Prepárate para esta joya del diseño empresarial porque entrar en la oficina de Alexander Grant es como ser parte de un reality de diseño de interiores pero con toques de una comedia romántica. La alfombra es tan suave que parece que estoy caminando sobre nubes de algodón de azúcar y el escritorio es tan pulido que podría usarlo para hacerme un selfie en cualquier momento.
El escritorio, mejor conocido como el trono de Grant, parece gritar "¡más caro que tus vacaciones soñadas!". Y ahí está él, el señor Grant, vestido con tanta elegancia que hace que mi último intento de combinar calcetines parezca un crimen de moda. Su mirada, profunda y penetrante, te hace sentir como si estuvieras en un juego de adivinanzas, pero él ya sabe la respuesta.
—Buen día, señorita Taylor. Por favor, tome asiento.
Su voz es tan ronca que creo que se me acaba de humedecer algo más que las pantorrillas.
—S-sí, señor.
Me siento tan torpe en este momento que no me puedo creer que estoy siendo un cliché más de esas estúpidas historias fresas que a veces leo para entretenerme o que veo en una película de Netflix.
Sus ojos, que probablemente podrían comprar una isla privada, ruedan en mi dirección mientras me muevo.
Camina y toma asiento delante de mí, en su sillón ejecutivo sin mesa que medie entre ambos. ¿Qué tan moderno es esto? Quizá me sentiría más tranquila si estuviera arriba de un pedestal y me dijese que acá hay una diferencia tangencial entre ambos.
Las empresas más bien horizontalizadas no sé si son lo mío.
—Bien, “Estéfana”, cuéntame acerca de ti.
Parpadeo, alterada por la manera en que ha mencionado mi nombre.
—S… Stephanie, señor.
—¿Qué estilo le darías al ingreso principal al Empire State?
—¿Cómo dice, señor?
No contesta.
Evidentemente acaba de darse cuenta que he repreguntado de manera que lo único que busco es ganar tiempo, pero no lo hago de manera intencionada.
Este hombre es como el resultado de un experimento secreto en el que mezclaron ADN de James Bond y un modelo de pasarela. ¿Recuerdas esos romances de novela que te hacen suspirar? Bueno, esto es lo más cercano a la vida real, aunque yo estoy siendo la víctima de Bond doblegada ante la sabiduría tirana de un hombre demasiado habilidoso.
—Sigo esperando una respuesta, Stephanie.
—¿No… No quiere comenzar mejor por preguntar sobre mi experiencia laboral anterior?
Apenas hablo me arrepiento y tengo ganas de tragarme mi propia lengua.
Levanta una ceja y habla con parsimonia:
—¿Vas a decirme de qué manera debo hacerte una entrevista de trabajo a ti para mí propia empresa?
Eso de “mí” sí que lo ha acentuado.
—Yo… No, no, no quise decir eso—. Intento reacomodarme en la silla, pero sospecho que es demasiado tarde para planteos como este.
Sus rasgos son tan perfectos que creo que encajaría mejor en un cuadro renacentista. La barbilla fuerte, la mandíbula esculpida como si fuera obra de algún escultor celestial, y esos ojos... esos ojos que podrían hipnotizarte a ti y a tu abuela. Y su cabello, no sé si es resultado de horas de peinado o simplemente se levanta cada mañana con esa apariencia de "acabo de salir de una película".
—Señor, lo siento. Es que estaba acostumbrada a otras entrevistas de trabajo.
—¿Cuántas tuviste ya?
De hecho, solo dos online y las otras fueron tantos formularios que ya he perdido rotundamente la cuenta de inclusive cuántos he llegado a enviar en un solo día.
—Esta es la primera en persona…
—Entonces contesta a lo que te he preguntado o me temo que acá se acaba nuestra reunión. Y no voy a preguntarte algo que ya colocaste en tu currículum y en el portfolio. ¿Cómo diseñarías con temática navideña el Empire State, Estéfana?