Chela Y Sus Mundos

Mi primer tercer mundo pequeñito

CAPÍTULO 1 Mi primer tercer mundo pequeñito La cosa es que nací y no donde me hubiera gustado si pudiera haber escogido, y mucho menos como hubiera querido nacer. Nada de cosa de otro mundo, caemos donde nos toca. Mucho menos hubiera escogido el cuerpo o cara que me tocó, ni loca hubiera escogido este pueblito y la casucha donde caí, porque digan lo que digan, la apariencia y los bienes materiales sí importan, claro que pocos aceptan decir esta verdad en voz alta, y tachan de superfluos a los que constan lo que es evidente. Y tampoco escogería para mi nacimiento la época en que éste se dio, si por mí fuera, hubiera nacido pareciendo una linda muñequita Barbie, unos añitos más en el futuro, y me reiría de los que, con voz grave y cara de virtud ofendida pregonarían que lo que importa es lo que se lleva por dentro, o la inteligencia, la bondad y toda esa basura de libros de superación personal. Pero algo así como eso es lo que piensan millones de otros mortales, supongo. Lo que se dice y lo que en verdad se piensa no es lo mismo. Mucho menos como actuamos. Nací en una casa pinchurrienta, en un pueblo mugroso de Guerrero, en la mera sierra, de esos que en una foto se ven tan pintorescos y apacibles, evocan nostalgia en las películas, pero en mi realidad nací en un lugar mugroliento, cacas de animales en medio de la calle, ya saben, esas calles viejas y empedradas, y eso sólo en el centro del pueblo, los otros caminos son de tierra, con gallinas en la calle, uno que otro puerco, un mercado, algunas tiendas, cuyos dueños eran los lugareños ricos e influyentes, uno de ellos, nuestro vecino, era el millonario local, mandó a sus hijos al extranjero, y claro que nunca regresaron, todo el que podía se largaba de allí. Pero eso sí, había dos iglesias, una grandota, parecía una catedral, otra más pequeña, llenas de pinturas en marcos dorados, eran los únicos lugares que se veían lujosos, ya que ni los ricos vivían en lo que se diría que es lujo, y sí que tenían fortunas, pero lo que en aquel entonces era considerado lujo, o una casa de ricos, significaba tener piso de cemento, un excusado pasando el patio, y un estanque para agua con un grifo, junto un lavadero con agua corriente donde se lavaba tanto la ropa como los trastes, así que ellos no tenían que ir por agua con cubetas. Y lo tenían realmente todo, comida, ropa nueva, estilo pueblerino, pero nueva, guaraches nuevos, hasta botas de cuero. Mi vecino era precisamente este tipo de ricachón, hasta tele tenía, y una camioneta con la cual traía mercancía de la ciudad. Iba por ella hasta la capital. Era todo un hombre de mundo. Y en cambio a mí el destino me dejó caer en una casa del albañil del pueblo, no nos faltaba lo esencial, no me puedo quejar, hambre no sufríamos, pero ni modo, éramos unos de los tantos pobretones de la comarca. Además de todo, como ya dije, nací en un cuerpo que no me ayudaba para nada y con una cara peor. Mi cara, como les digo, nada agraciada ni para mis congéneres, no es que ellos fueran unas bellezas tampoco, pero desde niña tenía además una verruga junto a la nariz que tardé años para poder deshacerme de ella, también era de color como se decía “serio”, o sea bastante morena para ser vista como algo “mejorcito”. En el pueblo hubo muchos güeros, ya que antaño venían hasta de Europa a buscar oro y dejaban prole. Y algo de riqueza, como lo atestiguaban las dos iglesias lujosas, se decía que la campana de la iglesia grande antes era de oro, sabe dios si es cierto, pero la gente aseguraba que así fue, y que el padre se la robó, por eso tenía varias ferreterías en el estado de Guerrero. Y se decía que las atendían sus numerosos hijos, vaya uno a saber. Mis padres me querían, aunque no me inculcaron mucho amor propio. No es de extrañarse, mi mamá fue una hija ilegítima de un italiano que fue a buscar oro hace mucho tiempo y luego sin más se largó. Decía mi mamá que cuando lo veía de niña él le decía que si se portaba bien, le iba a regalar un costal de oro, según tenía varios, pero siempre y cuando lo pudiera levantar. Claro que no pudo, pero mamá se hacía ilusiones. Luego de largarse él solito, dejó en el pueblo a su mujer mexicana y dos hijas que tuvo con ella, con la casa y algo de dinero, con el cual ella puso una tienda, se casó o se juntó con un empleado suyo, y mi mamá fue a servir a su casa, con apenas catorce añitos. El señor que se juntó con la dejada era un señor ya de edad. Y un buen día dejó a mi mamá embarazada de mi hermano mayor, Beto y la señora se enojó mucho y corrió a mi mamá. Pero mamá tuvo suerte de encontrarse a alguien como mi papá, un hombre bueno y trabajador, y esos principios nos los inculcó a todos. De muy pequeño mi papá y sus hermanos se quedaron huérfanos de padre y madre, eran casi niños todavía, pero con todo y todo no se murieron de hambre como lo pronosticaban sus vecinos, ni se volvieron mendigos, pero sembraron unas papas en el monte, se hicieron una chocita con sus propias manos, se hicieron de unas gallinas y abejas, con el tiempo hasta de un puerquito, y mi papá aprendió algo de albañilería. Y luego conoció a mi mamá, ella sí que no era fea, y como se decía en el pueblo “se la robó” y se la llevó a vivir a su choza. Al principio mi mamá atendía también a sus cuñados, pero se iban casando poco a poco e hicieron sus propios hogares. Mi papá fue transformando la chocita en una casita, ya que era albañil, y la familia llegó a vivir como las otras personas. Y luego nací yo. Pero eso sí, me educaron lo mejor que podían, dadas las circunstancias de la época y lugar donde nos tocó vivir. Tuve que ser chambeadora, decente, no rezongar, aceptar las órdenes del patrón que me iba a tocar en mi vida, obedecer a mi esposo, contestar como niña educada y ser obediente y temerosa de dios, aunque no se puede decir que fuéramos exactamente muy religiosos. Miserable herencia cultural, pero que se le va a hacer, uno no puede sustraerse a todo eso como si fuera un pajarito, solo dejar el nido y volar al cielo o mandar a volar todo. Estamos encadenados al terruño y época que nos vio nacer. Y eso de por vida, por mucho que uno se supere, solo cambiamos la fachada, adentro queda lo que mamamos en la niñez. Para bien o para mal. Hoy el pueblo es muy diferente, no exactamente mejor, es más próspero y abierto a las influencias del mundo exterior, pero por desgracia, solo tomó lo peor de afuera. Ya no es tan pobre, es casi liberal, pero es peligroso, adiós tranquilidad pueblerina, pero ni modo, nada es perfecto, mucho crimen, ya saben, Guerrero. Ya me daría miedo volver hoy, y para que, mis papás ya no viven, y realmente ya nada me ata a mi terruño. En mis primeros años de vida se me hacía que fuera de mi pueblo no había nada que pudiera ser diferente, que todo el mundo era más o menos como el que yo conocía. Cuando miraba por la ventana a una calle muy de mi pueblo, me imaginaba que todos los niños del mundo cuando se asomaban por la ventana veían lo mismito, y así era yo feliz, no había nada que pudiera desear y sufrir por no tenerlo. Pero por fortuna o desgracia mía, ya existía la radio, teníamos uno en casa, y la televisión, esta la tenían mis vecinos ricos. Cuando tenía como nueve o diez años, me invitaban los hijos del tendero a su casa y yo iba con ellos a verla, había niños más chicos que yo, veíamos caricaturas, no me decían mucho, eran de otros mundos diferentes al mío, pero de hecho me encantaba no entenderlos del todo, así me parecían más interesantes, tan bien hechos, tan perfectos, tan diferentes! Y como lo disfrutaba! Fue precisamente en este tiempo, con esta ventana llamada televisión que comencé a dudar que veían los otros niños fuera de mi pueblo al asomarse desde sus ventanas? Y eso me intrigaba hasta más no poder. Obediente a lo que me decían en casa, trataba de ser buena en la escuela. Una escuela rural, donde me enseñaron solo lo más rudimentario, leer, escribir, contar, y mis padres conscientes de ello, soñando un futuro mejor para sus hijos, todo menos la pobreza en el pueblo, elucubraban planes como sacarnos de allí. Como decían, pueblerinos y todo pero no tarados. Pero mis tres hermanos menores no eran muy dados a estudiar, se fastidiaban pronto, no iban de buena gana a la escuela, al más grande que era mi medio hermano y yo sí nos gustaba, y mis papás tenían que tomarlo en cuenta y hacer decisiones prácticas. Sería bueno que alguien de nosotros fuera a salir del hoyo, decían, de este mugroso pueblo, de la miserable casa pobre y hacerla en el mundo. No todos podrían hacerlo, se sobreentiende, mis tres hermanos menores tuvieron que trabajar desde niños, ya que se veía que no había para ellos otro camino más que traer centavitos para el gasto familiar y luego seguir con la albañilería u otra cosa si se presentaba. Mi medio hermano fue enviado con unos parientes “ricos” de mi madre, también nacidos en la sierra, pero que ya la estaban haciendo en grande en México. Curioso, era en la Ciudad de México, pero ya saben, los chilangos son México, y lo demás es provincia llena de paisanos. Paisas, claro. Así que entendí que existía otro mundo. La capital. Y vaya que resultó muy diferente! Los parientes ricos tenían un taller mecánico, con varios empleados, y mi hermano como quien dice pegó su chicle allí y mandaba sus pesitos a mis padres. O sea que mi hermano se convirtió en una persona de casi éxito, por fin el primero de nosotros que ya dejó de ser un patarrajada pueblerino de quién sabe de qué pueblucho en la sierra de Guerrero y subió de categoría. Categoría nuevo chilango. Ya teníamos un miembro de la familia viviendo en la meritita capital. Y seguí yo, después de que mi papá se pasó días pensándolo detenidamente, finalmente decidió enviarme a vivir con mi hermano Beto, encargándole mucho que me cuidara. Y lo hizo, eso sí. Vivía en un cuarto arriba del taller, pero con su propio baño que tenía un excusado y una regadera, por fuera había un boiler, así que no teníamos que calentar el agua en la estufa y bañarnos a jicarazos como en el pueblo. Todo muy al estilo de la capital, tenía dos ventanas con cortinitas, lo que me parecía bastante elegante. Pasando el corredor un zaguán con lavadero, estufa y refrigerador. Me tocó cocinar, me encargaba de todo, ya lo hacía antes en mi casa, pero aquí había agua corriente, tampoco tuve que llevar el agua sucia al patio para tirarla, la ropa era más fácil de lavar, bastaba con abrir un grifo y salía agua, para alguien como yo, que estaba acostumbrada a que el agua hay que traerla cargando, eso sí que era un lujo, ya me sentía realizada, y luego este último súper gran lujo, un boiler! Así podía bañarme cómodamente cuando quisiera, de día o de noche. Jabón de olor! Y la tele! Porque mi hermano ya tenía una! Casi me sentía como que ya superamos al ricachón de nuestro vecino. Y esas telenovelas! Los noticieros, porque sí me gustaba verlos, era una ventana al otro mundo que trataba desesperadamente de comprender, un mundo maravilloso, todavía más diferente al de la capital, lo que me hacía soñar, este mundo no estaba nada cerquita de donde vivíamos, pero segurito no podía ser del todo inalcanzable, al fin que ya logramos estar en la capital, casi un centro del mundo para mí en aquel entonces. Y yo hambrienta de saber más y ver más. Era un lugar que guarda los sueños, las maravillas que aparecían en la pantalla. Hasta los comerciales me fascinaban, deseaba ser como estas personas, todos parecían felices, hermosos, seguros de sí mismos, listos, bien arregladitos, sabían lo que querían y lo obtenían. Su mundo era si no perfecto, se acercaba mucho. Y eran lindos, no como yo, porque el espejo no miente, desgraciado. Y yo era una chica que iba a la secundaria, con miras de ser alguien, o sea que deseaba ir también a la prepa, por lo menos. Como me decía mi hermano, olvídate de pendejadas Chela, primero tienes que tener algo de estudios o serás una gata o peor, y no te gustará. Ni te van a pagar realmente, te darán de tragar, te compran tu uniforme y si acaso te darán unos pesitos para alguna chuchería, y si bien te va, no te despiden. Porque muchos aquí son unos pránganas, ni lana tienen, pero se las doran de señores que tienen servidumbre para sentirse alguien. Mi hermano ya era hombre de mundo, aprendió rápido las movidas de la ciudad. Me parecía de lo más sabio. Como fui educada en la obediencia, le obedecí. Creo que hice bien, no me hubiera gustado ser sirvienta de alguna mamona, y vaya de la que me salvé, como pude ver después de algunos años. Bueno, mi mamá era también un ejemplo, no sacó nada siendo sirvienta salvo a mi hermano Beto del cual se tuvo que encargar un padrastro, y tuvo suerte que mi papá era una gran persona. Y todos deseaban que algo así no me sucediera a mí. Y no, no me sucedió ésto, pero mis sueños me alcanzaron y no fue nada perfecto, pero eso todavía era cosa de mi futuro lejano. Seguí con mis estudios de secundaria, hice algunas amigas, eran como yo, de provincia semiperdidas en la ciudad. Juntas hacíamos la tarea, en la casa yo hacía todo el quehacer, en eso nos ayudábamos, ellas también tenían sus obligaciones, cuidaban de sus hermanos, y veíamos tele, sobre todo las increíbles novelas! Qué mundo tan hermoso! Inalcanzable, pero estaba allí, nos hacía ojitos, que tal si fuéramos como una de estas mortales afortunadas, pobres de dinero, pero que se ligan al galanazo ricachón que se aburre de las rubias despampanantes pero presumidas, superficiales y vacías, y por nuestro corazón puro y sincero nos hace su esposa, y así seremos reinas de estos palacios, y nuestras gatas serán las otras aspirantes a sueños imposibles. No sería hermoso? Pues no lo fue, pero eso todavía no lo sabía. Me pasé los añitos de secundaria envuelta en esos hermosos sueños que parecían de algodón dulce de colores pastel, pero que se deshace en la boca y no se siente que uno ha comido algo, pero es lindo, ojalá me hubiera quedado atascada en esa época, en una viviendita pobre, aunque comparada con mi casita en el pueblo era una mansión, pero llena de ensueños de colores brillantes y futuro prometedor. Después ya nada fue tan dulce. Pero todo en la vida tiene que acabar. Mi hermano ganaba lo suficiente como para que yo pudiera ir a la prepa, mandar algo de dinero a casa y mantenerme a mí. Libros, útiles, pasajes y todo. Mis amigas no eran tan afortunadas, tuvieron que ir a trabajar. Las dos se buscaron trabajo en el mercado, en una pollería grande, y poco a poco perdimos contacto y yo hice otras amistades. La prepa no me gustaba nadita. No tenía quién me ayudara con los estudios, no todo se me daba. Apenas pasaba mis exámenes, como se decía de panzazo, llegué a reprobar algunos, mi hermano no entendía ni madres de lo que yo estudiaba, pero me insistía que eso no significaba que yo no pudiera con el paquete, que le hiciera como pueda, pero por amor de dios Chela, termina la prepa! Que al menos alguien de nosotros llegue lejos, o sea yo, por lo menos. E hice lo imposible, terminé la prepa. Para entonces sabía que por muy corazón puro y hermoso, mi físico no era material para un destino como me lo pintaba viendo taranovelas. Mi héroe soñado de telenovela ni se fijaría en mí, aunque me pusiera a disparar al aire frente a él como Pancho Pistolas y cantara ópera al mismo tiempo, sería transparente para alguien así, y eso si me topara con uno, lo que equivaldría a una probabilidad como la de sacarse la lotería, por mi cantón no pasaban, así por ahí no era mi camino. Es más, ni los del vecindario se fijaban en mí. Los piropos eran ofensivos, a pesar de que mi hermano andaba cerca, no ofensivos tipo “mamasota, que buenota estás, qué nalgotas” o sea lo que hoy se llaman piropos machistas y acoso, sino eran ofensivos e hirientes. Dándome a entender que si me harían el “favorcito”, sería solo estando bien pedos y se arrepentirían después. Tuve que aceptar lo que ya sabía, en lo que toca a mi físico estaba dada al traste. Ni en el mercado me llegaron decir “güerita” como a todas las marchantas, ni a ellos se les daba decirme así, porque soy bien morena, así que yo solo era “oiga señito”, y nada más. Por otro lado, todos esos tipos del vecindario no eran material para novio tampoco, aún si yo fuera guapa y pudiera escoger. Así que como quien dice tragedia no era. Yendo por la calle camino de la prepa, con mis compañeras, algunos pelados nos gritaban, “ese trompo de caderas!” o “ey, la culona!”, “chichona, dame algo!”, ocurrentes, ya saben, y originales como “con esas carnotas me atasco, grandotas aunque me pequen!”. Y la que se sentía aludida, volteaba y les mentaba la madre. Se devanaban los sesos los imbéciles, con cosas que copiaban de otros mamarrachos, a mí me gritaron tal vez solo una vez, creo que “esos pobres huesitos, chaparra, patas chuecas, te hago el favor?, Y no tienes que pagarme!” ja ja ja. Me temía que nunca me iba a casar, ni tener hijos, a menos que alguien se dignara hacerme el “favorcito” del cual se arrepintiera después. Eso tampoco entraba en mis planes. No iba a caer tan bajo tampoco. Y hasta en ocasiones cuando me tenían algo de lástima, salía peor que si me insultaran como se debe. Una vez estuve en la farmacia, comprando un champú, estaba allí un señor ya de edad, bien trajeado, y en aquél tiempo se anunciaba en la tele un desodorante “para la mujer bonita”. El señor, supongo que de buena fe, eso creo, al oír que me preguntaron “algo más, que tal un desodorante?”, dijo, “no pos sí, no sé porque anuncian un producto para la mujer bonita, no es justo, porque no también para la fea? Todas merecen oler bien! “ Todo esto mirándome de reojo, como creyendo que decía algo bonito que me alegraría, ya que yo también merecería usar un pinche desodorante no siendo bonita. Baboso! Muchas gracias, imbécil! Dicho sea de paso, no me deprimía, no sentía dolor o tristeza por mí misma, no sé si por inercia, costumbre, o porque no tenía tiempo para pensar mucho en ello, ni para tenerme lástima como en una telenovela donde una muchacha despreciada hace llorar a la audiencia, yo tuve que estudiar además de atender la casa de mi hermano, y vaya que todo esto me costaba un buen, realmente era harto esfuerzo. Por otro lado, mi hermano no sé si tenía novia o amigas, pero vivía solo conmigo y nunca trajo a nadie a la casa, solo yo era la ama de su casa. O sea que no me quedaban esfuerzos o pensamientos para conmiserarme de mi miseria. Y después mi vida que yo no tracé.




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