Cherry Blosson

3.

Capítulo 3: “El precio de la vida”

Cherry POV

El tintinear de la puerta anunció nuestra entrada al hospital de flores.
Alexander me guió adentro con cuidado, como si temiera que me rompiera en mil pedazos.
Noah nos siguió, aún alterado.

—¿Qué te ha hecho este tipo? —dijo apenas cruzamos el umbral.
—Nada —respondí rápido—. Me salvó.

Noah entrecerró los ojos, estudiando a Alexander de arriba abajo.
—Sí, claro. Un desconocido con abrigo negro que aparece de la nada. Muy normal todo.
—Noah… —intenté calmarlo, pero él no bajó la guardia.

Alexander, sin embargo, no respondió.
Estaba mirando la vitrina de cristal.
La rosa negra.
Su respiración se detuvo un instante.

Se acercó lentamente, los pasos pesando más de lo normal sobre el suelo de madera.
Apoyó la mano en el borde del cristal, y su reflejo se deformó junto al mío.

—Ha cambiado… —susurró.

Lo miré confundida.
—¿Qué?

Él señaló uno de los pétalos.
Apenas perceptible, una vena roja recorría el centro oscuro, como una línea de sangre viva.

—Un pétalo ha decidido vivir —murmuró—. Pero aún está muerta.

Mi piel se erizó.
Había algo en su voz… algo que me heló el alma.
—¿Perdón? —alcancé a decir.

Alexander parpadeó, como si saliera de un trance.
—Tu habilidad con las flores es increíble.
Soy el doctor Alexander Drake —añadió, forzando una sonrisa—.
Perdón por no presentarme antes.

—Cherry Blossom —respondí, intentando sonar natural—.
Doctora de flores y plantas moribundas.

—Lo sé —dijo sin dudar.

Noah bufó.
—Perfecto, un acosador. Deberíamos llamar a la policía.

Alexander ni lo miró.
Sacó del bolsillo una carpeta delgada, y dentro, una hoja impresa.
Era un anuncio mío.
Mi publicación sobre “Resurrección vegetal y sanación botánica”.

—Vi esto en internet —dijo, su voz serena pero con un fondo de urgencia—.
Tengo una oferta para ti.

—No estoy buscando trabajo. Me va bien aquí —respondí, cruzándome de brazos.

—Cien mil dólares —replicó.
El aire pareció detenerse.
—Por recuperar el jardín de mi esposa.
Quiero que su invernadero vuelva a la vida. Que esté floreciente…
para cuando ella despierte del coma...

El silencio cayó.
Solo el goteo de las macetas llenó el vacío.
Noah lo miraba como si estuviera loco.
Yo, en cambio, no podía apartar la vista de sus ojos.

Grises.
Pero no de un gris humano.
Era un tono que había visto antes…
En el sueño.
En la noche.
En la muerte.

Y en ese instante supe que la rosa negra… no era solo una prueba.
Era un mensaje.
Y que Alexander Drake no había ido allí buscando flores.

Había ido buscando ayuda.

El silencio pesaba.
Cien mil dólares.
Por hacer florecer un jardín muerto.
Por una esposa que dormía.

Mi cabeza decía que era absurdo. Pero mi corazón… mi corazón latía como si algo antiguo me estuviera llamando desde ese lugar.

—Cherry, ni lo pienses —interrumpió Noah, cruzándose de brazos—. Este tipo es rarísimo. Tiene aura de Drácula… o peor, de Hannibal Lecter.

—Noah… —intenté decir.

—¡Te lo digo en serio! Te matará y echará tu sangre en el invernadero para “alimentar” a sus flores o, peor, te sacará los órganos y los venderá en el mercado negro.

—Puedo escucharte, ¿sabes? —intervino Alexander con calma, sin alterarse.
Ni siquiera sonrió, lo cual lo hizo parecer aún más inquietante.
—Y no, no haré nada de eso.

Noah levantó una ceja.
—Eso es justo lo que diría alguien que sí lo haría.

Alexander suspiró, se pasó una mano por el cabello y habló con una serenidad casi antinatural:
—Te garantizo seguridad absoluta. Firmaremos un contrato de duración estipulada, el tiempo que tú creas necesario.
Y si quieres, puedes llevar a tu socio contigo.

—No soy su socio —refunfuñó Noah—, soy su amigo. Y no iré a que me vendas el riñón también.

—Perfecto —replicó Alexander sin inmutarse—. Mejor ella sola.

Me mordí el labio, intentando ocultar una sonrisa.
—Muéstrame fotos de tu esposa —dije finalmente—. Cuéntame qué le pasó. Y quiero ver el invernadero.

Los ojos de Alexander brillaron un instante, como si no esperara que aceptara.
—Por supuesto —respondió despacio—. ¿Nos tomamos un café, Cherry Blossom?

Noah soltó un bufido.
—Claro, ¿por qué no? Así puedes drogarla con tu veneno aristocrático.

—Noah, basta —dije.
Mi voz sonó más firme de lo que sentía.

Alexander extendió una mano, cortés, paciente.
—Hay una cafetería justo al otro lado de la calle.
No hay presión. Solo respuestas.

Lo miré un instante, buscando algo en su mirada.
No vi malicia. No vi mentira.
Solo un cansancio profundo, el tipo de tristeza que no se finge.

—Está bien —susurré al fin—. Un café.
Solo para escuchar.

El leve destello en sus ojos —mezcla de alivio y algo más— me hizo sentir que acababa de aceptar algo mucho más grande que una simple conversación.

Mientras salíamos, Noah murmuró detrás de mí:
—Perfecto. Así empiezan todas las películas de terror.

Y quizá tenía razón.
Pero algo en mi pecho —esa voz que no era del todo mía— me decía que tenía que seguirlo.

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POV: Alexander

El vapor del café se elevaba entre nosotros como una cortina delgada, disolviendo los contornos del mundo. Cherry me observaba en silencio, los dedos rodeando la taza como si buscara en ella calor… o verdad. Yo sostenía la mirada con calma ensayada. No podía decirle la verdad. No aún. Pero tampoco podía mentir del todo.

—Ruze —dije finalmente, pronunciando el nombre con el cuidado con que se toca una herida—. Mi esposa. Lleva dos años en coma. Un aneurisma cerebral. Estábamos desayunando, y simplemente… se desvaneció.

La mentira salió suave, medida. Casi real.
Hasta que escuché la voz.




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