Virya bajó el brazo mientras apartaba la mirada de lo que quedaba de los intrusos, luego se dio la vuelta. Por un breve momento había tenido la esperanza que esos dos fueran algo más que simples fantasmas.
Desde su despertar en aquel lugar había visto y oído muchas cosas, pero todas habían sido ilusiones, recuerdos, imágenes repetidas del pasado que de alguna forma allí se conservaban intactas, listas para reproducirse ante ella en cuanto se las cruzaba. La Computadora de la Protocultura las trataba como datos residuales, interferencias o simplemente ruido que llegaban hasta el núcleo por los canales dimensionales que prontamente borraba como una especie de rutina.
O eso es lo que pensaba la Meltran; porque al menos uno de esos ruidos había sido diferente. ¿Hacía ya cuantos ciclos de eso? Simplemente ella había despertado al escuchar algo, una especie de sonido muy peculiar que llegaba desde lejos y sin embargo se resonaba en su propio interior.
Aquel sonido no tenía nombre y aquello había confundido mucho a la mortar guerrera. ¿Como algo tan poderoso no tenía una palabra asignada? ¿Seria algun tipo de arma? La computadora no tenía respuestas para ella, solo se limitaba a mantener una especie de orden en ese lugar, removiendo aquellos recuerdos o ecos que aparecían de vez en cuando.
Y sin embargo estaba intranquila.
“Como tú” había dicho aquel Zentran antes de ser borrado de la computadora. ¿Acaso la Protocultura también había creado a sus propios enemigos? Aquello carecía completamente de sentido por supuesto, pero algo en su interior le aseguraba que los extraños no habían mentido con semejante afirmación.
Y si no habían mentido con eso… ¿A que se refirieron con pedirle su ayuda? ¿Acaso ella podía hacer algo más que vagar por aquella especie de mundo vacío lleno de ruinas?
Virya se volteó una vez más para observar las transparentes figuras que habían quedado colgadas de los filamentos dorados. Los cuerpos de la Meltran y el Zentran se habían desvanecido por completo y de inmediato los apéndices se recogieron sobre sí mismos y desaparecieron entre las grietas de los restos del núcleo. En apenas unos segundos no quedaba un solo rastro de su existencia.
No había sonidos en aquel lugar, tampoco había cambios en los niveles de la luz o en las estructuras que formaban aquellas ruinas blancuzcas. Aquel sitio estaba como congelado en el tiempo y asi seguiria estando.
Hasta que Maya regresara.
Al principio Virya había esperado que su despertar obedeciera a la aparición de su compañera, quien luego de incontables ciclos viniese por fin a buscarla, pero el tiempo había transcurrido sin pausa y nadie había llegado… bueno, salvo aquellas imágenes y fragmentos de memorias perdidas… y el sonido.
La Meltran no podía dejar de pensar en aquello, en cómo experimentó aquella sensación de haber sido envuelta en hilos de energía, pero a diferencia de lo que había hecho la computadora con los intrusos, aquellos hilos invisibles la habían envuelto por dentro.
¿De donde provenía aquello? Virya había intentado seguir los elusivos filamentos, pero siempre chocaba con una pared invisible, los límites de las ruinas del núcleo que impedían que saliese de aquel sitio.
Aquella energía llegaba como un torrente desde más allá del muro invisible que la aprisionaba allí, pero Virya era fuerte, no iba a caer en la desesperación por causas de aquel misterioso fenómeno, esté o no relacionado con su compañera perdida.
Salvo que… ahora aquel muro había desaparecido.
La Meltran caminó hasta donde antes estuviera la pared casi invisible que como una burbuja traslúcida le impedía salir del núcleo y vió que allí no había nada. Era completamente libre de salir de aquel lugar si lo deseaba. ¿Pero a donde iría?
Encontrar la fuente de aquel sonido fue lo primero que se le cruzó por la cabeza, pero hacía mucho tiempo que no lo escuchaba. ¿Y si había desaparecido para siempre?
A través de los enormes agujeros causados por los misiles y disparos enemigos podía ver la enorme esfera negra en cuya gravedad estaba atrapada en Núcleo. No había cambiado nada en todos esos ciclos, exactamente igual que ella.
Así como ella era prisionera de esa computadora, el núcleo estaba apresado en aquella enorme anomalía en el espacio-tiempo. ¿Realmente podrían escapar alguna vez de allí? La barrera había desaparecido, era libre de salir de allí si lo deseaba.
La Meltran apretó los puños y dió un paso al frente, como sin con ese solo gesto se decidiese a desafiar al destino que la tenía atada a aquel lugar.
Solo fue un paso y de pronto estuvo del otro lado. ¿Pero había cambiado algo? Estaba a punto de dar un segundo paso cuando una voz extraña la llamó por su nombre.
—Virya.
La guerrera se dió vuelta de inmediato y se encontró frente a una Meltran completamente desconocida.
—¿Quien eres tu? —preguntó molesta por no haber sentido la extraña presencia antes.
—Me llamo Green. —dijo la joven de cabellos rosados sin cambiar la expresión de su sereno rostro.
—Green. —repitió lentamente la guerrera. —¿Así que tú también conoces mi nombre? ¿Significa eso que has venido también con esos dos de antes?
La extraña joven asintió en silencio.
—Entonces tú también, desaparece. —exclamó señalandola con el dedo.
Pero nada sucedió, en cambio la extraña se inclinó hacia delante mientras cruzaba sus manos por delante de su cuerpo. —Lo siento muchísimo. —se disculpó Green haciendo una reverencia —Eso no va a ser posible.
Virya estaba desconcertada ante aquello y retrocedió unos pasos. —De…¡Deculture! —exclamó. —¿Que estas…? ¿Por qué no has…?
Como única respuesta Green se incorporó y miró a los ojos a la guerrera. —He tomado el control de esta computadora y ya no puede obedecer a tus ordenes, siento mucho haber tomado semejante decisión pero espero puedas comprender lo que me motiva a actuar así.
Mientras decía esto, dos figuras comenzaron a materializarse en medio de una cascada de luz justo detrás de Green.
Matt y Cinthya aparecieron unos segundos más tarde tomados de la mano. Sus rostros reflejaban la sorpresa y la incertidumbre ante la extraña experiencia recién vivida.
—Que…. ¿Que ha…?
—¡Matt! —exclamó la joven abrazando con fuerza al chico —¡Crei que estabamos muertos!