Hazel
Flores. Flores es lo que me he dado cuenta que Easton suele comprar con continuidad, no es que esté encima de él checándolo, pero es algo que lo vi comprar en el supermercado el día en que le pedí que me llevara y después al día siguiente en el trabajo vi que también llevaba flores.
Solo han pasado dos días desde que estuvimos en su departamento cocinando y no es que eso haya generado una amistad entre los dos o una enemistad porque, aunque las cosas no se sienten tan tensas entre nosotros cuando nos saludamos al encontrarnos en nuestro edificio de regreso a casa o en las mañanas cuando solemos ser los primeros en llegar, sin duda hay algo que mantiene cierta distancia entre los dos, como si existiera una línea que los dos no deberíamos de cruzar.
─Deberías de ser más rápida ─su voz es seria cuando se posa frente a mí y la mirada fulminante que me da, me deja ver su enfado. Es otra cosa que he notado de él, tiene temperamento.
─Hago lo que puedo ─digo mientras continúo picando los vegetales frente a mí, un bufido sale de él.
─¿Qué te sucede? ─me atrevo a cuestionarlo cuando dejo de picar para prestarle atención, aquello parece enfadarlo un poco más.
─Vas a hacer que los comensales se molesten con nosotros. ─Responde con mucha seguridad y una risita seca sale de mí.
─¿Qué dices?
Enarco una ceja, creo que lo he escuchado bien a la primera pero solo necesito confirmarlo de nuevo.
Hace su esfuerzo por no rodar los ojos.
─Me escuchaste bien.
─Sí, lo hice, pero te recuerdo que no debes de darme ordenes ─lo señalo con el cuchillo al tiempo que me llevo una mano a mis caderas, tal vez tenga más tiempo en la cocina de mi padre y esté impuesto a dar órdenes todo el tiempo, pero debe entender que las cosas son diferentes ahora. Está claro que es una persona dominante─. No soy una más de tus ayudantes.
─Aun así, te demoras bastante, tenemos reglas en esta cocina.
─Ya lo sé, me lo has dicho anteriormente ─en repetidas ocasiones, quisiera decirle, pero me omito eso último y solo le dejo ver como ruedo los ojos ante su presencia. Su expresión es completamente seria.
Aprieto los labios con fuerza, su mirada se ve desafiante, como si me retara a que lo desobedezca. No desvía su mirada de la mía y yo tampoco de la suya, estoy decidida a no dejarme intimidar.
Un bufo sale de él.
─Solo no te demores.
Suelta molesto antes de regresar a preparar sus platillos. Intento concentrarme de nuevo en lo mío cuando por fin me deja sola y no vuelve a entrometerse en mi camino, pero debo decir que sigo teniendo una mala sensación debido a lo que ha pasado. Uno de mis mayores defectos es que me cuesta soltar las cosas, personas, conversaciones, momentos tanto buenos como malos, es como que mi cabeza los repite una y otra vez intentando buscar una falla, algo malo en lo bueno.
Pongo todo lo que está en mi para que los comentarios de Easton no me afecten, me digo a mi misma que no debería de importarme, sé que soy buena, me he esforzado para serlo, le pongo dedicación a todo y además, cocinar es lo que amo.
─No te sientas mal, es gruñón por naturaleza ─habla Sheila refiriéndose a Easton, una risita amarga sale de mí.
─Seguro que viene de nacimiento.
─Tiene sus días buenos, aunque sean pocos ─comenta con humor, encontrando gracioso mi comentario─. Ya te acostumbraras a ello.
Ella y Johan comparten una mirada juntos.
─Supongo que lo conocen bien.
─Así es, hemos aprendido a querer al gruñón.
Johan se ve diciendo con una sonrisa en los labios.
─¿Se conocían desde antes?
Me veo preguntando, de pronto tengo curiosidad por la vida del chef y su relación con el resto en la cocina.
─No, lo conocimos cuando llegó a esta cocina.
─¿Y llegó con esa mala actitud? ─cuestiono con intriga.
─Tal vez ─responde Johan─. Pero es un buen tipo, solo reservado, además de que carga con muchas cosas, aunque no es una justificación, supongo.
─¿Cosas como qué?
Quiero saber, de nuevo, los cocineros comparten una mirada cómplice, sus miradas se suavizan un poco.
Siento que no van a decirme, que tal vez estoy tocando algo personal, pero Sheila se acerca lo suficiente a mí como para que nadie la escuche hablar por lo bajo.
─Su madre está hospitalizada desde hace meses.
Habla e intento mantener mi rostro sereno.
─¿Por qué?
Mi pregunta sale de la nada.
─Cáncer, y no es de tu incumbencia.
La voz molesta de Easton a mis espaldas me hace sobresaltarme y ruborizarme por completo. Siento a mi cuerpo hervir en vergüenza, ¿en qué momento este hombre estaba escuchándonos?
Sheila y yo compartimos una mirada llena de culpa, pero no dijimos nada más, nos quedamos trabajando en silencio hasta el final de la jornada, solo hablábamos poco.