Chernobyl: El Último Turno

Chernobyl: El Último Turno

Era otro día rutinario en la planta nuclear de Chernobyl. Alexei Petrov caminó por los pasillos del edificio de control con paso firme. A sus 35 años, ya conocía cada rincón de la planta, cada válvula, cada sistema de seguridad. Había pasado más de una década allí, y aunque al principio se sintió emocionado por trabajar en una de las mayores maravillas de la ingeniería soviética, con el tiempo había aprendido a mirar la planta con ojos de desconfianza.

El brillo de las pantallas y el suave zumbido de las máquinas eran como una melodía familiar. Sin embargo, ese día algo estaba diferente. Una sensación incómoda se instaló en su pecho mientras ajustaba su uniforme y se sentaba en su puesto. Las primeras horas fueron como cualquier otra, pero una extraña tensión empezó a permear el aire.

"Alexei, ven aquí", llamó un colega desde la sala de control.

Se acercó rápidamente, encontrándose con un rostro preocupado. "Mira esto", dijo el hombre, señalando los monitores. "Los niveles de radiación están subiendo más rápido de lo normal."

Alexei frunció el ceño. Miró las lecturas y luego al operador. "Esto no tiene sentido. Revisa los sensores. Algo debe estar fallando."

Pero los segundos pasaban, y la cifra en los monitores continuaba aumentando. En ese momento, Alexei entendió: esto no era un error. Algo estaba muy mal.

De pronto, una alarma ensordecedora cortó el aire. Las luces rojas comenzaron a parpadear, y una voz automatizada empezó a advertir sobre niveles peligrosos de radiación. La planta había comenzado a desmoronarse.

"¡Evacuación! ¡Evacuación!" gritó un supervisor, pero nadie parecía moverse. El pánico comenzó a instalarse.

Alexei tomó una respiración profunda. Su entrenamiento le decía que debía mantenerse calmado, pero las órdenes del sistema eran claras: "Desactivación de los reactores en proceso."

El primer pensamiento que cruzó su mente fue para su familia. Su esposa Irina y su hija Anastasia estaban en Prípiat, a pocos kilómetros de la planta. En ese momento, su deber como ingeniero se desdibujó, y la necesidad de proteger a su familia se convirtió en la prioridad.

"¿Cómo podemos evitar que esto se convierta en una catástrofe aún mayor?", se preguntó en voz baja, mirando a los demás miembros del equipo. Nadie parecía tener una respuesta clara. Se hacía evidente que la magnitud del desastre era mucho mayor de lo que se había informado. La radiación ya se estaba filtrando, y los niveles de exposición eran letales.

Alexei sabía que la planta debía ser contenida a toda costa. Sin embargo, las posibilidades de éxito eran mínimas, y el tiempo, escaso. Decidió que debía tomar el control. Con voz firme, comenzó a organizar a los trabajadores a su alrededor. "¡Necesito que mantengan la calma! Tenemos que reducir la presión de los reactores. Esto no ha terminado. Vamos a controlar lo que podamos."

La batalla contra el tiempo había comenzado. Los pasillos estaban llenos de humo, y el calor era insoportable. El aire estaba cargado de tensión y desesperación. Sin embargo, Alexei se mantuvo firme. Sabía que tenía que actuar rápidamente, o todo sería en vano. Cada segundo de indecisión aumentaba las probabilidades de una explosión catastrófica.

Con manos temblorosas, ajustó los controles, consciente de que cualquier error podría ser fatal. La presión en su pecho se intensificó, pero no podía permitirse flaquear. Mientras luchaba por contener el desastre, un pensamiento lo asaltó: "¿Qué pasará con Irina y Anastasia?"

En ese preciso momento, un operador se acercó corriendo, sudoroso y pálido. "Alexei, tenemos que evacuar ahora mismo. La radiación está por encima de los niveles críticos."

"No podemos evacuarnos", respondió él, sin mirar. "Tenemos que evitar la explosión. Ya habrá tiempo para evacuar después."

Las horas siguientes fueron un torbellino de caos. Los esfuerzos de Alexei y su equipo para controlar los reactores fueron en vano. El colapso de la planta era inevitable.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, las alarmas cesaron. El sonido ensordecedor de la evacuación se apagó, pero la verdad era innegable: el desastre estaba en marcha.

Alexei salió del edificio con la vista fija en el horizonte, el rostro pálido y la cabeza llena de pensamientos turbulentos. La ciudad de Prípiat ya estaba en ruinas. No sabía si su familia había tenido tiempo de escapar, o si aún se encontraban allí, atrapados en una ciudad condenada por la radiación.

Mientras caminaba hacia el refugio de emergencia, con el aire contaminado denso a su alrededor, un mensaje de radio le llegó. "Alexei, somos Irina... estamos a salvo. Hemos evacuado." Un suspiro de alivio lo recorrió, pero la incertidumbre seguía acechando.

Chernobyl había cambiado todo. Nadie volvería a ser el mismo después de ese día.



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En el texto hay: catastrofe, aventura, radiacion

Editado: 24.01.2025

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