Che Ardhait: El Equilibrio de las Almas

Capítulo II

La erosión, la transformación, los hechos siguieron pasando a lo largo de los años. No es la primera vez que aquello sucedía, ni tampoco es la primera vez en donde la angustia reinaba, sino donde este reinaba en el total desconocimiento. Aentheriumn era incapaz de saber cómo se hallaba la nueva centinela de su preciada piedra, sino que incluso desconocían dónde esta se encontraba. Solo Thioruhm y Áshleuhm conocían el paradero de la llave creadora de este mundo. Sin que pudiesen sospechar siquiera, hace casi 15 años el equilibrio -como lo llamarían fácilmente los prophins apurados- bailaba en el limbo.

El crecer de la pequeña Amelia, en su travesía a la adolescente y luego adulta Amelia, estaba lejos de ser perfecto o cuando menos, agradable. La chica, aunque sinceramente bella por una piel de tono casi ebúrneo y de unos ojos tan azules como uno pudiese pintar, nunca fue tomada en consideración. Su belleza era de las que siempre pasan desapercibidas, al ser tachadas de cotidianas y aburridas, como el de una noche estrellada o el más crepitante de los atardeceres. Ha sido toda su vida una chica invisible, sin presencia, casi incorpórea por su merodear semifantasmagórico. Entre tanto mundo, solo un chico, casi tan inexistente como él, había sido su sombra compañera en el duro transcurrir de los años: Leonardo.

Aquellos chicos eran protagonistas de cuentos muy parecidos. "Leo", como se abreviaría comúnmente, nunca conoció a su padre. Su madre, Mara, crió con esfuerzo aquel hijo único, tal cual lo hacía Diana con su querida Amelia. Entraban en el mismo colegio y con los años, era imposible que no fuesen compañeros -los "recursos" de la mágica madre lo solucionaban-. Incluso, llegaban al colmo de vivir en la misma calle: Un callejón sin mucho color que terminaba en el muro de una fábrica de tejidos. Sus íntimas soledades fueron compartidas todo aquel tiempo. Como quien dice, aunque vaya en contra de toda filosofía de Aentherumn, estaban hechos "a la medida".

Ninguno de los fue popular en algún momentos de sus existencias. Eran dos habitantes de un mundo exclusivo, un asteroide quizá, donde solo ellos conocían las leyes que regía su atmósfera: Desde las infinitas variaciones que encontraba Amelia a "Leonardo" como las cosas que, sin tener conciencia, ella podía crear o decir. Leonardo no puede olvidar que cuando ambos tenían cuatro años, ella había un castillo de arena con la que había en una canchita que existía en el callejón. Lo sorprendente –Leonardo lo notó por su notable inteligencia, que la llevó varias veces a ser tachado de nerd o cerebrito- para él fue que no existía la más mínima humedad en aquella arena como para que esta fuera maleable con baldes o palas. Levantaba los ingobernables granos de arena con sus manos, y en su soledad, creaba un castillo. A sus quince, ni la misma hacedora del milagro podía recordarlo, pero fue la primera vez que el pequeño Leonardo fue cautivado por las inmensas y maravillosas cosas que podía realizar.

Con el correr de los años, eran menos increíbles. Pareciese que con el correr de los años, era menos consciente de aquello que Leonardo captó en su más tierna infancia: Lo asombrosa que ella es. Su imaginación seguía revoloteando en todas las direcciones, pero de hacer castillos de arena sin humedad, pasó a dibujos sorprendentes cada vez parecidos a cosas cotidianas. Su desbordante creatividad parecía volver a adaptarse a su molde con el paso del tiempo, que nunca fue agradable para Amelia.

Mientras el realismo crecía, su magia decaía. Parecía esa la fórmula que regía su vida, y su magia era la venida a menos. A su inadaptación social, tenía el constante roce con su madre, que luchaba contra su hija rebelde y dramática. Recordaba durante momentos el confuso adiós de su padre, el mirar despreciativo que ejercía sobre ellas al tomar sus maletas, días después de un incidente que ella no podía recordar, por más que quisiera. Todo aquello repercutía en sus ganas de crear, imaginar. Su energía implosionaba y se apagaba. Leonardo solía decir -y sin demasiado error- que era una "supernova que moría en silencio".

Apenas cumplió los quince, en una fiesta donde ofreció lo máximo que lo mínimo suyo le permitía, una pequeña reunión con vecinos y "amigos", pareció tocar fondo. Su intolerancia al fracaso era cada vez mayor, así como su facilidad para deprimirse. Era siempre Leo el pañuelo de lágrimas que tenía.

Pero Leo, hace un buen tiempo deseaba algo más. Nunca había tenido mucho éxito en las relaciones -nunca tuvo novia, al igual que ella novio- y, sin embargo, siempre logró estar junto a Amelia. Le importaba poco ciertamente que ella tuviese poderes sobrenaturales. Es más, sin haber tenido nada, también estaría a su lado. Había sido más que una admiración lo que siempre ha sentido por Amelia. Para él, ella fue siempre su amiga, su compañera, su complemento, y hace no demasiado tiempo, estaba decidido a que fuese algo más de lo que siempre ha sido. Quería tomar su mano y caminar hasta por el sendero más sinuoso y terrorífico, porque a su lado, jamás volvería a temer a nada.




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