Chica nueva, jefe nuevo

Capítulo 4

Finales de noviembre en Nueva York es como el preludio de un cuento de hadas urbano, con toda la ciudad ya empezando a tomar los colores y la decoración navideña. Las calles están impregnadas por doquier con la mezcla embriagadora de aromas de café, castañas asadas y una tenue fragancia de pino que anuncia la proximidad de las fechas festivas.

Los rascacielos se elevan en lo alto, desafiando a las nubes grises con su imponente presencia. Los árboles a lo largo del maravilloso Central Park se visten con una paleta de colores cálidos, creando un espectáculo de hojas caídas que crujen bajo los pies de los transeúntes apurados. Tener la oportunidad de conocer estos lugares es un sueño cumplido que me tiene totalmente conmovida, aunque salir a caminar produce un poco de agotamiento y despierta el apetito.

Sigo andando y descubro que las tiendas de la Quinta Avenida están vestidas con luces centelleantes y decoraciones que son auténticas rivales contra las estrellas. Los escaparates se convierten en pequeños mundos mágicos, cada uno contando su propia historia de la temporada festiva.

Los vendedores ambulantes ofrecen suculentos pretzels y manzanas acarameladas que me tientan realmente, mientras los taxis amarillos serpentean por las calles como destellos de luz en el lienzo de la ciudad convertida en una pintura. En Times Square, los anuncios parpadean con intensidad, creando una sinfonía de llamativos colores.

El aire frío y nítido de noviembre anticipa la llegada del invierno, pero también trae consigo una sensación de dulzura, acogedora. Los neoyorquinos se envuelven en bufandas de diseños variados y abrigos elegantes, y las cafeterías se plantan en tanto refugios acogedores donde la gente se reúne para disfrutar de un calentito latte.

Opto por entrar en una que pinta bonita, popular y no muy costosa.

 

Al entrar, el tintineo de las tazas y el murmullo de la ciudad me envuelven mientras me acomodo en un rincón acogedor de la cafetería, atrapando un lugar con suerte. Mi corazón late rápido mientras marco el número de mi mejor amiga que ha quedado en Ohio, Lucy. Ella sabía que vendría. Después de unos segundos en línea, responde, y su entusiasmo me llega:

—¡¿Cómo está mi amiga más exitosa que ahora trabaja en La Gran Manzana?!

Apostaría que ha dejado en la cuerda floja al tímpano de mi oreja izquierda.

—Un latte mediano está bien, gracias—le anuncio a quien me toma el pedido y me vuelvo al teléfono—. ¡Lucy!

—Ahora mi amiga se pide lattes sin mí, yo sabía que este terrible momento llegaría, jum.

—Estaba extrañando tus escenas, lo admito.

—Yaaa, cuéntame todo de ese empleo y ese jefe. ¿Es un viejo feo y arrogante?

—¿No conoces a Alexander Grant?

—Me hablaste de él a morir, sí.

—Pero no lo viste en fotos.

—Ejem, no.

Lo busco rápidamente y se lo envío en un chat. Ella no tarda en reaccionar.

—Estás de broma, ¿verdad? A este tipo lo conseguiste de una agencia de modelos bien papasitos, mujer. O no, parece más bien casteado de una web de adultos, mira esa cara intensa que tiene, las manos grandes y… bueno, basta, vamos a lo importante.

—Bueno, sí, Alexander Grant es un hombre bastante elegante—me río—-y no te imaginas la oficina. Parece un lugar tan tenso y estresante que me muestra mucho de lo tenso que él ha de andar por la vida. Pero... —doy una pausa drástica, dejándola en suspense mientras pienso en él.

—¡Pero qué, mujer! ¡No te detengas ahora! —exclama mi amiga, ansiosa.

—Pero resulta que le saqué una risa en la entrevista—admito con cierta culpa—. Adivina a quién se le dio por contar una sarta de chistes malos cuando ya todo estaba perdido—revelo, y puedo escuchar a Lucy dando risotadas al otro lado de la línea.

—Amiga, van a matarme en mi trabajo, entonces ¿tienes el empleo?—completa Lucy entre risas.

—Lo cierto es que no lo sé, dijo “te llamaremos”.

—Qué idiotaaaaa.

—Pues, me decepcionó, quería una respuesta por sí o por no al menos.

—Bueno, entonces nos quedemos con lo bello de la anécdota así que necesito detalles jugosos. ¿Cómo es el apuesto señor Grant en persona? ¿Podría ser el protagonista de Hijo de la Mafia o Los Juegos del Jefe? Mira que se necesitan papazotes para ponerle rostro a esos hombres.

Me río ante su entusiasmo y realmente consigo imaginarme a los protas de esos libros como si Alexander Grant fuese el indicado.

—Bien, Lu, imagina a James Bond, pero con un sentido del humor secreto y una colección de corbatas que podría rivalizar con la de un diseñador de alta costura y muy buen gusto. Es como si un millonario y un comediante tuvieran un bebé, y ese bebé fuera el señor Alexander Grant.

—¿Realmente pudo reírse de tus chistes, Steph?

—Ni yo me lo podía creer.

—Si no lo tienes en tu oficina, lo tendrás en tu cama. Acuérdate lo que te dice esta bruja.

—Eso es…

Lucy suelta una risita y continúa la fantasía. Creo que me llamo al silencio porque también deseo ilustrarlo en mi mente:

—¿Te lo imaginas preparando su desayuno y riéndose de sus propios chistes mientras toma café? ¡Eso sería demasiado! Oh, un momento, ¿te lo imaginas preparándote el desayuno a ti mientras te levantas con su camisa puesta con su aroma a sudor y perfume importado? ¡Uuuffff, está subiendo la temperatura aquí!

Las dos estallamos en risas.

— ¿Y qué hay de su vida amorosa, Steph? 

Me traen el latte y me ahogo al primer sorbo tras escuchar eso. Ella insiste:

—¿Tiene alguna interesante historia de amor secreta o gustos candentes en la intimidad? — pregunta Lucy, sabiendo muy bien que la respuesta probablemente sea más mundana y es que no tengo respuesta para eso. (Pero me encantaría tenerla)

—Mmm, hasta ahora solo he visto la parte profesional del señor Grant. Pero quién sabe, tal vez tenga un romance épico y nada candente con su agenda llena de reuniones y su teléfono celular. ¡Podría ser el Romeo Empresarial del siglo XXI! — bromeo, y Lucy no me corresponde:




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