralph.
Había conocido a Midori en Star Hill al llegar a Edén ¿Hacia cuanto? ¿Dos años ya? Maldito sea el planeta y su calendario diferente al Terrestre.
Ella adoraba ese lugar. La vista de la bahía, las montañas que la rodeaban, incluso se podía ver la enorme cascada que descendía de Lake Valley.
Precisamente, el primer recuerdo que tenía Ralph de Midori era el de la joven recostada contra las barandillas del mirador, con una mano sujetando el enorme sombrero para evitar que la brisa se lo llevara y la otra sosteniendo un libro que nunca terminaba de leer, porque siempre se olvidaba de abrir al contemplar maravillada el paisaje que la rodeaba.
Había sido amor a primera vista para Ralph.
Visitó ese lugar todos los días a la misma hora solamente para verla. Esperaba impacientemente el fin de su turno en el taller donde trabajaba ocho horas diarias, solo para salir corriendo, montar en su bicicleta y recorrer los cinco kilómetros pendiente arriba que lo separaban de la colina con las turbinas de viento.
La joven debía tener unos veintitantos, pero su cuerpo menudo la hacían parecer mucho más joven. Tenía el cabello rosado, largo y lacio, que le llegaba hasta la espalda, casi siempre lo llevaba suelto y solo se lo cubría con el enorme sombrero de ala ancha. Si el tiempo era bueno (Y por suerte en esa parte de Edén las lluvias eran escasas y casi siempre nocturnas) se quedaba hasta que el sol se ocultaba tras las montañas, momento en que Star Hill se convertia en el único lugar de la ciudad donde se podía ver la enorme cascada refulgir con una maravillosa profusión de tonos rosados, naranjas y violacios a medida que las sombras trepaban por las estribaciones montañosas y las estrellas asomaban sobre el cielo límpido del planeta.
Sólo entonces la joven parecía salir del trance en el que observaba maravillada el paisaje y se retiraba a su casa en una pequeña motocicleta eléctrica.
Ralph observaba este ritual de lejos, sentado en uno de los bancos del lado opuesto al mirador, con una especie de fascinación y, a la vez, temor reverencial hacia aquella maravillosa criatura.

Los días se transformaron en semanas y las semanas en meses. El joven técnico estaba hechizado por el ritual diario, solo interrumpido por los fines de semana y los escasos días donde una llovizna infame azotaba la Ciudad Capital y el corazón de Ralph.
Había encontrado a su Eva en el Edén ¿Pero cómo podría siquiera dirigirle la palabra a tan hermoso ser? Ralph carecía de la confianza en sí mismo, sentía que simplemente tenía derecho a admirar a la joven y aun asi se sentia culpable de un crimen, como si solo el hecho de observarla en silencio desde aquel banco alejado constituyera una especie de atrevimiento imperdonable.
Tuvo su oportunidad una tarde, cuando luego de esperar a que la joven se fuera, permaneció unos minutos fumando un cigarrillo mientras pensaba en las desdichas de los enamorados y de como deseaba cagar a patadas en el culo a ese famoso cupido.
—Disculpe. —Dijo un empleado de la limpieza acercándose a Ralph mientras sacudía algo en la mano. —¿Esto es suyo?
Ralph abrió un ojo y pensó en enviar al pobre hombre a cierto lugar de la anatomía de su sagrada madre, pero se quedó sin aliento al ver que el hombre tenía un pequeño libro en la mano. Conocía demasiado bien ese libro.
—Eh! —Dijo reaccionando tarde, cuando el hombre había comenzado a darse la vuelta para volver a su carrito de limpieza. —Se de quien es.
—¿De verdad? —Preguntó con desconfianza el empleado, pero… bueh, qué diablos. —Tome. —Dijo lanzandole el diario.
Ralph lo atrapó con ambas manos e hizo una pequeña reverencia al hombre. Lo que tenia entre las manos era la primera cosa tangible que lo conectaba con la joven. El libro era pequeño, como si de una edición de bolsillo se tratade, pero con tapas duras. Lo giró lentamente, con un temor reverencial, como si de un objeto sagrado se tratase ¿Le pareció que emanaba un perfume exquisito? Era su imaginación seguramente, pero no estaba seguro.
Miró la tapa del libro.
El Principito.
Ralph se quedó perplejo. Había esperado encontrarse con un libro de poemas, o tal vez (y ese pensamiento le pareció algo ridículo) una biblia pero… ¿El Principito? Le pareció recordar haber leído ese libro en la escuela… alguna clase de literatura de la que jamás se hubiese acordado de no ser por haber encontrado ese libro, en ese lugar, en ese planeta…
Abrió con cuidado el libro y miró la primera página, si… reconocía el dibujo del pequeño príncipe, parado en su pequeño planeta o asteroide o vaya a saber que, mientras contemplaba las estrellas. Era un libro para niños ¿Porqué lo estaba leyendo ella?
Recordaba la historia… un aviador, uno de esos primeros tipos que volaban con aviones cientos de años atrás.. bueno, no cientos de años, pero en el siglo pasado seguro. Resulta que se le rompía el avión y aterrizaba de emergencia en un desierto… como el tipo era también mecánico o algo asi, se ponía a arreglar la aeronave y de pronto, como surgiendo de la nada misma, se le aparece un niño vestido de príncipe.
Mientras recordaba iba acariciando lentamente las primeras páginas, sin leer el texto, solo tratando de recordar la historia de memoria.
—¿A ti también te parece un sombrero? —Dijo una voz angelical a su espalda.
Ralph volvió en sí y miró primero la hoja que tenía delante. El autor había dibujado algo con acuarelas, una especie de.. si, era un sombrero marrón.
—Si, parece un sombrero. —Dijo Ralph dándose la vuelta.
La joven lo miraba con curiosidad mientra señalaba el dibujo del autor —Ciertamente parece un sombrero. —Dijo. —Nunca le creí a la gente que decía que era un elefante dentro de una boa ¡Ni siquiera un niño de verdad podría adivinar lo que es!
Ralph estaba completamente paralizado, había perdido por completo el habla y hasta se había olvidado de pestañear.
—Hay… hay adultos más… más adultos que otros… —Atinó a balbucear como dentro de un sueño, mientras apartaba la vista del hermoso rostro y miraba, ahora si, a la boa con el elefante dentro. La joven se rió y el corazón de Ralph pareció convertirse en un reactor de fisión con un alave roto.



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En el texto hay: drama, mechas, macross

Editado: 01.03.2021

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